"El amor no conoce su propia profundidad hasta la hora de la separación" – Kahlil Gibran.
El poema "Una canción desesperada", del libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda, es una de las obras literarias más célebres de este poeta chileno. En este poema, Neruda manifiesta los signos que deja la tristeza y el olvido en el entorno de un vínculo, donde un hombre que ama va entregando su alma y su corazón. La voz que resuena en el poema sintetiza la tormentosa separación por la que atraviesa el sujeto lírico, abordando la desolación que se siente al ser abandonado. Aunque fue escrito hace tanto tiempo, "Una canción desesperada" sigue logrando capturar la naturaleza de los sentimientos humanos, insondables y absolutos. Expresa los estragos sensibles que siguen a la privación de un amor: el sentir devastador y la lucha por hallar la recuperación en medio del caos.
En su poética, Neruda refleja una fijación, una indagación por lo moderno, una experimentación con lo geológico. Convoca a los lectores a experimentar sensaciones y a encontrar aliento en lo bello de sus palabras. El poeta enfrenta la reminiscencia, la saudade, el desamparo, que grita: "El corredor negro me está atrayendo, me arrastra." El primer verso es como la soledad de la quietud que no se quiere: "Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy. El río anuda al mar su lamento obstinado." El recuerdo juega aquí una mala pasada: resurge un pasado cruel en el presente. Esta evocación ocurre porque el sujeto lírico está sumido en las sombras. Es terrible recordar una época de felicidad en medio del más absoluto desasosiego.
"Abandonado como los muelles en el alba. Es la hora de partir. ¡Oh, abandonado! Sobre mi corazón llueven frías corolas. ¡Oh, sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!" Nunca ella anunció su despedida, retorciendo su espejo, amarrando su alma preñada de acertijos. En esta prosopopeya se emplea la similitud, y una metáfora desquicia: "De ti alzaron las alas los pájaros del canto. Todo te lo tragaste, como la lejanía, como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio." ¡Cuántos recuerdos duros, cuánta pena por su partida! Tanto destrozo en el abandono de su amada. El autor hace otra comparación al describir la tristeza que lo consume en este canto, que es un alarido que devora los otros veinte poemas de amor.
Neruda utiliza diversos recursos literarios para plasmar lo difícil que es el amor. Se sirve de imágenes que relacionan su amor con elementos de la creación: "Oh carne mía, carne mía, mujer que amé y perdí, a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto." Hace uso de la gradación. ¡Qué dolor insoportable y desesperado del corazón! Ayunando la desdicha, atravesando emocionalmente ese momento vital y despiadado. Experimentando lo lastimoso de la admisión de un quiebre. Lo peligroso del amor es que, al agotarse, la remembranza despedaza. En el amor siempre mora el desamor, y en el desamor palpita el deseo de mostrar el golpe que ha dado el ser amado.
La literatura está habitada por resentimiento afectuoso. Los escritores manifiestan la curvatura del amor, llegando a la línea divisoria del desamor, a sus espacios claros y oscuros para transformarlos en libros, en creaciones: "Como un vaso albergaste la infinita ternura, y el infinito olvido te trizó como a un vaso." Cuando un abrazo falta y está tan lejos… ¿Habrá un milagro prestidigitador? "Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta. Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro." Nos da a entender que su amada fue muy especial, fundamental en su vida. Ella era todo lo que él necesitaba y buscaba. Esa joya que resplandecía dentro de sus ojos. Ese chorro de luz que le bautizaba el alma. ¿Acaso valió la pena morder esa fruta carnal? ¿Esos momentos fugaces de pasión merecieron tanto amor?
Todo fue tan diferente: el color de las estrellas y cada matiz del mar. Pero ella no dejó ningún indicio al irse. "Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas, aún los racimos arden picoteados de pájaros." El poeta no quiere admitir que todo acabó, grita con la fuerza que le queda: las cenizas del pasado arden, el fuego de su amor crepita. Ignora la ventana hostil y complicada, para no mirar a través de ella la realidad que se vislumbra. El deseo lo consume. Prende sus instintos. Se desborda, pero luego, en un lamento, esa vela se extingue irremediablemente con su última luz azul: "Oh, la boca mordida, Oh, los besados miembros, Oh los hambrientos dientes, Oh, los cuerpos trenzados." ¡Cuánto erotismo desnudado! ¡Qué estallido de sensualidad! Qué sucesión intensa de pasión. Estos versos nos dirigen hacia esa atadura que unió el deseo del cuerpo, pero que no logró ligar el corazón, y ese fracaso resultó mortal para el escritor. ¿Fue tan difícil convertir lo fugaz en perpetuo? ¡Oh, infortunio! Desventura maldita.
Pablo Neruda recorre, en un continuo remiendo, la senda de la rememoración de lo que fue para descender forzosamente en lo que nunca podría ser. La ventura, el deseo, comieron abejas de hiel y cianuro. Las rosas felices de siempre se marchitaron. Hermosa prosopopeya e hipérbole en estos versos colgados y asfixiados en la memoria. Él sentía que eran tan cercanos para el amor, desbordándose como una catarata, sin sostén, sin ángulos definidos, en sus manantiales turbios, corriendo sus aguas bien abajo. "Oh, sentina de escombros, en ti todo caía, qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron."
El asombro de las circunstancias vividas en ese tórrido romance se adueña del vocablo mélico para declarar su realidad. Un barco navegando hacia el debacle, a una hecatombe con una brújula tan loca, cubierta de niebla. "Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes. Oh, sentina de escombros, pozo abierto y amargo." Este poema sobre la desesperación es uno de los más hermosos que se han escrito. El poeta está ahí, aguantando todos los embates del destino, mientras suena un gong inesperado que anuncia desgracia tras desgracia. Pablo, entre sus versos alejandrinos y su versificación que estremece, con su estilo intimista y sensual, nos atrapa en su cosmos de sentimientos. La sonoridad corre a través de sus metáforas, que encantan. Es sorprendente cómo sabe mezclar la naturalidad con lo insondable en sus palabras. Nos sumerge en su habilidad para colorear estampas realistas en su lenguaje. La interpretación de su poesía es una vivencia sensitiva.
"De tumbo en tumbo, aún llameaste y cantaste de pie, como un marino en la proa de un barco." La emocionalidad se manifiesta con fervor y profundidad. La abundancia gramatical nos sigue cautivando. Este poema, con su huella indeleble, siempre atrapará a los lectores. ¿Ardor embriagador? Hubo un vínculo intenso entre estos amantes. Lo intenso de este romance se hace más tangible cuando el poema corre a través de su estructura. La orquesta de la tierra tocaba tan fuerte, como si la muerte la invocara. Un canto con todas las tesituras machacadas en una ópera de horror. Marinero viendo su barco cargado de sueños ficticios cruzando otro andén. "Es la hora de partir, la dura y fría hora que la noche sujeta todo horario."
¿Por qué tanto sufrimiento? La dimensión del dolor por la partida es abstracta, no tiene explicación ni lógica. La hora cero, la hora determinante. ¿Cómo quitar ese tinte de desesperación? Nadie sabe cómo es el grito de desesperación cuando se vive con el recuerdo del que se ha marchado. Solo él sabía lo que era tener un cementerio en el alma. Solo él, en este poema tan crudo, tan duro, podría saber el grito que estallaba en esa noche de sombra, que estremecía todo lo que añoraba. Va dejándola ir, lo ha abandonado. Sus recuerdos naufragan en su mente. Es tan fuerte el ambiente melancólico, se resigna a su soledad. La desesperanza cubre cada segundo en ese reloj enmohecido. "El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa. Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros." Su playa está negra. Los pájaros duendes chillan el más cruel alarido. Todo está oscuro, un siniestro letal se abalanzó sobre la alegría. Sin aves traicioneras, la noche lloró y se cerró, dejando sin brillo las estrellas, como fantasmas vagando. Y ese reloj marcando, enloqueciendo el alma. El reloj de la partida eterna.
El ahora discurre sin el mar por los extravíos de la vida, acompañando la brújula falaz que lo desvió, llevándolo por la calima con el corazón lleno de remembranzas, y solo regresando en la alborada del turbión. "Abandonado como los muelles en el alba. Solo la sombra trémula se retuerce en mis manos." Recordando todo lo que soñó que fuera: los despojos del hundimiento olvidado en el piélago, cayendo amarrado al suelo, cayendo, teniendo un hoy con abismo y no ese convite de amor pasado.
El poema culmina con una angustia desbordante. "Ah, más allá de todo. Ah, más allá de todo. Es la hora de partir. ¡Oh, abandonado!" Alejándose, yéndose, escapando como una noche rápida, como un día que se quiere secuestrar, dejando los sueños irse sin poder olvidarlos. Siempre escarbando una causa, preguntándose: Si me entregué con tanto amor, ¿por qué esta lejanía? ¿Por qué el olvido, amada? ¿En qué fallé? Si en su corazón forjó su nombre como un tatuaje inolvidable. Ahora solo quedaba recordarla, queriéndola, deseándola, amarrándola a su memoria selectiva. Martirizándose una y otra vez: ¿Por qué me abandonaste, quebrándome el alma que era toda tuya?
Abandonándome como la niebla que se desdibuja y se esfuma. ¿Por qué? Abandonándome en este filo atroz del tiempo que me destroza, me parte y me deja como si ya no fuera nada. Trágica hora de partir, donde esos pájaros ausentes, duendes de su vida y la de él, cantan al silencio, alumbrando su desfiladero de vocablos en tropel, convocando un final perverso mientras va abandonándose al olvido. Una canción desesperada brota del alma, transparentando dolor, cegando con su rayo despiadado. En este mar, que ahora es su desierto, el espejo de ella hará añicos su osamenta, sin que le importe. Con esta despedida no volverá a sentir su espejo, solo nada.
Embriaga el tono protagónico del lenguaje, que es tan dominante. Es una furia que piensa, un amor transformador. Su carga emocional envuelve y aniquila. ¡Cuánto amor alterador! Pablo Neruda, en esta canción desesperada, se siente irremediablemente abandonado. Un abandonado que siempre, para nosotros, al leer este poema cruel, será inolvidable. ¡Oh, inolvidable, por siempre abandonado! ¡Oh, olvidado, abandonado, inolvidable!