El tiempo
El arte es la expresión más elevada de la existencia humana, por eso perdura en el tiempo y nos embelesa. Y es así porque el arte recoge y transforma cuanto de negativo y positivo han legado las diferentes civilizaciones.
Aunque el arte debe producir placer, está signado por el dolor, pues el artista, el creador, vive sometido consciente o inconscientemente a los avatares de la vida, se nutre de ellos y luego los transforma hasta convertirlos en obras que trasciendan la cotidianidad. El creador vuelca sus energías, sus ideas y pensamientos desde su realidad inmediata, convierte lo efímero en duradero, lo grotesco en bello y lo absurdo en propuesta de vida. De ahí, ninguna pandemia, desde las plagas bíblicas y la plaga de Justiniano, en la antigüedad, hasta nuestros días (recordemos que el siglo XX fue azotado por numerosas y terribles pandemias y ya en el siglo XXI hemos padecido por lo menos tres), ha podido detener el desarrollo del arte.
Son muchas las pandemias que han socavado la base espiritual, social y económica de la humanidad, y sin embargo el arte, tras duro batallar, ha sobrevivido a todas. Claro, las medidas de confinamiento de esta última pandemia originada por el SARS-CoV-2, coronavirus causante de la pandemia nombrada por la Organización Mundial de la Salud como COVID-19, han paralizado la economía; los teatros y las salas de exhibición se han cerrado. Las artes escénicas, orquestas sinfónicas y populares, y las compañías y colectivos de danza se han visto seriamente afectados, mas este trance no ha representado el estancamiento ni la muerte de ninguna de las manifestaciones artísticas, por el contrario, muchas de estas se han reinventado y en el intento han ganado más terreno y prestigio.
Dolor y desgracia
Toda pandemia es dolor y desgracia, y tema inagotable en la visión universal de los artistas. He ahí por qué el arte ha tenido tanta presencia en esos momentos de terribles dificultades. En cada peste han surgido libros fantásticos, sinfonías memorables, poemas estremecedores, piezas teatrales innovadoras y obras pictóricas excepcionales. Muchos han sido los artistas plásticos que han plasmado en sus obras la dimensión de cada pandemia, tales como, por mencionar solo algunas: “Enterrando a las víctimas de la peste de Tournai”, Anónimo, 1349; “Triunfo de la muerte”, Miniatura, Anónimo, siglo XV; “El triunfo de la muerte”, Peater Bruhegel, 1560; “El sangrador”, Michael Ostendorfer, 1555; y “La plaza del mercado de Nápoles durante la peste de 1656”, Doménico Gargiulo, 1612-1679.
En la literatura, la Edad Media marcó un hito a causa de la bacteria Yersinia pestis, que impactó en todo sentido a la sociedad, pues fue la causante de la peste negra, o peste bubónica. La Danza de la muerte o la Danza macabra data de esa época. La obra, de autor anónimo, es un diálogo en verso escenificado, explora la universalidad de la muerte. En dichos versos, una persona representa a la muerte, y llama a otras de distintas edades y clases sociales a danzar con ella alrededor de una tumba. En ese tiempo, la Danza macabra representó un recordatorio de la fugacidad de la vida y la inutilidad de los placeres terrenales. Mucho más tarde, Daniel Defoe (1660-1731), autor conocido más que todo por su Robinson Crusoe, aporta otros antecedentes en el año de la peste, donde relata cómo Inglaterra, que hasta entonces se había escapado de la enfermedad por su insularidad, fue finalmente afectada por una gran pandemia en 1665. Pieter Brueghel el Viejo, por su parte, realizó una de las obras más representativas basadas en la peste: El triunfo de la muerte. La peste también quedó plasmada en obras como Encuentro entre los tres muertos y los tres vivos, con una temática similar a la Danza macabra (ver: Herbert González Zymla, Universidad Complutense de Madrid, Dpto. Historia del Arte I (Medieval) hgonzale@pdi.ucm.es.). Claro, mucho antes que aparecieran los títulos mencionados, el poeta y filósofo romano Tito Lucrecio Caro (94- 55 o 50 a.n.e.), había sorprendido al mundo con su libro La Naturaleza (De rerum natura), del cual extraemos los versos siguientes:
Todos los habitantes a millares/ Se rendían al morbo y a la muerte: / La enfermedad cogía la cabeza/ Con fuego devorador, y se ponían/ Los ojos colorados y encendidos;/ Estaba la garganta interiormente/ Bañada de un sudor de negra sangre,/ Y el canal de la voz se iba cerrando/ En fuerza de las úlceras; la lengua, / Intérprete del alma, ensangrentada,/ Débil con el dolor, pesada, inmóvil,/ Áspera al tacto: cuando descendía/ Después aquel humor dañoso al pecho/ Desde las fauces, y se recogía/ Alrededor del corazón enfermo,/ Entonces los apoyos de la vida/ A un tiempo vacilaban, y la boca/ De adentro un olor fétido exhalaba/ Como el de los cadáveres podridos.