Los ríos habían perdido su inocencia y los cielos no dejaban de llorar cuando llegó a El Salvador y cruzó las líneas enemigas.

Se subió a un helicóptero de combate y fue a la zona montañosa de Perquín a mirar la muerte desde arriba. Entrevistó a los guerrilleros y a los oficiales del ejército, miró a las víctimas a los ojos y puso su oído en el susurro de los ríos.

Cuando el viento cruzó por su lado le contó historias que estaban escondidas en el silencio de los caminos. Y un día, con su libreta en la mano, llegó a un lugar donde los soldados del gobierno acababan de asesinar a 978 personas, casi todas civiles, en un episodio que quedó registrado como la masacre más grande en la historia contemporánea de América Latina: la matanza de El Mozote.

Alma Guillermoprieto. Imagen tomada de Wikipedia.

El país se estaba desangrando con un conflicto armado que empezó el 15 de octubre de 1979 y cerró el 16 de enero de 1992 con el triste saldo de 75 mil muertos y poblados enteros barridos del mapa. Una guerra que, según ella misma, fue “un laboratorio de la crueldad humana”.

Y fue ahí, precisamente en medio de aquel dolor y con la sangre de las víctimas ensuciando la historia del Pulgarcito de América que a esta mujer, que bien vista parece una gitana de las que viven en los libros, le acabaron de nacer las alas. Ella cruzó las alambradas cuando el mundo estaba mirando a otro lado y cuando Centroamérica se estaba casi quedando sin Dios.

Lo que vio en El Mozote y lo que contó en sus reportajes fue esto:

“…reunieron toda la gente en la placita frente a la iglesia y las agruparon en dos filas, una de hombres y otra de mujeres y niños. (…) El mismo Marcos Díaz, a quien el ejército le había dicho que estábamos a salvo, estaba en la fila de los hombres, y también mi marido. Conté como ochenta hombres y noventa mujeres, sin los niños.”

Soplen los vientos que soplen, Alma Guillermoprieto nunca ha abandona su libreta.  En ella, el periodismo ha sido siempre una apuesta ética por la vida y un claro ejemplo de compromiso con la libertad.

“Los soldados no tenían rabia -dijo-. Se limitaron a cumplir las órdenes del teniente. Eran fríos. No era como una batalla.”

“Cerca del medio empezaron con las mujeres. Escogieron primero a las muchachas jóvenes y se las llevaron a los cerros. Después eligieron a las mujeres mayores y las llevaron a la casa de Israel Márquez en la plaza. Oímos los disparos. Después siguieron con nosotras, por grupos. Cuando me llegó el turno de que me llevaran a la casa de Israel Márquez me escondí detrás de un árbol y me encaramé. Entonces vi al teniente. El personalmente estaba ametrallando a la gente.”

“Oí a los soldados hablar -siguió diciendo monótonamente-. Llegó una orden de un teniente Cáceres para el teniente Ortega de que matara también a los niños. Un soldado dijo: Teniente, aquí hay uno que dice que no mata niños. ¿Quién es el hijueputa que dice eso? -respondió el teniente- Lo voy a matar. Los oía gritar desde donde estaba acurrucada en el árbol. Oía a mis propios hijos. Más tarde, por la noche, cuando ya todo había pasado, el teniente ordenó a los soldados que quemaran los cuerpos. Hubo una gran quemazón esa noche.”

Amaya, una sobreviviente del infierno, le contó que había escapado cuando el fuego aún ardía. “Oí a los soldados que decían: Vámonos, del fuego pueden salir brujas. Después se fueron a hacer lo que llamaron una operación peinilla en las casas de las colinas. Empecé a caminar y no paré durante tres noches. En el día me escondía porque había tropas por todas partes.”

Las tardes de nácar cambiaron de color

Las tardes de nácar de aquellos montes eran hermosas, pero cambiaron de color y quedaron vencidas bajo la pólvora y la sangre derramada. Y todo eso ella lo hizo constar en sus reportajes, reportajes a los que un día les nacieron alas y terminaron convertidos en libros que hoy son fundamentales como expresiones del buen oficio de contar la vida en crónicas.

El conflicto en El Salvador terminó el 16 de enero de 1992, pero su paz vino preñada de guerra. ¡Y ahí están los resultados!

Antes y después de El Mozote, Alma Guillermoprieto, mexicana, paseó su mirada por todos lados. Fue a Colombia y vio de cerca los caminos estremecidos por el narcotráfico; estuvo en Nicaragua cuando la libertad se debatía en los campos roturados de la esperanza; y en Brasil vio derrumbarse un gobierno en medio del lodazal del poder.

En Nueva York contó la historia de cada día, y en Cuba vio al tiempo detenerse en una esquina de la historia, mientras sus pies danzaban por La Habana. En fin, Alma Guillermoprieto vio la tristeza de América en todo su esplendor.

Guillermoprieto es profesora de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y, desde 2008, profesora visitante del Centro para Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chicago. Ha publicado los libros Samba (1990), El año en que no fuimos felices (1998), Al pie de un volcán te escribo (1995), Las guerras en Colombia; Tres ensayos (1999), Looking for History: Dispatches from Latin America (2001), La Habana en un espejo (2005), Los Placeres y los días (2015) y ¿Será que soy feminista? (2020).

En 2018, obtuvo el Premio Príncipe de Asturias “por su larga trayectoria profesional y su profundo conocimiento de la compleja realidad de Iberoamérica, que ha trasmitido con enorme coraje también en el ámbito de la comunicación anglosajona, tendiendo, de este modo, puentes en todo el continente americano.” Y en 2017 fue reconocida con el Premio Ortega y Gasset por hacer “un periodismo de alcance internacional, con el que ha sabido transmitir las complejidades de la realidad latinoamericana, en general, y de su país, en particular.”

Cuando la literatura se convierte en el hermoso maleficio del periodismo, su nombre siempre llega solo.

Soplen los vientos que soplen, Alma Guillermoprieto nunca ha abandona su libreta.  En ella, el periodismo ha sido siempre una apuesta ética por la vida y un claro ejemplo de compromiso con la libertad.

Y ahora, esta mujer con cara de gitana, señora de las cuatro décadas del periodismo y gran dama de la crónica, esta periodista necesaria que lleva el mundo colgado en su mirada, galana cuando escribe y siempre aferrada a la fe de su oficio, estará en Santo Domingo en el encuentro Centroamérica Cuenta, que del 16 al 21 mayo reunirá unos cuarenta escritores del más alto nivel literario.

 

Vianco Martínez en Acento.com.do