Retomar el origen

Pero volvamos atrás, al principio, es decir al origen, al instante en que el niño carga a la recién nacida. ¿Qué significó esa oportunidad en la vida de ambos? Pues nada más y nada menos que un derroche de emociones jamás sentidas y la necesidad de expresarse oral y gestualmente para darle sentido y valor a la comunicación humana, sin la cual no hubiese habido el desarrollo intelectual, científico y tecnológico que ha conocido la humanidad. O sea, ellos tuvieron conciencia o en todo caso una aproximación a ella, a la conciencia, de que la vida no es posible sin niveles atendibles de raciocinio y comunicación.

Pasado un tiempo y habiendo incursionado los comunitarios en lugares más asequibles al desarrollo humano, fueron capaces de crear un lenguaje particular y de inventar herramientas que les permitieron dar un salto cuantitativo en su sistema de vida.

Un día, cansado ya de tanto trueque, es decir de intercambiar frutas por vegetales, por ejemplo, o víveres por animales, a uno de aquellos habitantes se le ocurrió la idea de acuñar un pedazo de hojalata, que había aparecido ante él como por obra y gracia del destino. Hizo un diseño y logrado el invento se produjo un cambio radical en la dinámica social de la comunidad. Tan prodigioso hecho devino en progreso, con sus respectivas contradicciones. De esto es fácil colegir que el inventor ignoraba que su obra tendría en lo inmediato un valor artesanal y artístico, y que muchos siglos antes de acontecer este episodio, en otras regiones del globo terráqueo había nacido lo que se bautizó con el mágico nombre de moneda.

El tránsito del tiempo

A través del intercambio comercial se fueron tejiendo los elementos culturales de cada tribu o etnia en particular, los cuales se ensancharon en la medida en que dichos intercambios alcanzaban mayor desarrollo social y económico, y dieron origen al dinero.

Carlos Marx, quien dedicara su vida a estudiar el dinero, a pesar de que, como él mismo diría: “Seguramente es la primera vez que nadie escribe acerca del dinero con tanta falta de él” (citado en Mehring),  señala en su obra El Capital que el dinero no surge como resultado de acuerdos entre individuos, o como consecuencia  de leyes o decretos estatales sino espontáneamente en virtud de la evolución de la producción mercantil y el desarrollo lógico e histórico del proceso de cambio.  Nosotros, por nuestra parte, entendemos, como él, que de toda relación humana surgen valores espirituales y materiales que al entrelazarse son portadores de nuevos modelos en la conducta de los pueblos, hacedores de importantes hitos en la dinámica patrimonial de los creadores de arte que intervienen en dicha relación. Es un proceso dialéctico que se da de forma natural  en la naturaleza y en la sociedad. El agua es portadora de vida en la tierra, la que a su vez se nutre de sol, y así sucesivamente, hasta lograr un sincretismo que estigmatiza el rumbo de nuestra existencia.

De la misma manera que sería absurdo pensar o imaginar la vida sin el conglomerado de componentes que la conforman e inciden directamente en ella, sería igualmente absurdo creer que las relaciones humanas podrían subsistir sin la simbiosis que se desprende de las actividades culturales, entre ellas la económica, porque es la cultura la que crea la necesidad de la presencia económica en las relaciones humanas y la impulsa hasta convertirla en una herramienta fundamental y trascendental en la evolución y transformación de las sociedades y, por tanto, de la cultura en general, entendiendo como cultura todo aquello que emana del bien social común, y en esto la moneda ha jugado un rol protagónico.

Detengámonos aquí porque lo que sigue lo recoge la Historia mejor que nosotros, y para ser fiel a ella no podemos especular ni inventarnos historias fabulosas, aunque la Historia en sí está cargada de fábulas y mitos que enriquecen nuestro acervo cultural. Para ello, tenemos que remontarnos a la antigüedad y reencontrarnos con la capacidad creativa e inventiva de sus pobladores.

Haffe Serulle en Acento.com.do