-Si yo no vuelvo mi negrita se desvelará, no se acostará,
déjenme irme que es muy tarde ya
el sendero de la noche que muy negra está
el hombre bueno no teme a la oscuridad
yo ando por buen camino y en mi soledad
déjenme irme que es muy tarde ya
el sendero de la noche que muy negra está (Ismael Rivera)
Esto no debería empezar con estos versos salseros y anhelantes de Maelo Rivera.
Y se supone que no debería iniciar con el clamor de Maelo. Negro enamorado por estar con su negrita que ya no lo espera. Dichoso Maelo, dichoso, brou, que pudiste estar a su lado, aunque sea en el saoco sonido de tu música estelar, Maestro del Soneo.
“Déjenme irme ya que mi negrita me espera”. Un verso de una ricura envidiable. Que alguien tan especial para ti te espere, es una envidia envidiable.
Además, esa prudencia de hombre sabio que reconoce sus firmezas y sus debilidades. Eso de que “el hombre bueno no teme a la oscuridad yo ando por buen camino y en mi soledad. déjenme irme que muy tarde ya el sendero de la noche que muy negra está”
El tiempo te hace recorrer tierras desconocidas. Padecer la partida de seres queridos y amigos que jamás volverán. Reduce nuestros espacios vitales, a ser menos para que otros sean más.
Siempre recuerdo a mi padre decirle al oído a mi madre antes de partir al otro barrio “Siempre te amaré”. Quedé pasmado ante esa confesión luego de conocer de primera mano su aventura de cincuenta y pico de años de unión, Con empinadas alturas de respeto, de sacrificios, difíciles y dolorosos, Del fracatán de errores, de malas interpretaciones y tránsitos sin resolver.
Siempre estuvieron escalando esa montaña de amor. Impenetrable y conquistada a puro coñaso desde el día que mi padre le regaló la primera nevera cuyo costo no llegaba a los 100 pesos, ¡una fortuna!
Con ese modelo me quedo. Una manera de compartir los tres días que caminamos sobre la tierra si se quiere anacrónico, convencional y preñado de incertidumbres. Reconozco que eso es lo mío. Saberse es de sabios. Mirarse por dentro no tiene precio.
A estas horas de la noche arrastro el mismo clamor de Maelo. Alguna vez paseamos tomados de la mano después de quemarnos vivos en nuestro jardín de fuego y fluidos, de devorarnos las carnes…
El aire era fresco y tibio a la vez y el resto del mundo reía. Y tú reías con el mundo. Y otra vez lo mirabas, como siempre, y yo te miraba a ti caminar delante de mí. Tan rica, tan deseable, tan mujer, tan mía.
Y seguimos caminando. Extasiado con tu felicidad solo atinaba a decirte qué noche más extraña, ¿verdad? Todo está bien ¿verdad?
Solo respondiste mirándome de arriba abajo como agradecida o extrañada por todo. Uno nunca sabe, iconoclasta al fin. Otra adivinanza por resolver. Una más.