Durante múltiples siglos las bibliotecas han ocupado un puesto de primer orden entre los avances más indispensables de la civilización. De hecho, el surgimiento de las bibliotecas marcó un punto de inflexión en la historia del conocimiento. De ahí la ineludible trascendencia que éstas representan en el mundo. Por ejemplo: casi todos los hombres insignes de la humanidad han tenido una biblioteca en su hogar. De ahí que jamás puede pasar por desapercibido el festejo de estos grandes oasis del ser humano que son las bibliotecas.
Es que está bastante claro que en una biblioteca no se adquiere únicamente cultura general, sino también placer y bienestar; por consiguiente, para no pocas personas, una biblioteca constituye un lugar hermoso, agradable y mágico. Ciertamente, una biblioteca es un lugar impregnado de exquisitez. Un lugar que hace las delicias de personas exquisitas. Una especie de paraíso en donde la felicidad reina por doquier. Y no necesariamente se requiere tener una biblioteca para leer en la medida de lo posible ni tampoco hay que ser un gran lector para sentir agrado con una biblioteca.
A un coleccionista de libros o a un amante de la lectura le basta con estar cerca de sus libros; le basta con estar próximo a su biblioteca. Quiere verlos, tocarlos, sentirlos; quiere moverlos, cuidarlos, hojearlos. El éxtasis que se siente es indescriptible. Es como coleccionar cuadros de pintura (el coleccionista los ve, los contempla, los analiza). Siente lo que siente un artista al dibujar o pintar un boceto o una obra de su preferencia. Siente lo que siente un poeta al leer un poema que recién ha escrito y corregido. Siente lo que siente una dama al contemplar y aproximarse a sus flores en su jardín. Una felicidad inmensa, inenarrable.
Afortunadamente, existen varios tipos de bibliotecas, pues éstas van desde biblioteca pública a biblioteca particular. Las hay, felizmente, de todos los tipos y clases; y, por supuesto, para todos los gustos y momentos. Unas están llenas de libros que versan sobre distintos temas; otras tienen libros de todos los géneros y condiciones; unas se componen de muchos libros; y otras, de pocos; pero son bibliotecas, al fin y al cabo.
En ellas tienen lugar los libros de divulgación científica, los poemas, cuentos, novelas, dramas, comedias, aforismos, ensayos literarios, artículos y tratados filosóficos y doctrinales; y más, mucho más; es, pues, una selección de libros siempre a gusto con los lectores que las poseen.
Los europeos, verbigracia, no conciben la construcción de una vivienda sin incluir un cuarto de estudio, el cual funge como biblioteca. Es que una biblioteca personal o particular resulta indispensable en la vida de todo profesional, independientemente de su profesión o área; pues no se concibe un buen profesional o investigador sin la lectura; pero, claro es, las bibliotecas también son elementales para todo amante del conocimiento o de la Cultura en mayúscula (sea o no un profesional universitario).
Por más que algunos detractores de bibliotecas afirmen que éstas adolecen de una marcada obsolescencia en nuestros días y que, por ende, afirman que están en inminente vía de extinción, nos parece en cambio muy oportuno diferir de semejante criterio. Respetamos sin embargo esos alegatos, pero nos parecen un prejuicio venido en su mayor proporción de acérrimos enemigos de los libros.
Es cierto que en estos tiempos modernos las bibliotecas particulares suelen ser digitales y físicas. El libro digital es necesario, sin duda alguna; pero, por confirmadas razones que no vienen al caso, el libro en físico también lo es y, por ende, no perecerá. Todas las bibliotecas son imprescindibles sin distinción de tipo y ni de clase, ya fuesen públicas o particulares, ya fuesen digitales o físicas…
No existe un tipo o clase de biblioteca que no sea indispensable. Pero, al menos en nuestro caso particular, si tuviésemos que dar preferencia a un solo tipo de biblioteca en específico, nos decantaríamos por la biblioteca personal o particular, que es la que cada lector forma a su gusto y que se compone de libros que a lo largo del tiempo han venido siendo poco a poco coleccionados, muchas veces de uno en uno (según sea el caso).
Cuando se tiene amor por los libros, es fácil formar una biblioteca particular. Compramos libros. Nos regalan libros. Vamos leyendo unos; otros esperan por nosotros. Y llega el tiempo en que, sin darnos cuenta, ya tenemos una biblioteca formada a nuestro gusto.
Para crearla es suficiente con amar los libros; sólo basta con dar el primer paso; se puede, pues, iniciar con un solo libro y, más tarde o más temprano, ya estaría formada la biblioteca. Incluso, hay bibliotecas particulares que sólo se componen de tres o cuatro o cinco libros, pero son bibliotecas a gusto de sus dueños, puesto que, felizmente, cada lector elige en su mayor proporción el modo de obtener su biblioteca personal y los tipos de libros que la integrarán. Es cuestión de gustos e intereses. Después de todo, cuando en verdad se aman los libros la pasión que se experimenta al respecto es desde luego maravillosa, inmensamente maravillosa; se trata, pues, de una aventura fascinante e inolvidable o, mejor dicho, de un viaje hacia el infinito.