En esta serie de novelas con nombre de mujer no podía faltar Ana Karenina, del escritor ruso León Tolstoi, publicada en 1878. La novela propone una compleja trama en la que intervienen personajes de la aristocracia vinculados a la política, la administración del Estado o el comercio, tanto en las ciudades principales, como en la provincia de la Rusia de finales del siglo XIX. Entre la necesidad de modernidad de un sector progresista de la sociedad y las viejas estructuras, que sobrevivían en las zonas agrarias, giran muchos de los debates en los que se aboga por un cambio. ¿Una premonición tal vez de lo que sería la Revolución de Octubre varios decenios más tarde? Para los lectores que saben ya algo de la novela, surge inmediatamente la inquietud sobre qué tiene todo ello que ver con la historia amorosa que conduce al suicidio de Ana Karerina.
Comienza el relato con una frase reveladora que puede explicar el sentido de la obra: “Todas las familias dichosas se parecen, y las desgraciadas lo son cada una a su manera”. Se refiere a la crisis del matrimonio Oblonski por la infidelidad del marido, hermano, precisamente, de Ana Karerina. Desde este conflicto se va abriendo un universo de personajes y de familias relacionados entre sí, los Oblosnki, los Levin, los Scherbazki, hermanos y hermanas cuyos destinos ofrecen la cartografía de una sociedad compleja. Un virtuosismo detallista da cuenta de ello: la indumentaria, el gesto, los hábitos, los rituales, las emociones, los sentimientos, los sueños y las frustraciones, que asignan una entidad a los personajes, explican sus actos y aseguran la verosimilitud de la trama.
Ana aparece, con pleno esplendor de su belleza, en la estación de tren de San Petersburgo, donde el conde Vronski la ve por primera vez. En ese instante ocurre un trágico accidente: un hombre pierde la vida, arrollado por el tren. Una premonición asaltará a Ana por haberse desviado del camino y por alterar con ello el orden social.
Ana Karenina, igual que Emma Bovary, incurre en el pecado del adulterio, lo que sacude su mundo. En este caso, no es por la infidelidad que, tanto en el hombre, como en la mujer, parece habitual en esta sociedad, sino el que los amantes se esfuercen tan poco por disimularlo. Ana, incluso, le confiesa al marido su aventura con Vronski y le pide el divorcio, algo que él no puede tolerar. Prefiere mantener las apariencias y permitirle la relación siempre que sea discreta. La trama se complica por el empeño de Ana en no ceder ni a sus principios, ni a sus ideas emancipatorias. Además, un embarazo agudiza el problema. Al nacer la niña el marido busca ocultar el escándalo y asumir la paternidad, castigando así a Ana.
Inteligente, educada, sensible, cultivada y hermosa, Ana entiende que tiene derecho a la felicidad y considera injusto que el marido obstaculice su dicha. La situación subordinada de la mujer, a la que se le priva de derechos por carecer de educación suficiente, es también tema de debate entre los hombres importantes, aunque ninguno de ellos está dispuesto a renunciar a sus privilegios masculinos. En el mundo de Ana esta situación subordinada es percibida, también por otras mujeres, no muy distinta de la esclavitud. La terquedad del marido y su mezquindad por no concederle el divorcio, por no dañar su propio prestigio, conducen a Ana a un callejón sin salida, mientras que a él lo muestra como un cobarde incapaz de retar a duelo al amante.
El narrador advierte que el cumplimiento de los deseos no garantiza la felicidad, y que la opinión pública no se sustenta precisamente en las ideas progresistas. Pero no se trata de la persecución de la felicidad, sino de los derechos de las mujeres. Ni siquiera el autor cree en ellos, pues conduce a Ana al suicidio, después de hacerla pasar por una inestabilidad emocional y una dependencia de la morfina, que nublan su entendimiento. Finalmente, la borra de la novela en las casi cincuenta páginas que siguen al suicidio, indicando quizás al lector que, para él, ella solo es un personaje, entre los muchos que habitan su universo.