(y II)

Su madre era poliglota y le enseñó el amor por los idiomas. “Soñaba con que sus hijas fuéramos poliglotas también y con cada idioma que aprendíamos debía de vernos con más hojas de laurel en una invisible corona. Hojas de laurel doradas”.

Berta Vias Mahou es traductora y una narradora que baila vals con las palabras. Es devota de la vida que pasa por su puerta y adicta a los colores del amanecer.

Sobre Vivian Maier, la mujer “invisible” que fue su musa en el libro Una vida prestada, dice: “Sus fotografías son silencios y son gritos; silencios que restallan”, proclama. Y añade: “Las fotografías de Vivian Maier son puertas al infinito”.

Para ella, la inspiración es caprichosa y es veleidosa y aparece cuando menos se le espera, y la literatura puede ser una canción de libertad.

“Mi manera de escribir -expresa- creo que se parece más a la de un poeta, en este caso en sentido estricto, el que escribe poesía. No me siento todos los días a escribir. Espero, sin que parezca que espero, a que la inspiración caiga sobre mí. Como un regalo del cielo. Como la nieve cuando desciende despacito de las alturas. Sin hacer ruido. No siempre me pilla sentada ante una ventana”.

¿Qué significa para usted el acto, el simple acto de sentarse a escribir frente a su ventana?

Foto. ZAC.

Stefan Zweig se sentaba todos los días ante su escritorio con un horario fijo, como un oficinista. Y llenaba páginas y páginas sin dificultad. Esa capacidad de producción, fabril y febril, y su enorme éxito llevaron a su editor, cuando se enteró de que Zweig era copropietario de la fábrica textil de su padre, a exclamar: ¿Cómo? ¿Es que tiene otra?

Mi manera de escribir creo que se parece más a la de un poeta, en este caso en sentido estricto, el que escribe poesía. No me siento todos los días a escribir. Espero, sin que parezca que espero, a que la inspiración caiga sobre mí. Como un regalo del cielo. Como la nieve cuando desciende despacito de las alturas. Sin hacer ruido. No siempre me pilla sentada ante una ventana.

A veces en mitad de la oscuridad del dormitorio garrapateo unas notas en algún papel que suelo dejar cerca, por si se me aparece la musa de la noche. La inspiración es caprichosa. Se presenta por épocas. Mejor dicho, por temporadas. Gertrud Kolmar, una poeta alemana a la que he traducido, se quejaba de que de pronto el cauce se quedaba seco. Pronto aprendió que no debía desesperarse, sino esperar con paciencia a que el caudal volviera a fluir.

Cuando se escribe ficción basada en realidad, ¿qué diferencias hay entre lo verosímil y lo verdadero y qué debe tomarse en cuenta al caminar en esa especie de tierra de nadie?

Hay que respetar lo verosímil para llegar a lo verdadero, que no es sólo lo que ha ocurrido, plasmado por un cronista con pelos y señales, sino algo que va más allá, esa verdad poética que persiguen tanto el verdadero escritor como el buen lector, esa verdad poética que nos ayuda a entender el mundo. A tender una mano. Un puente. Como en esta entrevista.

Desde que empezamos a hablar, siento que puedo oír a lo lejos el “reperpero” en Santo Domingo. Que puedo oler la lluvia en el Cibao con el sol ahí fuera, lo que, como dicen ustedes, significa que se está casando una bruja. O esas flores de color entre morado y rojo que crecen allí al borde de los caminos y a las que los campesinos llaman flores de la China…

¿Entonces usted estudió francés para escribir su novela sobre Camus y poder releerlo en su idioma original?

Leí a Camus cuando era joven, traducido al castellano. Y cuando mucho después quise escribir sobre sus últimos años de vida y sobre su miedo a morir a manos de un semejante me planteé releerlo en francés, una lengua que no había estudiado.

Mi madre, que soñaba con que sus hijas fuéramos políglotas, con cada idioma que aprendíamos debía de vernos con más hojas de laurel en una invisible corona. Hojas de laurel doradas. Y eso que ella sabía alemán y francés y hasta estudió inglés, aunque lo olvidó. Fue ella quien quiso que fuéramos a un colegio alemán.

Más tarde yo, a los diecisiete, decidí aprender inglés. Y mucho después mi profesora de alemán, que siempre quiso serlo de francés, cuando le hablé de mi proyecto de novela camusiana me ofreció enseñarme, a pesar de que es sartriana hasta la médula. Empecé a leer El extranjero en francés, sin tener ni idea, y poco después me atreví con El primer hombre, un libro que, aunque Camus no lo pudo terminar, se puede decir que es redondo. Si la muerte, tan violenta, no le hubiera arrebatado la oportunidad de acabarla y de continuar por esa vía se habría convertido en un escritor aún más grande.

Dice un despacho de prensa que La voz de entonces rinde homenaje al vocablo de las colonias. ¿Eso fue parte de la intención, los motivos y las razones del libro?

El libro fue fruto de una exploración, al principio a tientas, después cada vez más consciente, una indagación en el pasado de mi familia, en el de una parte de la que yo apenas sabía nada y en la que sospechaba que podía encontrar tesoros, aunque también monstruos.

Como me ocurrió hace tiempo con la rama familiar de mi madre. Busco judíos entre mis antepasados y me topo con nazis. Si sueño con tener ancestros negros, me doy de bruces con una hacienda en la que hubo esclavos. Fue entonces, en el momento en que supe la verdad, cuando quise rendir ese homenaje. Pero no estaba en el principio de la escritura.

Sin embargo, el escudo de San Juan de Puerto Rico en las vidrieras de la escalera de la antigua casa familiar en Madrid me fue guiando hasta allí, como a los Reyes Magos una estrella les ayudó a llegar a Belén. En lugar de un niño en un pesebre, con una corona de luces, yo me encontré con la esclavitud.

Entonces quise rendir un pequeño homenaje a esa tierra en la que tantas personas sufrieron la opresión por parte de algunos de los nuestros. ¿Y qué mejor en un libro que festejar ese tesoro que es su preciosa lengua, que también es la nuestra, más florida, con todos los injertos que allí recibió?

¿Eso quiere decir que si, que lo dicho en un despacho de prensa al salir la obra, de que la misma rinde homenaje al vocablo de las islas, ¿es completamente cierto?

Sí. Y creo que en el libro se puede notar la diferencia entre los dos primeros relatos o capítulos, que transcurren en Puerto Rico y en los que se refleja el vocabulario de las antiguas colonias, respecto a los otros cuatro, cuando la familia ya ha vuelto a la Península y se va perdiendo el vínculo con la isla. El lenguaje se vuelve más seco. Más duro, quizá. Aunque a mí esas aristas también me atraen. Mucho. Por cierto, es curioso que el término “tesoro” sea sinónimo de vocabulario, de léxico. Hasta la persona más pobre lo tiene. Un tesoro que puede crecer y crecer sin mucho esfuerzo.

Hubo un tiempo en que el compromiso político y social era parte de los lucimientos de la literatura. ¿La literatura puede ser aún una canción de libertad?

Sí. Aún puede serlo. Un compromiso político y social con la libertad, con la libertad de expresión y de pensamiento, la libertad individual, que vuelven a estar amenazadas. Que siempre lo están. Incluso quienes tenemos la suerte de vivir en democracia y en paz no debemos olvidar que las dos son muy frágiles. En cualquier caso, lo que no debe nunca la literatura es convertirse en un lucimiento. Ni cantar a lo que no merece canto alguno.

¿Eso fue parte de la intención, los motivos y las razones del libro? ¿Para usted, cuál es el gran personaje de La voz de entonces?

El personaje principal de La voz de entonces sería María del Carmen, la mujer que aparece en la portada y que vive en uno de los pisos de ese edificio familiar en Madrid en el que los colores del escudo de Puerto Rico iluminan cada rellano de la gran escalera de mármol blanco. Las dos primeras historias de algún modo la introducen. A ella y a toda la familia. Gracias a los ancestros que estuvieron en Puerto Rico ella pudo vivir muchos años en esa casa. Primero con su marido y sus hijos. Después sola. María del Carmen aparece en las otras cuatro historias. Y también la casa en la calle de Hermanos Bécquer. Están las dos más o menos presentes. La casa y la mujer.

A lo largo del libro hay una evolución. Lo que la negra Genara en el segundo capítulo instila en la mente de la niña Josefa y ella a su vez en las de sus dos hermanos pequeños, Juan Francisco y Julio, lo que la mujer anónima del primer capítulo hace por un esclavo, acaba por estallar en el capítulo final cuando Elba, la última de todas esas mujeres que van tomando el testigo en la familia, se enfrenta a las ideas más retrógradas de María del Carmen.

¿Cuáles son las diosas y héroes más fulgurantes de sus novelas “familiares”?

Creo que no me corresponde a mí decir cuál entre mis personajes es más fulgurante, más luminoso o más capaz de estremecer al lector, no sólo porque me parecería una vanidad contar con que los lectores se estremezcan por algo que yo haya escrito, sino porque cada lector se podría llegar a estremecer con algo distinto. O no estremecerse con nada.

Pero me gustaría recalcar que, aunque La voz de entonces –y tal vez también La mirada de los Mahuad y Los pozos de la nieve– esté lleno de abuelas luminosas, de tías fuertes y de ancestros poderosos, la verdadera estrella, el auténtico héroe se mantiene a mi modo de ver oculto, en un segundo plano. Mi padre. Y por eso, este último libro, el de La voz de entonces, aun tratándose de una colección de historias de mujeres de varias generaciones de una familia, está dedicado a él. Y se cierra con una fotografía en la que aparece él.

La historia de Los pozos de la nieve la cuenta en segunda persona un personaje masculino, Samuel, que sería yo. Samuel busca saber. En la familia se esconde más de un secreto. Alguien ha matado al padre del narrador, es decir, a mi padre, al que nadie en realidad mató nunca. Al menos, físicamente. Si bien desde el punto de vista espiritual a mí me pudo parecer en un momento que alguien sí que lo hizo. Y quise vengarme. En el personaje de Ernst.

En La mirada de los Mahuad uno de los capítulos se titula “Padre nuestro”. Horacio, el padre de Elba y de Jara, es un trasunto de mi padre, de nuestro padre, el de mi hermana Ana y el mío. Y ese libro es una declaración disimulada de amor, que nuestro padre leyó con emoción, una emoción discreta, como era él, siempre con una sonrisa en los labios y a veces con alguna lágrima en el rabillo del ojo, siempre bromeando y jugando con los personajes y conmigo gracias a su inteligencia fuera de serie y a su maravilloso sentido del humor. Una declaración de amor disimulada y discreta, que él supo entender y que, también de manera disimulada y discreta, no por ello menos emocionante, supo darme a entender que la había entendido.

En la multiplicidad de personajes de La mirada de los Mahuad, ¿dónde me encuentro con Berta Vias Mahou? ¿Cuál es su alter ego?

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Foto ZAC.

No todo lo que cuento en mis libros es verdad, naturalmente, en el sentido de que no todo ocurrió así ni fue así, sino que yo lo vi o lo viví y, sobre todo, lo moldeé para que lo que yo vi y viví o sentí tuviera el acabado que yo quería que tuviera, en busca de una verdad que suele ser distinta de la verdad que llamamos realidad, una verdad que me parece que nos ayuda a entender esa realidad, a completarla, a enriquecerla.

Tampoco cada uno de los personajes se puede decir que corresponda a una persona real. Están inspirados en personas concretas, sí, pero les presto rasgos, pensamientos y vivencias que no fueron los suyos en la realidad. O bien preparo una mezcla de varias personas. En cualquier caso, en La mirada de los Mahuad yo sería Elba, la protagonista femenina, siempre en pos de algo que no consigue alcanzar, algo que ve a través de un muro de cristal, ficticio, aunque no por ello menos difícil de salvar. Siempre en pos de algo que se le escapa entre las manos. El amor de Jan. El mundo de la infancia. Salvaje. Incomprensible. Infinito.

Es imposible no preguntarle quiénes son las propietarias de esas miradas profundas que están en la portada de al menos dos de sus libros, La mirada de los Mahuad y La voz de entonces, y que según una periodista escribió alguna vez, es una constante en su familia.

Al principio de La mirada de los Mahuad se habla de esas miradas. De dos tipos de mirada en la familia. La de los Mahuad es una mirada intensa, pero casi siempre desafiante, fría. Una mirada azul, que a veces se vuelve de hielo. La de los miembros de otra rama de la familia, los Ochoteco y los Torrijos, en cambio, es una mirada cálida. La que corresponde a unas gentes nacidas donde los ojos son como la tierra, recios.

Unos ojos que saben pedir perdón y, sobre todo, darlo. Es la mirada de mi padre y la de sus ancestros masculinos, a los que no he conocido, pero a los que he imaginado así. La que aparece en la portada de La mirada de los Mahuad es la mía. Mi mirada de cuando tenía once o doce años. Una mirada intensa, aunque de una profunda miopía, una mirada que buscaba entender el mundo. La de la portada de La voz de entonces es la de la madre de mi padre. La suya era una mirada intensa, pero con un punto de crueldad.

¿En qué circunstancias se le ocurrió la idea de convertir a su familia en literatura y qué le hizo cobrar conciencia de que eso podía?

¿Dónde empieza y dónde termina la familia? Reflexionando sobre La voz de entonces me topé con la teoría del implexo. Tenemos todos dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, treinta y dos trastatarabuelos, sesenta y cuatro pentabuelos… Empieza uno a sumar y la población de la tierra no da para tanto ancestro de familias que no tengan nada que ver entre sí. Y es que los antepasados acaban por ser comunes, a pesar de lo cual algunos siguen creyendo que, como los perros de raza, tienen un pedigrí increíble. Que son mejores que otros. O no. Que sus antepasados no son tan estupendos como los de los demás. Cuando resulta que venimos todos del mismo tronco. Acabamos perteneciendo a una única familia.

La idea de convertir a algunos miembros de mi familia en literatura surgió el día que me encontré con el nombre de mi tía abuela Clara Stauffer Loewe, la hermana de mi abuela materna, en una lista junto a los de otros 103 nazis que fueron reclamados por los aliados a Franco, sin que él los entregara jamás. Mi tía Clarita tenía unas ideas que en absoluto comparto, pero era extremadamente generosa y no hizo nunca daño a nadie, más bien lo contrario, se esforzó por ayudar a algunas personas sin recursos.

Al ver su nombre allí, entre asesinos y torturadores, miembros de las SS y agentes de la Gestapo, decidí escribir sobre ella, insistiendo en que puede uno tener unas ideas equivocadas y no ser un monstruo. Porque no son las ideas lo que cuenta, sino los actos. Es importante desligar al individuo de la masa y no juzgar a la primera ojeada, esforzándose por comprender e incluso perdonar. Tal y como demuestra Dostoievski en sus libros. O como han sido capaces de hacer algunas personas afectadas directamente por acciones terribles.

Ya sé que en el conjunto de su obra prefiere las de su familia. ¿Entre estas, cuál la más sentida y por qué?

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Siento debilidad también por la novela del torero, porque en ella, entre otras cosas, hay mucho sentido del humor. En esas tres novelas que no tienen nada que ver con mi familia, sin embargo, estoy muy presente.

Tanto el escritor Albert Camus en Venían a buscarlo a él como el torero en Yo soy El Otro o la fotógrafa Vivian Maier en Una vida prestada me sirvieron como máscaras para hablar de asuntos que me incumben o me preocupan. Pero sí. Los tres libros que podríamos denominar familiares son muy sentidos. Los pozos de la nieve por las dificultades con las que me topé al escribirlo. La mirada de los Mahuad porque salió de lo más hondo de mi ser. La voz de entonces porque con él fui descubriendo cosas increíbles que no sabía de mi familia. Y porque pude compartir mucho de lo que hay en él con mi padre. En sus últimos años de vida.

¿Usted, que tiene voz y que tiene el don de la escritura, se siente guardiana de la memoria familiar?

No. No soy la guardiana de la memoria familiar. Lo son las personas que han guardado en su memoria lo que yo no he vivido. Desde muy niña me dediqué a observar y a escuchar. No me gustaba hablar. Y sigue sin gustarme. Aunque a veces cojo confianza y me lanzo, pero con pocas personas. Siempre me dio una vergüenza cósmica. Prefería no hacer ruido. Acechar. Y mientras otros niños se iban a jugar yo solía quedarme de sobremesa con los adultos. La mayoría de ellos ya no están con nosotros.

Además de las palabras que escuché de sus labios guardo otros tesoros. Fotografías y documentos. Y algunos objetos que me parece que en ocasiones hablan. Como la bandera de Cuba en bronce y esmalte que mi abuelo llevaba en la carrocería del coche y mi padre cuando era joven en la moto. O el pasaporte cubano de mi padre, que cuando yo nací aún tenía esa nacionalidad. La de su padre.

Cuando un escritor escribe de su familia ¿qué límites se deben respetar?

Hay personas que no saben distinguir entre ficción y realidad, entre lo que es una novela y lo que es la vida o una biografía. O unas memorias. Y se enfadan cuando lo que leen en una novela o en un relato no les gusta, no cuadra con lo que saben o creen saber. No me preocupo demasiado por eso, aunque me resulta muy curioso, aparte de que en una ocasión un pariente cercano me causó problemas, comportándose de una manera un tanto autoritaria. Pretendió que yo no siguiera escribiendo lo que estaba escribiendo en aquel momento. Los pozos de la nieve.

Cuando escribo respeto lo respetable, que es todo y nada. Cuando escribo intento comprender. No juzgar. Tender una mano. Aunque a veces me divierta incluir en uno de mis escritos una pequeña venganza inofensiva. Tomar un poco el pelo al que no está dispuesto a distinguir entre ficción y realidad. Porque, insisto, las novelas que entre las mías estamos calificando de familiares son novelas. Son ficción. Como también las otras, aunque estén centradas en personajes reales. En absoluto hay que tomarlas como un reflejo de la realidad.

¿Aún no se agota su familia como cantera de historias literarias?

La vida no se agota. Simplemente un buen día se acaba. Pero cuando yo me acabe la vida seguirá. La de otros. No tengo hijos, así que mi familia acabará conmigo. Tengo dos sobrinos, hijos de mi única hermana, que si a su vez tienen hijos aumentarán el pequeño tronco que es el nuestro en el enorme árbol genealógico de toda la humanidad. Pero la familia como cantera de historias literarias o como pozo de sorpresas no se agota nunca. La familia, escribí en Los pozos de la nieve, es un animal extraño, siempre al acecho… Yo soy otro animal siempre al acecho.

¿Cuál de sus novelas “familiares” a usted le causó más estremecimientos y cuál le desafió más, y por cuáles razones?

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Sin duda Los pozos de la nieve. Por ser la primera, por la hostilidad de aquel pariente que no quería que yo utilizara ciertos nombres y ciertas anécdotas familiares y que en un principio me dejó bloqueada, aunque enseguida seguí escribiendo y con mayor pasión aún, por las reacciones que aquella hostilidad provocó a mi alrededor, en otros parientes, aún más cercanos, y por las dudas que me generó, aunque dudas siempre tengo, y muchas, a pesar de que también soy muy cabezota. Sí.

Ese libro fue quizá el mayor desafío para mí. Después me he ido sintiendo más cómoda, decidida a seguir haciendo lo que a mí me parecía que debía hacer. Lo que me da la real gana. Sin importarme lo que otros piensen o digan al respecto.

¿Qué diferencia, emocionalmente hablando, sus novelas “familiares” de las demás?

Tal vez las que estamos llamando “familiares” han salido de las entrañas. Corresponden a lo interior. Y las otras responderían más bien a lo que veo. Tal vez en estas últimas obedezco más a un compromiso con el mundo. Y en las familiares, a un compromiso con la vida. No sé.

¿Qué historias familiares le falta por escribir?

Guardo unas cuantas en la chistera. Quizá las más terribles. Las que aún no he tenido fuerzas de contar. Las que tal vez nunca cuente.

¿No tiene miedo de que se le agote la cantera de donde salen sus historias familiares?

No. Se agotará conmigo. Porque en el fondo es mi manera de verlo todo. Tampoco me asusta la idea de dejar de escribir. Me gusta hacerlo. De alguna manera lo necesito. Pero también puedo vivir sin ello. Se puede vivir de muchas maneras. Y siempre hay que buscar el modo de estar satisfecho. De sentirse en paz.

Se puede contribuir con un granito de arena de muchas formas a que el mundo sea un poco mejor. Más habitable. Menos crudo. Si no escribiendo –y al fin y al cabo la escritura debe ser un regalo para los lectores–, colaborando de cualquier otro modo a que la vida sea más llevadera, más valiosa. En cualquier caso, el yacimiento no se agota. Aún escondo en la chistera a varios trastornados e incluso a algún malnacido.

¿Cómo se encontró con Vivian Maier y con su sombra, usted que fue una de las primeras que escribió sobre ella?

Me encontré con ella en los periódicos, como casi todo el mundo. Se habían escrito ya cataratas de artículos en diarios y revistas en todos los idiomas. Fue empeño de mi editora de entonces que se escribiera sobre ella una obra puramente narrativa, idea que le sugirió un artículo de Muñoz Molina en El País que empezaba diciendo: La vida de Vivian Maier es una novela con todas las páginas en blanco… Hasta entonces no había sobre ella más que unos cuantos libros de fotografías sin apenas texto.

Sólo cuando estaba a punto de enviar la novela a la editorial se publicó en Estados Unidos una primera biografía de una profesora de fotografía. Puede leerla, pero no era lo que esperaba. Apenas aportaba nada nuevo, aunque me sirvió para corroborar algún dato.

Cuando usted escribió Una vida prestada había poca información, y la biografía de Ann Mark –Revelar a Vivian Maier- ni siquiera había salido. ¿Tuvo que hacer muchos actos de magia en su imaginación para reconstruir a una mujer que era casi invisible y con un pasado tan borroso, para convertirla en un personaje de novela?

En efecto, la biografía de Ann Mark no había salido aún. Sólo el libro que he mencionado antes. La información era muy escasa y estaba dispersa. Aunque eso es lo que me atraía y de ahí el título Una vida prestada.

La literatura consiste en eso. En hacer magia. En tratar de ver lo invisible. En entender lo que casi parece que no existe. Lo que tiene la consistencia del aire. En prestar vida a lo que está oculto. A lo que ya no la tiene. A lo que se nos escapa entre los dedos. La literatura es un combate, como la pintura o la escultura o cualquier otra actividad artística, contra la fugacidad y el olvido. Se alimenta de humo. Del humo del alma. Del humo de la imaginación.

¿En qué se parecen y en qué se diferencian la Vivian que se está descubriendo hoy y la Vivian de su novela?

La Vivian Maier de mi novela es una persona que sabe lo que está haciendo. Una persona con las ideas claras. Con un carácter decidido que le lleva a hacer lo que quiere y a hacerlo como quiere en cada momento. Sin encomendarse a nadie ni dar explicaciones. Sin buscar el aplauso. Esa es la Vivian Maier a la que he querido dar vida.

Cuando escribía sobre ella pensaba en Gertrud Kolmar, una poeta alemana de origen judío que se ganó la vida como profesora particular, casi como una niñera, y que murió en Auschwitz. No le preocupaba la fama. Escribía para la posteridad.

Cuando escribía la novela sobre Vivian Maier pensaba también en Kafka, que pidió a su amigo Brod que quemara sus obras. En Salinger, que huyó del éxito. En el poeta español Pedro Casariego Córdoba, adalid del artista interior. En Emily Dickinson, que buscaba la soledad. Para mí son las verdaderas estrellas en un mundo en el que tantísimos padecen la obsesión por ser aplaudidos, admirados, venerados, envidiados, codiciados, aclamados… Lamentable comezón.

Supongo que usted escribió esa novela mirando las imágenes que ella dejó. ¿Qué le dijeron esas imágenes para construir esa novela?

Por supuesto. Esas imágenes fueron fundamentales. Y las películas que se hicieron sobre ella. Las películas daban a su vida y a su trabajo el movimiento que no tenían las imágenes. Tanto la de John Maloof y Charlie Siskel (Finding Vivian Maier) como la de la BBC (A Photographer Found). Las dos me parecen estupendas. Pero la primera me dio la idea principal de la novela. Me pareció, al verla varias veces seguidas, que en la historia había gato encerrado. Es tan perfecta. Una mujer que no hace nada para ser famosa y se convierte de pronto en un fenómeno mundial. Pero quise que el gato encerrado no fuera obra de Maloof, sino de la propia Maier.

Por supuesto. Las imágenes tenían que estar muy presentes en la novela. Compré todos los libros de fotografías suyas que había entonces. Y me ayudaron mucho. Miraba y volvía a mirar las imágenes una y otra vez, tratando de descifrar su misterio, de colarme en ellas.

De conocer a sus posibles interlocutores de un instante o de una parte de su vida, como los niños a los que cuidó. Soy la mujer misteriosa, les decía Vivian Maier a esos niños cuando jugaba con ellos en el bosque. Y he querido, como ella, jugar. Con esos niños, con la vida, con sus imágenes. Con la propia Vivian Maier.

Pero no ha sido la primera ni la última vez que las fotografías tuvieron un papel muy importante en mis historias. Siempre busco misterios en esos cartoncillos en los que quedaron atrapadas para siempre personas de otro tiempo, como Vivian Maier, pero también el premio Nobel de Literatura Albert Camus, un torero de los años sesenta o mis antepasados y parientes. Cada fotografía es un momento cargado de misterio. Una invitación al sueño despierto, el sueño de la razón.

Para Maloof, su “descubridor”, Vivian Maier fue una inversión, para las galerías de arte del mundo, una oportunidad de hacer negocios, y para los críticos, una curiosidad. ¿Ahora a quién pertenece Vivian Maier? ¿Al capitalismo?

Nos pertenece a todos. También al capitalismo, por supuesto. En cualquier caso, cuando Maloof compró sus primeros negativos ella era una perfecta desconocida. Estaba a punto de morir. Fue él quien la impulsó. Colgó sus fotografías en internet y se puso en marcha un fenómeno sin precedentes. Podemos estar más o menos de acuerdo con sus métodos, pero sin él, todo ese material tal vez se habría perdido. Se habría quedado quizá para siempre en un desván.

Ahora tenemos acceso a él. Podemos ver sus imágenes en internet, en libros, en exposiciones… No gracias al capitalismo, sino al impulso del interés, que sólo en parte es económico.

Era inmigrante, judía, mujer y encima de todo eso, pobre. ¿Qué fue lo que pasó con Vivian Maier, que ella rechazó el sistema o que el sistema la rechazó a ella?

Vivian Maier. Imagen tomada de Letras libres.

Hija de inmigrantes, Vivian Maier nació en Nueva York. No era inmigrante. Y hasta donde sé, tampoco judía. Es un error que se sigue difundiendo, como el de que el coche en el que se mató Camus fuera blanco, cuando en realidad era negro y se puede ver en las imágenes que se grabaron poco después del accidente.

Vivian Maier tampoco era tan pobre. Como tantos hombres y tantas otras mujeres antes, entonces y ahora, se ganó la vida modestamente. El sistema nos rechaza a todos. Pero ella sin duda rechazó el sistema. No quiso que su arte se manchara con los tejemanejes del mundo de la cultura.

Estoy convencida de que fue decisión suya, fruto de su carácter y de su forma de pensar. Y que su condición de outsider no se debió a que fuera rechazada, sino a que ni siquiera intentó que la aceptaran. Quiso y supo mantenerse al margen y dejar un gran regalo. Y ahí reside una de sus mayores grandezas. Eso es lo que he querido reflejar en Una vida prestada. Y que en absoluto fue una niñera ingenua que no sabía lo que estaba haciendo. Lo sabía muy bien.

Si es cierto que, a diferencia de otras fotógrafas que entonces tuvieron bastante éxito, como Imogen Cunningham, Dorothea Lange o Margaret Bourke-White, que recibieron becas, se beneficiaron del contacto estrecho con otros artistas, participaron en exposiciones e incluso trabajaron en puestos de cierta relevancia en museos, Vivian Maier no fue a la Universidad y no disfrutó de ninguna de esas ventajas. Creció en un hogar roto. Sus padres se separaron varias veces y las peleas eran continuas. La madre tenía un carácter complicado. Y el hermano de Vivian, un poco más joven que ella, padeció algún trastorno. Aunque tampoco es la única que sufrió por criarse en un ambiente difícil.

Otras fotógrafas en esa misma época salieron adelante a pesar de eso y de sufrir dolencias físicas y desórdenes anímicos severos.

Una foto es una ciudad en espera de su eternidad, un mundo detenido en el tiempo. ¿Qué mundos nos dejó Vivian Maier en sus imágenes?

Nos dejó el infinito. Como los buenos libros, que uno puede releer una y otra vez, descubriendo siempre nuevas sensaciones en nuestro interior y nuevos recovecos y escondrijos en la realidad. Y que se pueden leer al cabo de los siglos. Las fotografías de Vivian Maier son puertas al infinito.

Ya sabemos que dejó 140 mil negativos y también sabemos que dejó 140 mil silencios. Finalmente, cuál fue el gran legado de Vivian Maier: ¿Sus fotos o sus silencios?

Sus fotografías son silencios. Y son gritos. Doce al día durante treinta y cinco años. Es brutal, silencios que restallan. Y no sólo los suyos, también los de muchas personas que se cruzaron con ella a lo largo de su vida. Los de todas esas personas a las que prestó vida con su cámara. No sólo en Nueva York, en Chicago o Los Ángeles, también en los muchos lugares que visitó fuera de los Estados Unidos, porque al parecer, estuvo en Bolivia, en Brasil, en Canadá, Chile, China, Colombia, Egipto, España, Filipinas, Francia, Grecia, Guatemala, Guayana, Haití, India, Indochina, Italia, Líbano, Malasia, Martinica, México, Panamá, Perú, Puerto Rico, Singapur, Siria, Suiza, Tailandia, Trinidad, Turquía, Uruguay, Vietnam, Yemen…

Y quién sabe, tal vez también en la República Dominicana. En El Cibao. O en el sur. En Bahoruco, que no sé lo que significa, pero que a mis oídos también suena muy bien.