Juan Bosch, en su juventud.Por Nataly Rodríguez Rodríguez,
Hace varios días me sentí motivada a reflexionar sobre el contenido “musical” que se produce en la actualidad, especialmente, porque parte de ese contenido proviene de “artistas” que imitan criterios que se contraponen al fin fundamental de todo arte: la excelencia. Mis cavilaciones iniciaron con las siguientes preguntas: ¿qué es lo que caracteriza la buena música? ¿La calidad en la combinación de los sonidos o la profundidad de las letras? Para muchos es lo primero, para otros, lo segundo. Respecto al arte musical, el maestro Bosch (1970), experto en la técnica narrativa del cuento, afirma que “cada forma, en arte, es producto de una suma de reglas […] que dan a una obra su carácter como género” (p. 25). Más adelante, continúa diciendo: “[…] hay un arte en el que tema y forma tienen igual importancia en cualquier época: es la música” (p. 27). Esto es, no existe música sin forma, menos aún, sin tema.

En ese sentido, se puede afirmar que todo arte conserva sus parámetros y la música no es la excepción. Los nuevos géneros musicales parecen haber centrado toda su capacidad creativa en la forma: lo sensible, los sonidos, lo pasajero…, pero han descuidado un componente indispensable: el tema; lo que interpela el espíritu humano y lo conduce a mirarse a sí mismo. Estas leyes formales del arte, más que limitantes, son las que permiten diferenciar a una de las otras. Estas normas son las que nos llevan afirmar que no todo lo que conjuga palabras y melodía es música, sino que existen estándares que deben alcanzarse. Es esta técnica, precisamente, lo que distingue a un cuentista de un novelista, un escultor de un pintor y un cineasta de un músico. Cada cual crea a partir de indicadores distintos.

Observemos lo que dice Bosch (1970), a su vez, respecto a la poesía, que guarda similitudes con la música en cuanto a ritmo, rima, métrica y emociones: “La poesía actual se inclina a quedar solo con las palabras y la manera de usarlas, al grado que muchos poemas modernos que nos emocionan no resistirían un análisis del tema que llevan dentro” (p. 27).

Como resultado, se demuestra la importancia del significado en el arte, que apunta siempre hacia la excelencia, no a la denigración de la dignidad humana. ¿Que la música refleja nuestra realidad? Es cierto, sin embargo, no podemos caer en la trampa de aceptar toda “expresión artística” porque entendemos que expresa una realidad. Esta también la podemos divulgar en un noticiero, pero ¿expresarlo a través del arte? Eso ya es otra cosa. Esa expresión a través del arte debe estar regida por los críterios que el mismo arte nos presenta y esos criterios están unidos a la excelencia.

Por otro lado, es imposible negar que la influencia de la música en la sensibilidad de las personas es enorme, por tal razón y aún sin querer, el artista asume un grado de responsabilidad ante cada una de sus creaciones. ¿A qué se debe esto? ¿Acaso no somos lo suficientemente libres para crear lo que nos dicten nuestros impulsos? Bueno, la libertad tiene sus grados, como alguna vez plantearía Spinoza. Lo que no podemos olvidar es que la música, al igual que la pintura, la escultura, la literatura, el teatro y el cine representan un discurso y, como todo lo que se nos comunica, sugiere un sistema de ideas que influyen indirectamente en nuestra manera de pensar y que predisponen, como es natural, nuestras acciones.

El analista crítico del discurso sabe que lo justo sería que la población manejase todos los recursos discursivos para así discriminar la información que consume a manos de los grupos dominantes que tienen la potestad sobre lo que se comunica a las masas y lo que no. Sin embargo, no ocurre así. De esa manera, lo “veraz” y lo “falaz” queda determinado por aquellos que poseen la autoridad de comunicar a gran escala, negando así el derecho individual de cada uno de pensar por sí mismo.

La música conlleva, en ese sentido, una cuota de responsabilidad social. Además de una cuestión estética, se convierte también en un asunto ético donde disciplinas como la sociología, la psicología cognitiva, la ciencia política y, sobre todo, la filosofía y la educación, evalúan con ojo crítico los mensajes que promueve. O al menos es lo que debería suceder.

Ahora bien, ¿debemos oponernos al cambio? Jamás. Este ocurre de manera natural en todas las manifestaciones de la sociedad, sin embargo, el cambio no siempre conduce a la virtud. Algunas veces, por el contrario, nos dirige hacia los vicios que, en última instancia, deshonran nuestra condición humana. Por tanto, cada vez que surjan nuevas tendencias musicales y nos veamos atacados por no simpatizar con la creencia de que todo lo que combina “melodía” y “palabras” es música, recordemos que lenguaje, poder y sociedad son realidades inseparables y que todo ciudadano está en su derecho de evaluar, a la luz de la ética y de la moral, la información que consume. 

Referencias

Bosch, J. (1970). Cuentos escritos en el exilio. Editorial Alfa y Omega.

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La autora es estudiante de Lengua Española y Literatura, orientada a la educación secundaria de la  Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra.