Varios filósofos asumen que esa extraña dimensión de la vida cotidiana que hemos llamado tiempo, se mueve en espiral, por lo que volvemos, siempre sin querer, por contingencia o azar de la memoria, a vivir episodios indelebles. Aunque esos eventos tengan un carácter colectivo, social, como el caso del Encuentro Internacional de Escritores Pablo Neruda, se mueve una íntima microhistoria, unas emociones reeditadas, un placer, en fin, que nos devuelve la certidumbre de confesar que hemos vivido.
Casi veinte años después de este singular acto monumental de las letras latinoamericanas, tropecé con la Suma Literaria de Saul Yurkievich, poeta y crítico argentino, y me sobrecogí de emoción: él estuvo entre los invitados. Recuerdo vívidamente a este escritor que llegó vestido color lila y pantuflas, cuando nos tocó recogerlo en el aeropuerto. Hoy, que tengo el honor de presentar la segunda edición de este libro, que recoge las ponencias del más relevante evento de las letras realizado en nuestro país, se repite ese placer estético de revivir la proximidad de voces fundamentales de las letras hispanoamericanas.
En 1966 Yurkievich conoce en París a Cortázar. Ese viaje forzado por cuestiones políticas sienta las bases y maduración de su mirada crítica a la literatura latinoamericana. En su obra de 1971, sitúa a Neruda entre los vanguardistas latinoamericanos y lo define como precursor de la literatura comprometida y creador de originalidades en lo que el llamó poesía épica/lirica.
Otra figura relevante en esos años ochenta, fue Emil Rodríguez Monegal, brillante crítico de la obra nerudiana, quien dimensiona al poeta chileno más allá de los corsés ideológicos y lo sitúa en las coordenadas del lirismo. Habiendo conocido personalmente al poeta de Isla Negra, Monegal realiza un estudio: el viajero inmóvil, oxímoron que refiere a la búsqueda de las raíces en la obra de Neruda. Fue publicado por la editorial Losada, a finales de la década de los sesenta del siglo pasado. El triunfo del amor sobre la muerte, la reacción de Neruda contra su propia obra: residencia en la tierra; allí revela el crítico el pleno delirio creador, la inmersión a los fundamentos del ser, premisas, digo yo, de la poesía vital.
En ese contexto, debemos reseñar la presencia de Roberto Juarroz. Poseedor de un arte poético que rápidamente influyó en la naciente generación de escritores dominicanos. Resulta peculiar su análisis donde señala el encuentro de Neruda con Quevedo como marca en el hondón del poeta, temblor de algunas rupturas inaugurales. Analizando Residencia en la tierra –para muchos la obra mayor de Neruda –desde un paralelismo con el soneto quevediano y resaltando la innovación del ingenio y manejo del lenguaje alcanzados, lo define como encuentro de poesía mayor. Juarroz, en su brillante arqueología de los tesoros de Quevedo en el territorio poético de Neruda, revela la consumación metafísica de su enseñanza y la cosecha de una hermosa siembra.
Cuando el poeta José Mármol tuvo a bien presentar la primera edición de esta obra, rememoramos juntos la breve relación de nosotros –mozalbetes todavía –con hombres que ya habían marcado su trayecto crítico/creador; gracias a la terquedad de Mateo Morrison al confiar la decanía a poco tiempo de haber solicitado con timidez la membrecía al recién creado Taller Literario Cesar Vallejo.
En mi caso, tuve la encomienda de acompañar a José Kozer y Eduardo Galeano, voces heterogéneas que, sin embargo, siempre tuvieron algo que compartir en la sobremesa. Su cercanía obligaba a hurgar en las librerías de la ciudad hasta topar con Días y noches de amor y de guerra, y Las venas abiertas de América latina. La poesía de Kozer me llegó más tarde cuando tuve contacto, por la doctora Robin Derbi con los poemas de Eduardo Espina, que compartía con Kozer sus estrategias barrocas de abordaje textual.
Cuarenta años después aparecen compiladas y a disposición del público, en la obra Pablo Neruda y la Republica Dominicana, con selección y prólogo del poeta Mateo Morrison, las deslumbrantes ponencias y entrevistas de aquel Encuentro. ¿Qué función estética o social tendría poner en manos del lector contemporáneo tales memorias? Para responder, nos remitimos a la actualidad de estos discursos y debemos abismarnos en ellos como documentos históricos.
Una necesaria recuperación de la mirada marxista a la luz de nuestras realidades, la discusión sobre las ideologías y sus renglones hoy torcidos, propone Roberto Sosa. Pero no para volver a la receta de la vieja academia soviética, sino para discutir alcance límite y compromiso. Como el mismo afirma: “la revolución tiene infinitas trincheras y su misión esencial es la dignificación del hombre”. El hombre es lenguaje y el poeta guardián de la lengua que parece en riesgo hoy día. En la trinchera de la escritura, la revolución es comunión del pensamiento crítico posible en la riqueza de la lengua.
En otra brillante ponencia se pone en la mesa de discusión un tema tan actual como el papel del intelectual, “conjunto no homogéneo”. Llama la atención el concepto de tecnoestructura, propuesto por Juan Carmelo García, para abordar esta posible categorización sociográfica donde el escritor comparte espacio con filósofos y tecnólogos, definiéndose como catalizadores de conciencia
Resaltamos el abordaje de abordajes de Enrique Eusebio, sobre el problema lengua/escritura en Latinoamérica, recorrido que lo lleva a la búsqueda de “nuestra expresión” entre lo prestado y lo asumido. Nuestro americanismo donde cabe resaltar a José Carlos Mariátegui quien nos colocó ante la necesidad una relectura filosófica de nuestras realidades, que la ingenuidad de las izquierdas locales no logró comprender. Rubén Darío, no era el gesto francés ni epígono de la lengua española, sino de una lengua nacional, quizá transnacional, nuestra, americana.
Además de la Carta a Pablo Neruda, de Julio Cortázar; las entrevistas a escritores de la talla de Juan Bosch, Manuel Rueda, Aida Cartagena, entre otros. También se incluye el discurso de recepción del Nobel, pronunciado por Neruda en la Academia de Estocolmo:
Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía, más en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la consciencia: de la consciencia de ser hombre.
Dice, además, que los enemigos de la poesía están en la falta de concordancia del poeta. Ningún poeta tiene más enemigo esencial que su propia incapacidad.
Esperamos por mucho tiempo este texto. Estuvo vivo en la oralidad de todos los que tuvimos la fortuna de trabajar con deleite en la consumación de aquel evento que convirtió en capital de las letras latinoamericanas a nuestro país. Gracias al trabajo ininterrumpido de quien tiene el reconocimiento –además de laureado poeta –de ser el mejor gestor literario vivo de nuestras letras, a quien toda una generación deuda le tiene. Gracias por invitarnos otra vez a esta fiesta nerudiana.