Francois Villón, poeta francés del siglo XV nos ha dejado una imagen un poco extraña sobre el ahorcado. Una extraña sensación de impotencia, vacío y soledad. Y digo extraña porque sabiéndose condenado, él mismo construyó su propia imagen. La imagen de Villon es esta: Un cuerpo danzando al ritmo de la brisa, colgado de una soga y atado a un árbol. Al poco tiempo será un cuerpo lavado por la lluvia, seco por el viento, tostado por el sol y desvencijado por los cuervos y las aves rapaces. Sin embargo, el ahorcado de Villón tiene otro sentido. Lo que nos deja en su poema La danza de los ahorcados es quizás un capricho, una carcajada o más bien, una injuria al interés del verdugo por querer degradar la persona a su más mínima expresión. ¿Por qué digo esto? Porque Villon fue un hombre que se burló de la vida y al mismo tiempo desafió la muerte. Era un habitué vulgar de las tabernas parisinas y del bajo mundo de su época, ladrón, asesino y pandillero. Sabía que iba a ser ejecutado y la noche anterior a su ejecución dejó un testimonio a carcajadas sobre el papel. Digo a carcajadas porque en su poema sobre el ahorcado no hay angustia posible. No hay ningún arrepentimiento, si no, un rastro de cinismo.
Más que poema, lo de Villon es un epitafio. Precisamente así lo dejó en su manuscrito (Lepithape de Villon). En vez de la tristeza, nos dejó la burla y su agazapada ironía. Este hombre no me parece un poeta cualquiera, hoy, por causa de su risa pertenece al parnaso de los poetas clásicos de la Francia del siglo XV y está enclavado en lugar preferencial dentro del grupo de los poetas malditos. A mí me da la idea de que su risa se parece mucho a la de Erasmo en El elogio de la locura, porque veo en Villón una risa punzante y acuchillada que envenena los siglos.
A pesar del espectro de Villon, también la época de la Santa inquisición nos dejó una imagen conmovedora del ahorcado, capaz de sobrecoger el universo completo. Pues se sostiene en el lomo de una danza de la que no puede zafarse, sobre todo porque el ahorcado de ese período funesto de la historia se concentró en la angustia de su propia muerte, sencillamente por haber abjurado en contra de los dones y las bondades de la iglesia católica.
Mientras que Villón, un siervo creyente de Dios se concentró en la burla y por eso pudo escapar junto con una carcajada. Se dice que estando preso para ser ejecutado, el manuscrito de La danza de los ahorcados fue encontrado en la celda, mientras que a Villon no lo llegaron a ejecutar porque le conmutaron la pena. Tampoco se sabe de las circunstancias de su desaparición, ni del origen de su muerte.
¿Cuál es el gen que acompaña a este niño huérfano, quien aludiendo a su próxima muerte se burla del universo? ¿En realidad quién era Villón?. Un loco satírico, un aluciado consciente y creativo; un vividor en el sentido amplio de la palabra. Después de imaginarse ahorcado su único refugio era el cielo. Así que apelando a Dios y a la Virgen María su alma se la entregó a los pájaros y decidió volar hacia otra latitud. A mi me parece que Villon fue un irónico recalcitrante. Después que cometía su crimen gestionaba su perdón como si el dolor ajeno no existiera. Así lo hizo cuando asesinó a un cura y apenas pudo salir huyendo de París.
¿Podríamos asegurar que la horca es una forma primitiva de ejecución? ¿Este tipo de castigo es propio de las civilizaciones antiguas o modernas? Hay un ahorcado contemporáneo que se justifica según sus verdugos: En la época de la esclavitud esta fue una marca específica de castigo ejemplar para amedrentar al esclavo. En el siglo XV Girolamo Savonarola, el célebre organizador de la hoguera de las vanidades fue castigado con la horca porque se excedió en sus prédicas contra la iglesia católica y en contra del Papa Paulo VI. A través de la historia la horca ha sido una pena infamante y ha servido para ridiculizar a las personas y restarles méritos. El ejemplo más palmario son los juicios de Nuremberg en contra de los principales jerarcas civiles y militares del nazismo alemán en 1945, quienes consideraban que merecían una pena más apremiante y menos infamante y ellos entendían que en vez de ahorcados debían ser fusilados.
Durante la guerra de secesión estadounidense la horca se convirtió en la mejor forma de degradar al enemigo y en la revolución mexicana esta práctica fue casi un arma de guerra. Hoy, en el México moderno del narcotráfico y el crimen organizado, encontramos un ahorcado industrial, rústico, sin magia y sin destino. Desposeído de canto y de belleza. Un ahorcado espectral que huele a muerte, a crimen y a llaga.
Un ahorcado que en vez de lluvia, tiene en sus ojos de asombro dos lágrimas negras y, arrojado a sus pies un bosque de maguey en cuyas espinas se solaza la muerte.
La pintura universal registra una idea impresionista del ahorcado en un cuadro de Paul Cézanne. La casa del hombre ahorcado es un lienzo del siglo XIX, en cuyos trazos se siente la casa desierta y desamparada como el alma del dueño. Despeluñada y desvencijada como su rostro. ¿Tiene duendes esta casa? ¿Tiene recuerdos, tiene historia? ¿A caso se precisa de un alma que ronda por sus frías paredes? Parece que Rembrandt pudo atrapar en ella su atmósfera, en la que se descubre cierto estado indefinido de melancolía y la casa, en vez de risa, como la celda de Villon, deja en los ojos del espectador una lágrima negra convertida en metal indecible.
También en la literatura universal el ahorcado está situado en el mapa imaginario. El escritor norteamericano Ambrose Bierce lo ha fijado en un cuento titulado Un suceso sobre el puente del riachuelo del búho. En el ahorcado del puente de Bierce, la imagen que tenemos es fantástica en función del tiempo. Es tan fugaz que a apenas tarda el instante que toma el general para dar la orden de ejecución y en lo que aquel hombre condenado a muerte se imagina el momento en el que se quiebra la soga. El río está debajo y el hombre escapa montado en el caballete de una ola. Esta es una muestra de que el ahorcado gestiona su balada según sus intereses: En Rembrandt es el lienzo, en Bierce es el agua, y en Villon son la risa y la palabra, sin embargo todos estos destinos y sus diferentes formas del dolor forman parte y son propios de la naturaleza humana de la que no podemos sustraernos jamás.