La propuesta del nuevo Ministro de Educación, Dr. Ángel Hernández, en el sentido de cambiar el rumbo de la educación dominicana invirtiendo “…más en pedagogía y en las aulas”, constituye un mero ejercicio retórico mientras “el control de los aprendizajes” se mantenga secuestrado por un sistema de organización social donde las élites metropolitanas del poder, apuntaladas por la cultura de la centralización del Estado, impidan el poder decisorio de las municipalidades en cuanto a la formulación e implementación, en materia de políticas públicas, de sus propias innovaciones pedagógicas.
En ese sentido, al actual incumbente, empresario de la enseñanza y ex Vice-ministro de Educación, no le queda otro remedio que recurrir a las peroraciones sempiternas repletas de los buenos deseos, los cuales, en el contexto de un gobierno presidencialista y constitucionalmente no participativo, difícilmente se traduzcan en acciones reales. Sobre todo, si concebimos el sistema educativo al margen de las desigualdades sociales que, en última instancia, procrean las fuentes primigenias que obstaculizarían alcanzar los objetivos trazados por las ordenanzas del Ministro de Educación en términos de “…un verdadero cambio en la educación de los niños y niñas del sistema”.
De todos modos, debemos intentar, naturalmente, aun bajo las circunstancias más adversas de nuestro ordenamiento social plagado de injusticias, “trabajar aliados”, tal como justamente lo considera el Dr. Hernández, con todos los “actores educativos” del sistema. Pero como no todos los actores son iguales, los más iguales que otros, “expertos” nacionales e internacionales reciclados, pernoctarán, creando falsas expectativas, desde los espacios subordinados a las élites metropolitanas del poder, desarrollando los supuestos nuevos paradigmas de enseñanza-aprendizaje.
En efecto, la forma excluyente y hegemónica en que siempre se ha llevado a cabo los diferentes pactos por la educación, ha contribuido a la decadencia sistémica de la instrucción pública del país respecto a la docencia y al aprendizaje. De hecho, los modelos pedagógicos se ven afectados por la influencia del sistema institucional de los partidos políticos del sistema, los cuales imponen a sus partidarios, aunque no posean la necesaria capacidad o formación académica, en los distintos estamentos del quehacer educativo. Además de la baja calidad de la enseñanza proporcionada por algunos centros privados, “apócrifos”, de educación superior. En este caso, es muy notable la falta del dominio de la lengua en el componente humano de gestores, técnicos, profesores y alumnos. En ese tenor, consecuentemente, ¿cómo podría un niño aprender a leer y a escribir correctamente para que desarrolle “el pensamiento crítico” desde los primeros grados?
Asimismo, ¿cómo podríamos lograr una educación de mejor calidad, transparencia, racionalidad y eficiencia cuando la “apertura hacia la sociedad” se basa, verticalmente, en los límites metropolitanos de los poderes fácticos? ¿Acaso serían estos confines, como se proclama, el prototipo de escenario dialógico, “transparente y horizontal” con todos los sectores preocupados por la mejora de la calidad de la enseñanza y los aprendizajes? Evidentemente, ¡NO! De ahí que sería totalmente irracional adjudicarle, como propone el Dr. Ángel Hernández, responsabilidad a los directores distritales y regionales por la falta de aprendizaje en los alumnos, máxime cuando aquéllos no albergan posibilidad alguna de implementar programas docentes alternativos que complementen, sustituyan o compitan con los trazados por el Ministro de Educación, el Consejo Nacional de Educación, y las antiguallas de la flor y nata de “expertos”. Instituciones, organismos y personajes íntegramente petrificados en la capital de la República.
Bien visto el punto, para revertir nuestra indigencia educativa no basta con proclamar, desde los santuarios metropolitanos, las reformas pedagógicas cimentadas, exclusivamente, en los procesos técnicos de los modelos educativos, sino más bien basadas, igualmente, en las relaciones sociales de producción y el modo específico de explotación o miseria integral de y desde las comunidades. De lo contrario será, como hasta ahora ha sido, un ejercicio educativo de pensamiento único, insustancial y, por lo tanto, la misma continuidad del retroceso.