Ha salido un nuevo libro sobre la vida y los tiempos de Bourdain. ¿Su finalidad? Enriquecer al autor, porque arrojar luz sobre la depresión como enfermedad es una necesidad de occidente y de la modernidad, pero no es prerrogativa suya. Cada día más gente sucumbe ante su flagelo. Parece irónico: el suicidio de Anthony Bourdain prueba que, todavía, estamos lejos de entender al suicida, por cómo nos afecta.
La Anatomía de la Melancolía.
Lo que es, en todas sus clases, causas, síntomas, pronósticos, y algunas curas sugeridas, en tres partes: con sus secciones, miembros y subsecciones, filosóficamente, medicinalmente, abierta y cortada.
Por Demócritus Junior (Robert Burton)
Con un prefacio satírico conducente al siguiente desorden.
Parte uno.
La causa de la melancolía.
(se dice que Burton fue el primer psiquiatra en escribir un texto sobre psiquiatría/depresión… se suicidó por corte a la garganta el 27 de enero de 1639)
1
Esto va a dar trabajo. Decir lo que tengo que decir; permitiéndome el lujo de irme en una cuando lo amerite, y ser preciso, visceral, quirúrgico, cuando a su vez lo requiera, es un logro poco probable, y uno que —en toda esa probabilidad subjetiva— he de lograr, en cierto modo. Escribo esto porque quiero sacármelo del fondo del pecho, extirparlo de mi sistema cuanto antes.
Créanme. Ustedes se darán cuenta.
Primero lo primero. Hacer las preguntas correctas y, lo mejor, hacerse las preguntas correctas, certificando un hecho. No sabemos, yo no sé nada de la depresión, a pesar de que, durante años, con altas y bajas, la he sufrido y la sufro. Lo otro es que, entender la depresión partiendo de elucubraciones personales, no vale de nada… Si no es psiquiatra (o en su defecto, psicólogo) o depresivo; es decir, si no está de uno u otro lado del espectro. Dicho de otro modo: colóquese donde es. Si no sabe nada, entonces haga silencio hasta que lo sepa. Deje que los entendidos hablen; luego sacará sus conclusiones. Deje de —a través de su consternación— expresar su ignorancia. Pero eso es luego; no después, no justo cuando nos encontramos ante la puerta de la casa de la muerte.
Un punto de partida, o en su lugar, el punto de partida es la falta de serotonina. Si no entendemos eso, no entenderemos nada.
Lo segundo a que entender es que, una vez que esta enfermedad te toca, ya no hay vuelta atrás. No eres el mismo.
Parece simple. Demasiado simple. Que todo lo que sucede en la depresión tenga una razón de ser contenida en la falta de serotonina parece una necedad cósmica. Pero la realidad es que eso somos. Puros químicos balanceados perfectamente. Cuando el balance se pierde, todo, absolutamente todo se va al carajo.
Imagino que eso sucede con cualquier enfermedad crónica. Pero concentrémonos en la depresión. En la depresión ocurren infinidad de cosas; literalmente, como enfermo de depresión puedo decir que la falta de serotonina es el espacio más oscuro que he conocido. Es una sala gigante y oscura que oculta todos mis monstruos. Esos monstruos son míos. Es decir que he aprendido, poco a poco y con indecibles esfuerzos, a verlos mientras voy caminando, a voltear la mirada como si nada hubiera pasado, y a seguir mi camino como Juancito, tan campante.
A veces lo logro. A veces no.
Como los monstruos son míos y de nadie más, y cada quien tiene los suyos (por encima de una valoración cualitativa de dichos monstruos); y el carácter de cada uno de ellos es fruto de cada persona, el profesional de la conducta tiene en sus manos una caja de pandora. En otros términos, el psicólogo o el psiquiatra no saben qué les va a salir de dicha caja. Ellos tienen sus guías, eso sí. Pero mientras uno se decanta por la terapia, el otro opta por la medicación; entre tanto, el paciente se aboca al vacío.
Otra cosa. No se trata de evadirse. No.
No es tan fácil.
Hay veces en que hay que abrazarlos; otras, en las que hay que voltearles la mirada.
Eso.
De eso se trata.
De saber.
De desarrollar ese instinto de preservación.
La clave está en aprender a acomodar esa pequeña tragedia personal. A, como dice Cormac McCarthy, ponerla en su sitio, junto con las demás tragedias personales que nos ocurren mientras vivimos. Esas tragedias conforman una parte de nuestro carácter. Son, así como los momentos felices: nuestras tragedias. Y hay que abrazarlas sin reparos. Hacerles preguntas. Dialogar con ellas para entenderlas. Yo, que al igual que muchos otros artistas, imagino; las escribo, de la misma forma que un músico las escribe o las interpreta, o un pintor las pinta, o un escultor las esculpe.
El dicho, el meme aquél, es cierto; hay que tener cuidado, porque tú no sabes con qué monstruo estés bregando. Así que, se gentil. Lo que pasa es que el meme parece estar hecho para los humanos: pocos —o nadie— se llevan de él, hasta que no les pasa.
Lo cual me lleva a otro campo. Mi campo: la literatura.
Para poder explicarla, es indispensable que hable en mis términos… porque, verán, uno habla con y desde su equipaje. Que es, más o menos, el mismo que el de Virginia Woolf, Silvia Plath, Gilles Deleuze, Cesare Pavese, Hunter Thompson, Emilio Salgari, Yukio Mishima, Vladimir Mayakovski, Reinaldo Arenas, Ernest Hemingway, Guy Debord, Joaquín Edwards Bello… Parece mucha gente. Pero variando los contextos, ninguno de suicidó por la misma razón. Ojo. Lo que escribo, lo escribo desde el punto de vista de un escritor. ¿Que estoy idealizando al escritor? No lo creo… usted podrá creer lo que quiera.
El escritor no es como todo el mundo… cierto. Igual que cualquier otro artista. Piensen en Kurt Cobain, y todos los demás (Chris Cornell, Chester Bennington, Robin Williams, Sid Vicious, Philip Seymour Hoffman, Michael Hutchence, et all). Igual que un médico. Igual que un arquitecto (y así, la lista se ensancha en todas direcciones, hasta donde nos dé la ignorancia o la memoria).
Y es que, dejémonos de patrañas. Nadie es más que nadie, pero no todos somos iguales.
Pero algo seguro es que esto no constituye el monopolio del suicidio como gestión humana. Tampoco nos otorga un derecho exclusivo, ni siquiera privilegiado, por encima de los que se quitan la vida.
Veamos: Virginia Woolf escribió una de las más aplastantes notas suicidas de las que se tenga memoria, dirigida a su esposo Leonard, en la que le declara que está volviendo loca de nuevo; es una carta elocuentemente fría, como la escribe quien siente el frío del agua que ha de arropar todo su cuerpo, desde los pies. En este sentido, la carta no puede menos que ser catalogada como una iluminación breve, tan breve como encender un fósforo en una caverna, para entender la depresión, y sus ramificaciones hacia los otros muchos y más temibles monstruos de la conducta humana.
Encender un fósforo en la boca de la locura.
Querido:
Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que… Todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.
No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros.
V (irginia)
Luego de escribir la carta, Virginia Woolf se tiró al río.
No sé qué más decir. Salvo que las claves para algo parecido a su suicidio se encuentran en su literatura. Dispersas, eso sí…
En mi lista me faltó David Foster Wallace. Esta aparente dejadez tiene sus razones. DFW es especial para mí. Autor de uno de los libros de cuentos más memorables que he leído (Brief Interviews With Hideous Men), sin dejar de mencionar Infinite Jest, Ovlivion, y The Pale King(con esto no quiero decir que los otros libros de escritores que se han suicidado —de los que conozco— no sean memorables, en manera alguna).
“En cierta ocasión, DFW le comentó al crítico Larry McCaffrey que las Investigaciones Filosóficas de Wittgenstein eliminaban el solipsismo, pero no el horror. La única diferencia entre este nuevo enunciado y aquel otro en el Tractatus era que en lugar de estar atrapados solo en nuestros pensamientos privados, estábamos atrapados juntos, con otra gente, en la institución del lenguaje”. He aquí una hipótesis para los habituales laberintos textuales de DFW: es necesario leer su obra en clave filosófica, dice un columnista de Internet.
De ahí saco esta frase: “eliminaban el solipsismo, pero no el horror”. Devastador.
Ahí está. Pero el asunto es que, como yo, todo aquel que ha sentido el frío correrle por las venas, y ha tomado el toro por los cuernos, se dice: Yo he estado allí.
David Foster Wallace se suicidó, tengo entendido, mientras su esposa, quien exhibía una certeza devastadora de su depresión debido a que había vivido dos intentos de suicidio de su parte, salía a hacer diligencias y lo dejó solo en el garaje. No sé si estaba harta… Con lo cual abro esta puerta que nos da una idea de la humanidad que antecede a la muerte. Si estaba harta, entonces el evento contó con la dejadez que otorga el hábito; aún si ella misma no se daba cuenta. Si no estaba harta, entonces fue torpe al dejarlo solo… mortalmente torpe. Lo cierto es que ella lo amaba… porque, ¿quién permanece al lado de un suicida escritor por tantos años? Sobre todo, de alguien con un historial de dos intentos de suicidio —que sepamos—, ¿a cuenta de qué?
A la luz de tanto suicidio, parece que ellos saben algo que nosotros no sabemos. Y es ahí donde me viene a la mente la frase: desarrollar métodos dentro de la locura, ver la música dentro del ruido.
Pero entonces veo la película —muy mala, por cierto—The end of the tour, con Jason Segel (quien interpreta a DFW muy mediocremente: una bandana y fumando, como si eso diera), y Jesse Eisenberg, y ahí fue que me di cuenta. William Foster Wallace es uno de los más reveladores escritores de la modernidad. Pero ¿qué es la modernidad, salvo ese suspiro cósmico que todos nos tomamos como algo importante? Y, ¿qué es? ¿Qué importa, salvo que es una especie de eructo cósmico luego de uno ver de lo que es capaz el alma humana?
2
El día ocho de junio el mundo despertó para conocer la noticia de su muerte, calificable de atroz por quienes entendían que él lo tenía todo. Y hay que decirlo: unos entendidos que no entienden nada. O peor, ellos entienden que lo entienden todo, pero no entienden un carajo. Con sus palabras (aquello que, a golpe de repetición, como decía Goebbels, se ha convertido en absoluto, cuando en realidad es muestra de nuestra ignorancia la que habla), esas de que “lo tenía todo”, la gente busca expresar, en realidad, que no sabe (porque no lo comprende) agarrar un suicidio que escapa su capacidad de elucubración, y que rehúye de algo que no tiene: imaginación.
Que no se enteran de nada… Eso, incluyendo a la mamá del propio Tony; quien, quizá por estar adolorida, convaleciente por esa pérdida, que no se puede comparar con absolutamente nada en el mundo, ha dicho que (y vuelvo repetir, así como vuelve el perro arrepentido), él lo tenía todo… y que Tony era la última persona que ella pensaría haría algo semejante (hay que ver si lo dijo a los medios de comunicación en realidad. Quiero pensar que no, pero todo es posible).
Lo mismo Matt Gross, y toda una pléyade de imbéciles que, desde decir que Bourdain se suicidó porque no tenía a Cristo, hasta los que lanzaron una teoría descabellada. Que tenía a una red de prostitución infantil; Asia Argento pegando cuernos (a pesar de que hay fotos, pienso que ella pudo haber sido la puerta de salida de un monstruo escondido, y no el monstruo en sí, como se ha querido decir); y una trama de adicciones diversas, me dejan paralizado ante la reafirmación de la noción de que la gente no tiene nada que hacer… y de que “todas las cabezas giran cuando pasa la cacería”.
Lo de Anthony Bourdain es solo una muestra que oculta una tendencia que parecería casi irrevocable; todo el mundo parece estar cometiendo un lento, trágico, sobrecogedor, suicidio que se resume a un coqueteo constante con la muerte; una muerte en forma de alcohol, drogas, violencia, mala música, mal arte; así, sin querer morir —a la franca— las sociedades occidentales cometen todos los días actos que declaran su sed de muerte y, más aún, su miedo hacia ella.
Y es que todo el mundo —ya en un plano más íntimo— ha pensado en suicidarse, unos más que otros. Todo depende del nivel de tristeza. Hay quienes le dicen falta de serotonina, entre ellos psiquiatras frívolos que, al decir la verdad, creen que la tienen agarrada por ahí mismo. El suicidio es el único evento de la vida en que del dicho al hecho hay un corto trecho que, sin embargo, es más profundo que la Laguna Estigia. Y es que hay gente que tarda setenta, sesenta años en suicidarse… que se matan con alcohol y drogas disfrazados socialmente de bohemia, cuando en realidad lo que están haciendo es eso: suicidarse.
Un prestigioso fotógrafo, amigo y hombre de cultura, me dijo, contestando la pregunta de que si alguna vez había contemplado suicidarse como próximo paso: ¡Pero claro que sí! Luego me dijo: De hecho, no pasa un día de mi vida sin que lo piense.
Los absolutos de la depresión de parte de un deprimido son los siguientes: no te lleves de la felicidad, porque la depresión, justo cuando piensas que se fue, vuelve. Si bien la vida es una marisma, la depresión es como ver una película de terror. Sabes que al final del pasillo está el horror, pero hay que seguir caminando, porque de otra forma no hay película (no hay vuelta atrás, no haces nada devolviéndote, porque desandar tus pasos solo te llevará al lugar del inicio… otro motivo para deprimirse). La depresión es un laberinto en el que tú estás perdido… el problema es que solo tú conoces el camino de salida, porque tú eres el Minotauro (como me dijo alguien en quien quiero pensar como uno de los amigos que me salvó la vida en dos ocasiones, Iván Herrera, quien gracias a su disposición hacia ver la vida con buenos ojos, resurgió de una terrible circunstancia de la vida, victorioso).
Y así.
Las metáforas abundan.
Una cosa es segura: Bourdain era una gigante. Con su trabajo honesto, su estilo desenfadado, y esa cosa única con que transmitía su mensaje de búsqueda de conocimiento sobre las culturas a través de la gastronomía y sus legados y estilos (su voz), él sentó las bases para lo que conocemos hoy como la cocina del mundo en la era de la televisión y el internet. Él se paró en hombros de gigantes, pero él era uno en derecho propio. Y era chef, para colmo. El chef es un artista de lo efímero. Lo que un chef desea al final es que entiendan su comida, porque antes de disfrutarla, o bien parte esencial de ese disfrute es comprender lo que uno se está comiendo. Tony era chef, trotamundos, y un investigador cultural. Él no hacía un programa de gastronomía (no lo hacía con No Reservations, y ni hablar de Parts Unknown). Él buscaba encontrar la esencia de las culturas a través de lo que las gentes de otros países comen, comiéndoselo a su vez.
3
Recuerdo a una señora, que llamaré Doña Soledad. Ella era mi vecina en Ciudad Nueva (nombres y lugares cambiados, naturalmente). Antes de eso, un día (lunes), o quizá fue jueves, no sé, no recuerdo; lo que sí recuerdo es que fue a eso de las cinco de la madrugada, oí un estruendo. Vino como se fue, con el aire definitivo y desgarrador de un disparo. Recuerdo que me quedé acostado, muy despierto, como se quedan despiertos quienes escuchan un disparo y luego, un silencio atronador (es decir, sin la resaca de quien acaba de soñar).
Era un silencio de muerte.
Pasaron unos minutos, y fue entonces cuando la oí… la oí, y se me desgarró algo, algo que hizo que yo fuera donde Rebecca a verificar si todavía dormía, si aquel disparo no la había despertado.
Recuerdo también, que la tomé por su cabecita… para taparle los oídos. No quería que ella oyera lo que yo oía: un grito que, surgiendo desde lo más profundo de Doña Soledad, parecía desgarrar primero su garganta y luego el silencio que rodeaba el edificio.
Fue terrible… el grito decía: mi hijo. Mi hijo. Mi hijo. Ay. ¡Ay! ¡Ay mi hijo!
Y así prosiguió, en lo que parecía una cadencia interminable. Una cadencia maldita.
Meses después, hablando con ella, me di cuenta de que había bloqueado lo ocurrido. Lo había borrado. Me habló de lo bueno que era el chico (no era bueno… simplemente estaba confundido). De lo mucho que la quería (no recuerdo haber visto u oído jamás expresión alguna de cariño entre ellos, pero entonces yo tiendo, porque quiero, imaginar que sí). De las cosas que hacía por ella (salvo las que sus respectivos egoísmos les permitían). De lo sano de sus hábitos (no eran sanos, yo lo sabía porque así mismo eran los míos). De cómo la ayudaba en la cocina (estando presente, solamente, porque cocinaba de las dos de la madrugada en adelante y él llegaba a esa hora: ahí sí, puedo decir que los podía escuchar).
Mientras su boca se movía, yo me sumergía en un estado de abandono ante aquel sentimiento que parecía sobrecoger todo el pasillo del apartamento. Estaba maravillado. Lo había hecho, pensé. Bloqueó todo. Lo hizo. ¡Lo logró!
Entonces lo vi… ahí, en la parte negra de sus ojos. Vi la verdad que la carcomía día por día. Momento por momento. Hora por hora. Semana por semana. Me dieron ganas de decirle que lo sabía. Dejar registro de que me había dado cuenta. No lo hice. ¿Para qué? ¿Con qué finalidad? Déjala, que la gente escoge el mar en el qué quiere ahogarse, me dije.
El hogar había quedado totalmente destruido.
Doña Soledad murió poco tiempo después.
4
En Oriente el suicidio y la muerte están asociados a la plenitud, a la gracia (por decirlo de alguna manera), o a un estado de inflamación espiritual en el que la trascendencia después de la vida, la recompensa eterna, se haya asociada directamente a realizar esa tarea: la de morir por una causa. Por supuesto, ellos no le llaman de esta forma (con esta forma me refiero a la gracia y a inflamación espiritual, términos con los que se resume más o menos bien la condición del evangélico actual —pentecostales en su mayoría—, pasando por el carismático, y terminando en el católico).
En occidente, la gente se suicida por el vacío. Curiosamente, son los monoteístas los que condenan el suicidio. Los budistas ven en el suicidio la respuesta para una vida que no se debe y no se puede vivir. Ya sabemos lo que piensan los musulmanes. Y sabemos lo que piensan los cristianos; lo único que no sabemos es lo que tienen que decir los suicidas.
En “Higher Perspective” publican lo siguiente: New Research Says Depression Is Not A Choice, It’s A Form Of Brain Damage (Nuevas investigaciones indican que la depresión no tiene nada que ver con escoger, sino que es una forma de daño cerebral).
“Se ha creído durante un número de años que el daño cerebral ha sido el causante principal en cómo la depresión afecta el cerebro.” El estudio, conducido por Enigma MDD, un grupo de investigaciones en el campo médico provee datos “impresionantes que muestran cómo la depresión persistente causa daños fisiológicos al cerebro.”.
El estudio, publicado en Molecular Psychology, se basa en 9,000 muestras investigadas, algo sin precedentes en cualquier métrica de audiencia de televisión, sin mencionar las investigaciones científicas de la comunidad neurológica. El hallazgo indica al hipocampo como el área del cerebro afectada. La relación entre el tamaño del hipocampo y la depresión no pudo ser determinada… área de una importancia crítica para llegar a conclusiones específicas.
Cito:
“El hipocampo gobierna la creación de nuevos recuerdos, la de la memoria a largo plazo y la navegación espacial. El mismo está localizado en el lóbulo temporal del cerebro, es decir, en la parte más baja de la mitad de este. El hipocampo está presente en ambas mitades del cerebro, y alberga la amígdala que ha sido asociada a la depresión.”
Continúa:
“Es importante comprender que el hipocampo no solamente forma sino que mantiene los recuerdos, y es crucial en el mantenimiento de las emociones”.
El procedimiento fue como sigue:
“ENIGMA tomó imágenes de la resonancia magnética que comparaba las de 1m728 pacientes diagnosticados con depresión con las de 7,199 individuos que no. Los pacientes que habían sido diagnosticados con depresión crónica mostraban un encogimiento del volumen de sus hipocampos de 1.24%.”
“Todo el sentido de tu ser depende del entendimiento continuo de quién eres en este mundo: el estado de tu memoria no tiene que ver con como haces un sudoku, o como recuerdas una clave de entrada para tu correo, es todo el concepto que tenemos de nosotros mismos. Hemos visto muchos otros experimentos animales que, al encoger el hipocampo, sencillamente no manejas los recuerdos, sino que cambias una serie completa de comportamientos asociados con la memoria… así que definitivamente está relacionado con la pérdida de funciones.”, dijo Ian Hickie, coautor del estudio.
5
Corría una mañana en cierta forma apacible y yo, como siempre, estaba frente a mi computadora en Revista Mercado. De repente, Félix (alguien sin consecuencia) me dijo que había alguien en la puerta esperándome. Que querían saludarme. Me puse de pie. Fui a la entrada. Boris estaba allí, con esa sonrisa que tenía tan particular, una sonrisa atribulada y algo cruel.
Esta mañana, se le veía diáfano. Podría decirse que Boris Damirón brillaba.
Le pregunté. Y tú, mano, ¿qué haces por aquí? Me contestó que estaba allí (señaló hacia un lugar, cualquier lugar, y mencionó Chaly Fiesta, y dijo que estaba tomándose un café con Freddy (Arturo Ginebra).
Vine a verte; quería saludarte, me dijo, volviendo a sonreír ampliamente.
Esta vez pareció un sol. Brillaba con tal esplendor, su sonrisa un crisol en medio de la mañana nublada.
Boris se suicidó esa noche.
No puedo evitar pensar que él, como dicen los que no entienden, lo tenía todo. Había ido a despedirse de mí… y yo, que lo conocía, no lo había visto.
6
“He tenido períodos donde, tú sabes, me siento un poco débil o deprimido. ¡Que se joda! Los cereales no me están cayendo bien. Simplemente me voy a la cama durante tres días y cuatro noches, bajo las cortinas y me voy a la cama. Me levanto. Cago. Meo. Me bebo una cerveza y me vuelvo a meter en la cama. Vuelvo totalmente re-iluminado durante dos o tres meses. Saco poder de eso.
Pienso que algún día… dirán este tipo psicótico sabía algo que… tú sabes, en el porvenir y la medicina, sabrán qué significa. Todo el mundo debería ir a la cama de vez en cuando, cuando se sienten mal y deberían rendirse por tres o cuatro días. Entonces regresarán bien durante un rato.
Pero estamos obsesionados con que hay que levantarse y volver a dormir. De hecho, esta mujer con la que vivo ahora llega a las doce y media o una de la madrugada, y yo le digo: tengo sueño, me quiero ir a dormir. ¿Ella me dice qué?, quieres dormir, pero si es la una apenas. Ni siquiera tomamos, tú sabes. Coño, no hay otra cosa que hacer más que dormir.
La gente vive clavada a los procesos. Subir. Bajar. Hacer algo. Levantarse, hacer algo, ve a dormir, levántate. No pueden salir de ese círculo. Algún día dirán, Bukowski sabía. Acuéstate por tres o cuatro días hasta que el jugo se te meta otra vez, entonces levántate, y hazlo.
Charles Bukowski
7
William Styron escribió su obra principal en 1982. La decisión de Sophielo convirtió en una celebridad. Mientras se convertía en el niño lindo de las letras norteamericanas, amigo de Meryl Streep, de Bill Clinton y James Baldwin, él estaba deprimido. Luego lanzó un libro que lo convirtió en el padre de la memoria y la confesión: Darkness Visible.
Por otro lado, Oxana Sachko, la artista ucraniana que fundó Femen, el movimiento de denuncia de la corrupción gubernamental, también se suicidó…
La memoria se me va… entre deprimidos y suicidas, al carajo.
La gente dice que el suicida es cobarde; otros dicen que el suicida es valiente. Todos, como sucede frecuentemente con los extremos, están equivocados. La esencia del suicidio no es la falta de esperanza, sino su ausencia. Es la certeza de que todo puede ir peor con uno mismo.
Y ya. Suficiente parloteo.
8
Conocí a Anthony Bourdain cuando la producción de No Reservationsvino a República Dominicana a grabar una de sus piezas de temporada. Yo no lo conocía de antes, ni siquiera de la televisión por cable en el país, ni siquiera por las noticias, comentarios, entradas de blog que carcomían los cimientos de la cultura occidental (fruto de la democracia o no sé qué ideal mal apropiado por ellos) sistemáticamente y sin cejar ni un momento. Ni siquiera por las innúmeras referencias que Iván Herrera puso en mi camino.
Nunca lo había visto.
Como parte de la producción puedo decir dos cosas: fue genial conocerlo, y la producción fue una escuela para mí. Como muchos, nunca imaginé que él terminaría suicidándose; como muchos, experimenté un cierto tipo de dolor muy particular, y único. Ese dolor es mío. Es un dolor que viene del no tener un cierre con la figura pública, con el amigo, con el primo o la prima, con el padre o la madre. Con el suicida. Por supuesto, hay singularidades. Hay casos que nos llegan más que otros. No podemos comparar la muerte de Anthony Bourdain con la muerte de un “ser querido”.
¿Por qué será que se asocia la muerte auto infligida con el fracaso?
Solo sé que, como a tantos otros, a mí me salvó pensar en mis hijos junto, con muchas otras cosas. Caminar, por ejemplo. Suena simple. Suena fácil. Pero así es: lo que me salva a mi es tu perdición.
De Bourdain la gente recuerda cuando le dije que me parecía —cuando hice mi tarea— que él sería otro arrogante hijo de puta más de New York. Yo recuerdo muchas otras cosas. Cosas mías. Como debe ser… La muerte de Bourdain, después de todo, nos toca (a los que nos toca) de manera única.
Pero una cosa que uno escoge es con qué recuerdo quedarse. Yo me quedo con el que lo tiene a él en nuestra primera reunión en Mata los Indios, Villa Mella, para comer chicharrón y que nos suenen unos palos. Me quedo ahí, como la Invención de Morel, con esa manifestación de la eternidad contenida en una frase que, a pesar de que sale en la entrevista, nadie la oirá con la resonancia con que yo la oí, y fue con la que él arrancó a hablar del chicharrón. “Esto tiene todo lo que está correcto de la carne, tiene piel, tiene sal, tiene grasa…”.