Preámbulo necesario
Antes de adentrarnos en el tema que hemos elegido para iniciar esta Primera Temporada de Teatro Banreservas, en Santiago, debo dejar constancia de que tan importante jornada cultural no hubiera sido posible sin la comprensión y el estímulo del Administrador General del Banco de Reservas de la República Dominicana, Señor Samuel Pereyra, ni sin la presencia del Director General de Relaciones Públicas de tan prestigiosa institución bancaria, señor Wilson Rodríguez, porque fue él quien ideó y le dio forma a este proyecto, y nos llevó a asumirlo con la pasión, disciplina y persistencia que lo caracterizan. También debo agradecer el desempeño logístico de la señora Silvia Hazoury Ruiz, Gerente Administrativa, Relaciones Públicas, así como la entusiasta participación de decenas de empleados del Banreservas, que se entregaron con cuerpo y alma a los pormenores de este evento.
La idea de apoyar y valorar en su justa medida la importancia del arte y la cultura en el desarrollo económico de los pueblos late profundamente en los corazones de los señores Samuel Pereyra y Wilson Rodríguez. De ahí que el Banreservas se haya propuesto impulsar actividades artísticas como nunca antes, en el entendido de que es una inversión vital para alcanzar las metas deseadas por el pueblo: las de vivir en una sociedad inclusiva y equitativa. Ojalá que este impulso sea aprehendido y copiado por todas las instituciones públicas y privadas del país: ¡qué gran salto daríamos como pueblo y nación! ¡Cuánto creceríamos intelectual y materialmente!
Introducción a una historia
Hace tiempo concebí una historia breve y sencilla, mas hasta hoy, y sin que entienda la razón, he obviado escribirla. A veces, en nuestro contexto se producen acontecimientos que nos alejan o distraen de lo más perentorio o necesario para la tranquilidad de nuestro espíritu y es mucho tiempo después cuando retomamos aquello que aparentemente habíamos perdido. En cuanto a esa historia concebida por mí, y que no he escrito, hoy ha vuelto a asediarme, pero no para que yo la escriba, sino con el fin de llevarme al tema que anuncia este encuentro. De forma que convendría decir de qué se trata y después, solo después, escudriñar el tema referido, más de las ciencias sociales que de la literatura.
La historia en cuestión
Se trata de una niña que al nacer fue abandonada en una planicie solitaria. Por suerte para ella, en algún lugar de aquella soledad vivía un niño de unos seis o siete años, que también había sido abandonado. Dueño de una entereza singular, supo vencer las inclemencias del sol y las hostilidades de la noche. Acostumbrado a vivir entre saltamontes, cactus y piedras, su organismo se adaptó a subsistir con lo poco que le ofrecía su entorno.
Como es de esperarse, el niño no conocía la importancia de la palabra, pero dominaba los sonidos que emanaban de su contacto con la naturaleza. Pasados varios días y algunas noches, y horas antes de que el sol le diera paso a la luna, el crío salió a rastrear nuevos caminos, nuevas rutas y nuevas posibilidades de mejoría en su vida. Claro, obró inconscientemente porque ¿qué iba a saber él que existía la posibilidad de una mejor vida que la suya si no había tenido contacto con ningún otro ser humano ni referentes consustanciales a espacios ajenos y divergentes a los de su conocimiento?
Si añadiéramos a esta narración una música de suspenso, nos animaríamos posiblemente a escribir las peripecias de la travesía del niño, pero esto alargaría demasiado nuestra intervención, y no se trata de eso. Lo que sí no podemos dejar pasar por alto es que echada la noche sobre las tierras baldías, y habiendo recorrido ya un buen trecho, nuestro personaje se encontró con el cuerpo desnudo y desnutrido de la recién nacida. Él no vaciló en cargarla en sus brazos, y a partir de este trascendental episodio la historia daría un giro de más de trescientos sesenta grados. Puesto que el giro dejó a su derredor una densa polvareda, no nos fue posible ver qué sucedió en los días, meses y años siguientes. Esa parte tendrán que imaginársela ustedes, queridos oyentes. Mucho tiempo después, esfumada la polvareda, y tras haber dado brincos por los breñales de nuevos territorios, la pareja se presentó ante nosotros con seis hijos sobre los hombros.
De sus hijos, tres eran hembras y tres eran varones. Se unieron entre ellos. Sus descendientes hicieron lo mismo, y así hasta el florecimiento de una población inimaginable, con sus consecuentes costumbres y con las dificultades propias de toda convivencia humana. En su caso, y para entrar en el tema de esta intervención mía, convinieron en intercambiar bienes a fin de cubrir sus necesidades diarias.