Bibiana, de la española Dolores Medio (1911-1996), publicada en 1963, forma parte de la trilogía “Los que vamos a pie”, junto con Celda común y Andrés, donde se refieren unas manifestaciones en apoyo a los mineros, lo que condujo a prisión a la autora. Pese al carácter político de estas obras, Bibiana se centra en la vida cotidiana de una familia de la modesta clase media en la España de finales de los años cincuenta en Madrid, en el tradicional barrio de Chamberí.
Premio Nadal en 1952, la narrativa de Dolores Medio está inscrita dentro de la corriente denominada en España “Realismo social”, junto a autores como Camilo José Cela, Rafael Sánchez Ferlosio, Antonio Ferres o Armando López Salinas, que son parte del canon. Su sobriedad lingüística, que en los diálogos muestra una economía de recursos excepcional, hace que nos cuestionemos el olvido en el que cayó esta autora. Dolores Medio fue capaz de apropiarse de modernas técnicas narrativas, como el monólogo interior, que maneja con maestría; poseía además una agudeza poco común y una capacidad de penetración en la psicología de los personajes, a lo que añado su entrañable elección de detalles que caracterizan la época con precisión.
La protagonista, Bibiana, es una ama de casa que responde al prototipo de su medio social. Sobre ella descansa la responsabilidad de atender las necesidades del hogar. Ni obreros, ni campesinos pauperizados, los Prats son una familia de cinco hijos, que se sostiene gracias al comercio de telas del padre, y que redondea el presupuesto alquilando una habitación, lo que los obliga a compartir la vida cotidiana con un huésped, hecho que intentan llevar con discreción para no evidenciar su pobreza. Intermediaria entre la autoridad paterna y los hijos, la esposa asegura el mecanismo del diario vivir. Con sus desvelos, ella se anticipa a las catástrofes y recurre a una ingeniería emocional para controlar las pasiones, de la misma manera que recicla las prendas gastadas, los viejos abrigos de los mayores que, vueltos del revés, heredarán los menores.
Pero los afanes de esta ama de casa no se limitan a la economía: pelar patatas, fregar, pegar botones y coser prendas, sino que van más allá, hasta lo que podría sucederles. Bibiana teme por la hija que ya trabaja, pero lleva una vida oculta, y podría quedarse embarazada; sufre por los hijos que se muestran débiles y hacen que se cuestione su virilidad; reniega contra el qué dirán de las vecinas, que parecen pendientes de la vida de los otros, más que de la propia.
La mujer en esta novela sólo sale del hogar para ir al mercado, lugar en el que transcurre su vida social y donde se mide la realidad por el coste de la vida. En torno a la pescadería o la frutería, las amas de casa conectan con el exterior, esa otra parte de la que parecen estar al margen. Este destino de la mujer, que podría ser opresivo de no imponerse el deber ser sobre los anhelos, tiene válvulas de escape. Los seriales de radio a los que se habitúan facilitan el fluir de la sentimentalidad femenina. El cine ofrece modelos y proyecta sobre la pantalla sueños e ideales a un precio accesible.
Las mujeres, además, tienen el consuelo del consumo, de la adquisición electrodomésticos, más que para la comodidad, para cambiar de estatus; algunas, como Bibiana, ven encenderse una luz que las puede llevar al paraíso o a la prisión, donde anhelarán el refugio seguro del hogar que parece depender de ellas.
No falta el amor en esta pareja que vivió la guerra civil y se casó inmediatamente después de la contienda. En la lectura se percibe la mella que dejaba entre las familias de los derrotados la dura posguerra. Esto explica los silencios en la novela, que muestran zonas de oscuridad y dicen mucho más de lo que se habla. Dentro del hogar, como evidencia la autora, la mujer es muro de carga, de contención contra las disputas, que son habituales cuando el conformismo de algunos choca con la rebeldía de otros. A espaldas de la madre, los hijos aquí intentan forjar su destino escapando de la pobreza y la mediocridad, bien sea cambiando la apariencia externa, huyendo hacia la poesía, o asumiendo en la clandestinidad el compromiso político, como la propia Dolores Medio censurada, silenciada, excluida del canon, olvidada y enterrada, pese su talento como narradora.
Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do
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