Anticípome al tenaz desengaño de los tiempos:
conjugación inevitable de los verbos
asistiendo al día que me resta.
Apegado a la incógnita de la luz
aún mis gestos te interrogan
a punto de mi carne inerte y muda.
¿Acaso nuestro cuerpo es la tumba de la persona viva?
Los intermediarios de Dios que me lo expliquen
a partir de mi nacimiento en sus orígenes.
Esto se pudrirá en esta parte
imperceptible a pesar de la cuna,
la concupiscencia de la carne
o la moral infinita en Kant o el excedente del espíritu en Goethe.
Trayecto inverso al embrión y al feto
en ese encuentro del macho y la hembra
a la misma entrada del camino
prolongado por un instante de pecho
del niño que llora cuando la madre lo despecha.
¿Quién será el personaje antojadizo de la parca?
¿Tánatos, Átropos, Cronos?
No importa que tu ropaje seas multiforme:
caprichosa cortesana o el esqueleto de Caco Pelao blandiendo una hoz.
Los que te vieron entrar guardaron el secreto de los dioses
o algún rastro cual fuera tu apariencia.
No existen anticipos en la palma de las manos, la borra del café o las barajas.
El emperador Claudio murió asfixiado por una manzana
que tiró para atraparla con la boca.
“Nerón reinará, pero matará a su madre”, a juicio de los adivinos
a quienes Agripina consultó
con el deseo de colocar su hijo en el trono.
Además, la tormenta que apagó la hoguera donde
Ascleterión habría de morir devorado por los perros.
Así es.
Lo que tenemos en común sucede.