Con este autor concluimos la publicación de los poetas de la antología del Taller Literario Virgilio Díaz Grullón de la UASD de Santiago de los Caballeros, la cual editamos para conmemorar nuestro vigésimo aniversario el pasado 30 de junio de este año, pero iniciamos en el mes de octubre a darlo a conocer en este medio, como una manera de festejar en octubre el Día Nacional del Poeta. Pero también para recordar el primer centenario del gran cuentista santiaguero don Virgilio (1924-2024), quien renovó el género introduciendo el aspecto psicológico en los personajes y los elementos de la urbanidad en la narrativa contemporánea dominicana.

Siempre quiso publicar su primer y único libro, pero hacerlo en un país sin editoriales que apoyen a los jóvenes, eso es una misión imposible. Su repentina muerte tampoco se lo permitió; un devorado y aciago cáncer se lo llevó a destiempo.
Sus poemas anduvieron entre sus manos y sus amigos, sin ver la luz de la imprenta, hasta este momento, en que hemos seleccionado algunos para esta publicación. Nos honra hacerlo, porque era un miembro fundador de nuestro taller, donde hizo sus pininos literarios. En ellos, encontramos a un aeda en busca de su evolución poética, que la existencia le negó la posibilidad de desarrollar más. Sin embargo, tenía el don para hacerlo, aunque […] «Dios en la liturgia de su sangre» le falló.

Su poesía se ahonda en el erotismo, merodea y cuestiona los dolores de la existencia condenada hacia el cansancio: «Esta piel cansada y sin olor/rebusca en el olvido sus pesares. Se empeña en la tristeza/ del recuerdo que hiere». […] «abraza el polvo de una ausencia, / […] negándose a poblar/los lugares de su sangre». En su poema Destierro, advirtió su repentina muerte, sin aún saber de su enfermedad: «Un bostezo de la noche/derrite la aurora de mi rostro. / […] Es otra la tierra que piso / y otro el cielo que me cubre, / yo tampoco soy el mismo». En estos poemas, Manuel metafóricamente levantó sus pasos en las «flores de» -su- «sangre», porque: «Cuando se acaben los días/nadie recogerá las siluetas del ocaso/ni llorarán las flores negras/en los confines del misterio».

Mujer de noche…

Esta mujer reza en los altares

de las penas,

dice ver a Dios en la liturgia de su

sangre.

Sublime su mirada cuando reza

el Padre Nuestro para redimir

los llantos.

Encomienda al Señor el alma

de los que pecan.

En la misa de la ocho

eleva eterno su canto.

Es toda virtud esta mujer cuando reza.

En las noches su pasión desborda

los cimientos de la cama,

y se abre todo su cuerpo estremeciendo

a Dios con los quejidos de su piel.

De mañana esta mujer

se entrega al Señor y por las noches

tienen dueño sus pecados.

Siente los cuerpos en cada

centímetro de piel.

De sexo purifica su alma,

ella goza cada vez que la poseen.

¿Puede acaso Dios hacer lo mismo? 

Cansancio

Esta piel cansada y sin olor

rebusca en el olvido sus pesares.

Se empeña en la tristeza

del recuerdo que hiere.

No entiende de dolores y penas

ni sabe que es penitencia el amor.

Esta piel abraza el polvo de una

ausencia, derritiendo un lecho

cuando conoce las estrellas del silencio

negándose a poblar

los lugares de su sangre.

Destierro

Un bostezo de la noche

derrite la aurora de mi rostro.

Aullidos de luna

sacuden los resquicios de la mirada.

Veo caer cristales del cielo

que enmohecen mi carne.

Es otra la tierra que piso

y otro el cielo que me cubre,

yo tampoco soy el mismo.

Nuestros pasos

Un hombre camina

por los altares de sus penas,

tiene inmensos los pasos,

enorme sombra parece su espalda.

Sus huellas derretidas por el tiempo

vienen de mil mundos.

El sendero se bifurca en destellos

que le impiden la mirada.

No recuerda el origen de sus pasos

ni a qué luna llegará su cuerpo de sal,

únicamente sabe del camino

sin retorno.

Apocalipsis  

Eras tú en la distancia

en un camino de recuerdos.

Estas alas ya no sirven,

ni la nostalgia que evocan.

Hemos vivido el tiempo

sin darnos cuenta y hoy nos queda

la sangre moribunda,

como cartílagos de luz

que matan nuestros ojos

en este sol de invierno.

 

Despedida

Se marchó dejando encendidas

las luces de mi sangre

en la tarde de los años.

Partió por la senda del nunca volver

un siempre jamás por adiós.

Y el oscuro cuarto de su risa

enredada en los rincones

de mis pupilas.

¿Adónde habrá llegado?

Sí aún, tengo sus alas en mis bolsillos.

Flores de sangre

Cuando se acaben los días

lloraran los fantasmas del deseo

en la inútil procesión de los impíos.

No habrá espacio para el llanto

y fingirán el luto las doncellas

a su virginidad mutilada.

Cuando se acaben los días

nadie recogerá las siluetas del ocaso

ni lloraran las flores negras

en los confines del misterio.

Los borrachos tocaran las trompetas

que anuncian los milagros.

Será la tierra un santuario

cuando se acaben los días.

Alborada de silencio

 Todavía no asoman los dolores

y nadie predice el llanto

en la alborada de los deseos.

Toda la tierra es pasto de dragones

con incienso en los labios.

Ellos que han sabido cabalgar

sin resquebrar el tiempo.

No les importan los rostros

de los que gritan.

Son ellos los que derraman

su voz en la oscuridad de la lluvia.

Sus alas cubren los años

cuando maldicen la sal.

Mejor es que nos ignoren

para que sus miradas

no quemen nuestra piel.

Todo en ellos es divino

hasta su piedad por dejarnos vivir.

A Dionisio López Cabral

Gigante de alto vuelo

que convierte en luz

la brevedad

de los espacios.

 

 

Tránsito

La sonrisa de otro amanecer

se filtra por mis dedos

como hace siglos no sucedía.

Flotando mi cuerpo

abandona el oscuro

túnel del pasado.

La presencia de esta luz verde

donde antes navegaron

mis angustias sepulto

los restos de un tiempo

convertido en tiniebla.

Universo

El universo es mi morada

y mi desgracia es el tiempo.

Voy a llamar a los siglos

por su nombre

para acabar mi silencio.

Preparé por las sombras y pasaré

sin morir a mi otra vida.

Búsqueda 

Apacible como la espuma

en la luz de las almas

busco trascender su existencia.

Regreso con los que en su refugio

consiguen la humildad.

Así es el silencio, instante místico

donde encuentro el todo y la nada.[2]

 

MANUEL ANTONIO UREÑA SILVERIO

Manuel Ureña.

Nació en la zona sur de Santiago de los Caballeros. Fue miembro directivo del Taller Literario Virgilio Díaz Grullón, director del Grupo de Poesía Coreada, recinto Santiago de la UASD, socio de la centenaria Sociedad Cultural «Alianza Cibaeña» y del Club Hermanos Patiño. Ureña Silverio fue candidato a regidor por el desaparecido Movimiento Independencia, Unidad y Cambio (MIUCA) en las elecciones municipales y congresionales del año 2010. Profesional de la agronomía, fue estudiante de término de la carrera de Comunicación Social. Destacó como dirigente comunitario de la barriada de Pekín, en la zona sur de Santiago, y nunca se rindió a la enfermedad que padecía, y estuvo luchando en su combate hasta que definitivamente expiró, dejando un gran vacío en amplios círculos culturales, literarios y artísticos del país.

[1] Del poemario Más allá de mi sombra (1993), Manuel Ureña escribió: «El discurso filosófico, en la poética de Peña, evidencia una base sólida que le proporciona al poema una fuerza desgarradora ante la verdad que existe en la creación poética. Enegildo Peña nos introduce en un plano de la realidad donde se descubre la realidad de lo universal que existe en lo interno del ser, una búsqueda de la propia realidad del lenguaje. "La sombra", como fenómeno de lo tenebroso donde se ocultan las fuerzas malignas del universo, adquiere una connotación diferente, tornándose en una energía supra cósmica definida y presente en todas las manifestaciones del espíritu, para presentarse en un espacio-tiempo infinito ingrávido. Esperándose para continuar a nuestro lado después de la muerte». Ureña, M. (1997). (Voz Literaria, pág. 6). [Fragmento]. * Buscando, entre reseñas periodísticas y papeles, para escribir la historia del taller, la cual está anexa en esta antología. Tuve la suerte de encontrarme con el poemario inédito de Manuel Ureña: Espejos de delirio. Me lo dio en vida para corregírselo, cosa que hice de manera ligera, pero cuando disponga de tiempo, seguiré haciendo para su publicación, si hallamos su patrocinio. Igual me pasó con uno del fallecido filósofo Nelson Julio Minaya, pero todavía no he podido encontrarlo.

[2] Ureña, M. (1995). Dionisio, Tránsito, Universo y Búsqueda. Voz Literaria, págs. 2-3.