“Alegría, hermoso destello de los dioses. Tu hechizo une de nuevo lo que la torpe costumbre había separado,  ahí, en donde todos los hombres volverán a ser hermanos”…

Es  viernes en la tarde de un 16 de diciembre de 1786,  una gigantesca nevada cae sobre Bon, Beethoven cumple 16 años y lee un libro de poemas, regalo de su abuelo, Johann Heinrich Keverich. El poema que lee se titula An die freude, el Himno de la alegría, escrito por el poeta y  dramaturgo alemán Friedrich Von Schiller,  al pie de pagina Schiller escribe su dedicatoria:  “Que en este Año nuevo este poema, esta oda a la alegría, sea un beso para todos”.

Beethoven cierra el libro, y con ojos en duermevela mira caer los copos de nieve en su ventana, beso blanco,  delicada caricia, manos hechas de niebla que están escribiendo en su ventana los primeros compases del 4 movimiento de la futura sinfonía numero 9 en Re Bemol, que escribirá 30 años más tarde. El viento susurra entre los arboles una canción que el músico entenderá luego… “Si no encuentras la alegría en esta tierra, búscala hermano, mas allá de las estrellas”.

En ese mismo instante supo Ludwig Von Beethoven que sería él quien le pondría música a esta oda escrita por Schiller , y así  poder transmitir a través de su música la inmensa ternura, que estaba sintiendo la unión de los contrarios,  la lucha del bien y del mal de la luz y de la sombras, la vida y la muerte  se habían    hecho una, en un beso, en un acorde en sol mayor,  acorde de amor en donde todo se había vuelto uno… en ese momento  Beethoven sentía toda la  armonía del universo vibrando en el mismo centro de su corazón, fuente de amor, surtidor de relámpagos y rocío, en donde todos los hombres al beber su música volverán a ser hermanos.

Schiller.

El germen de  su obra, nacerá de esta experiencia, podemos afirmar  que cada tema y motivo desarrollado por Beethoven a lo largo de su acción creadora, nace a partir de este instante, generado por la fuerza  poética de estos versos que identifican el sentir y el ser de Beethoven, su amor por la humanidad  y su relación con el cosmos,  confirmación de aquella afirmación que le gusta repetir a Beethoven, la  frase de  Anaxágoras, de que Todo forma parte del Todo.

Este impulso creador palpitará siempre, latido que vibra en su labor como compositor, desde la publicación de su primer opus oficial entre los 26 o 27 años, hasta el estreno de su novena sinfonía Opus 124  casi 30 años después.

Ese largo proceso de gestación, que se inicia en sus primeros intentos de trabajo orquestal con coro en la canción Amor correspondido, en el 1795. Mientras componía la Sinfonía numero 3  en Mi bemol mayor, conocida como La Heroica, Beethoven recordó el sueño ilustrado de la felicidad y la hermandad entre los hombres, esboza algunos motivos que volverán en la novena sinfonía, pero aún no contaba con la destreza en las armonías corales, destreza que manejaría a plenitud 20 años después.

Luego, a manera de ejercicio, trabaja en algunos poemas de Goethe y también se  ejercita en trabajar en la relación texto música y voz, en su única opera Fidelio, vistos estos ejercicios musicales como acumulación sensible para llegar a  la Novena Sinfonía y en especial  en su cuarto movimiento en donde musicalizara

Los versos de la oda de la Oda de la alegría de Schiller.

Beethoven componía  a gran velocidad, pero sus partituras estaban llenas de borrones, tachados y sucios de café, en donde se perciben la lucha del compositor con su escritura y su caligrafía musical, contrario a Mozart, que componía de un solo impulso, sin errar en una sola nota con una caligrafía impecable, tal como si recibiera los dictados de un ángel.

Beethoven era un hombre en lucha, imponiendo su voluntad creadora a demonios ,dioses y ángeles, en medio de una tempestad sonora, robador del fuego, hecho música para regalarlo a los hombres. Pasaba horas de improvisación frente al teclado, en búsqueda de motivos, arpegios a los cuales sometía a una revisión constante, hasta al cansancio, temas que crecían y se deshacían y volvían aparecer

Para desaparecer de nuevo, escondidos en acordes como cortinas, sombras ocultas en la melodía; marcaba el ritmo con las manos y los pies, hacia música con todo su cuerpo, maldecía en voz alta, cantaba en sus caminatas en búsqueda de inspiración y agitaba sus manos dirigiendo orquestas invisibles.

Noble e intenso, con un amor y un compromiso con el arte… “y la  humanidad dura ya que supera toda  la violencia de su personalidad…”. “Adiós y no me olvidéis del todo en la muerte, tengo derecho a esto de vuestra parte ya que durante mi vida, sólo he pensado hacerlos felices, y por favor sedlos”… escribe una carta que se conoce como el testamento de Heilgenstadt, dirigida a sus hermanos, en donde confiesa todo el amor que albergaba su corazón para toda la humanidad, y así llega a su testamento musical en el cuarto movimiento de la novena, al declarar el deseo del que todos los hombres sean felices.

Era viernes al atardecer el Theater am Karmtor, resplandece con la luminosidad y las expectativas del estreno, lleno de publico entre los que se encuentra Franz Schubert y Czerny. El público respira como un enorme animal preparándose a dar el salto, después de 12 años lejos de la escena, aislado pero inmerso en tiempo pleno en creatividad; compuso sin freno, una misa, cuatro cuartetos para cuerdas, su última sonata para piano, conciertos para violonchelo, para violín, quintetos de cuerdas, bagatelas y seis variaciones para piano.

Ludwig van Beethoven, el músico vivo más importante del mundo volvía a dirigir una orquesta y a presentar su Novena sinfonía, la sinfonía seria dirigida por el propio Beethoven, entre movimientos, rompiendo las reglas, el público aplaudía, gritos exaltados,  el público parecía de fanáticos de estos tiempos,  nunca  antes se había escuchado música semejante.

Al final,  cuando el coro canta los versos de Schiller:   “Abrazos millones de hermanos, este es un beso para el mundo entero”, el público lanzó sombreros, guantes, bastones, pañuelos, flores al escenario, ayes de éxtasis, el público se estremece en un gran orgasmo, llegando al éxtasis, aplauden y gritan, estremeciendo todo el teatro.

Beethoven.

Beethoven, indiferente al publico, de espaldas, parecía que no oía la algarabía, ni sabia lo que ocurría,  Carolina Unter la contralto se da cuenta de lo que ocurre, lo busca , lo toma del brazo, lo hace girar y lo coloca frente al publico, 2000  personas en éxtasis lo aclaman y agitan sus pañuelos,  el sudor de los músicos , son pequeñitas perlas temblorosas , los instrumentos resplandecen, iluminados por una luz otra que no es la del escenario; de pie  junto a la orquesta Beethoven es un sol, una lágrima corre por sus mejilla como una estrella , sus labios murmuran gracias al creador y a la creación, sonríe, sordo  a los aplausos del hombre  escucha la música universal canta, como si todo volviera a nacer en un nuevo año para toda la humanidad y a creación entera:

“…Si no encuentras la alegría en esta tierra, búscala hermano más allá de las estrellas… Ven canta conmigo, sueña cantando a un nuevo sol, en el que los hombres volverán a ser hermanos…”

El tiempo se hizo nuevo, la eternidad fue en un instante, y la música de Beethoven nos acompañará por siempre.