Cuando Adriano escribe y trata de poetizar algunas de sus inquietudes, aun sea sobre el tema de la tierra, también destila lo social, como comprobamos en el texto de igual título, pese a pretender esculpir sus cimientos:
«Tierra, / tierra extensa y vaga / prologada más allá de la mirada. / Tierra de contornos imprecisos y salvajes; / preñada de árboles, rosas / y canto de aves solitarias; / tierra de horizontes amplios/ de geografía virgen o consumada, / tierra de cambrones y guasábaras/ hirientes / de frutos agrios y arroyuelos mansos. / Tierra de montañas altas y escabrosas, / donde voces silenciosas/ permanecen confundidas entre los árboles, / fecundando tus entrañas para todos / que no saben de tu piel y tus caricias. / Tierra que conoce el sudor del campesino, / la firmeza de sus brazos/ y el eco suave de sus cantos primitivos, / ululando junto al viento entre las ramas. / Tierra de montañas solitarias; / ¿es qué no comprendes el dolor / que reflejan tus entrañas?» (Tierra).
«Presencia del recuerdo» es una autobiografía donde de la Rosa vuelve a su infancia a través de la «[…]tristeza / que convierte […]» su «[…]sonrisa en agonía» […], donde él juguetea con los entornos de sus recuerdos de niño para que, entonces, en su «alma» exista «la alegría», porque:
« […] conocía los colores de las flores/ la ternura de los perros,/ las caricias de las lluvias/ y el miedo a las siluetas de las noches; / […] cuando el aire era más dulce/ y los árboles me invitaban a subir/ sobre sus ramas a comer frutas./ Han pasado muchos años/ y aún recuerdo/ el sabor de aquellas tardes en primavera,/ cuando todo eran canciones de esperanza/ y el susurro de la brisa lo sentía/ hasta en el alma» (Presencia del recuerdo, I).
Cuando regresa a su edad de adulto y de madurez, le viene el remordimiento por saber que los recuerdos son nostalgias de un tiempo que jamás vendrá, aunque lo plasme desde la memoria de su niñez:
«Entonces, / ¡eran sueños tan sencillos! no tenía las oscuras pesadillas / de estas noches; / esos años, / los recuerdo con nostalgia, / cuando el sol era más bello, / y corría libremente por el campo/ o paseaba con las aguas en las cañadas, / y de pronto… ¡/ estoy aquí / ¡tan extraño! / tan lleno de amargura y ansiedad, / con un dolor de lágrimas calladas, / inseguro, / oyendo el clamor de los sufridos / en todas partes…» (ídem, I).
En la segunda parte de su escrito, reaparece su ansia adoloridamente por los acontecimientos donde fue asesinado lo más granado de la juventud política en el país, donde en uno de sus versos dice: «El llanto es lo que cae en vez de lluvia […]». Pues, leámoslo completo, porque es breve:
«En estas tierras, / ya no corren las aguas cristalinas / ! se han coloreado de rojo!/ El aire ya no es dulce / ¡hoy se hace difícil respirarlo! / La primavera ya no existe, / el dolor ha empañado las sonrisas / y las voces están siendo asesinadas. / Las sombras del temor cierran las puertas / y el miedo ya no es dueño solamente / de las noches, sino también del día. / Las estrellas se han callado / y las aves ya no cantan como antes / (el rostro del amor se ha olvidado). / El llanto es lo que cae en vez de lluvia. / El plomo ha dejado sus huellas de ignominia. / El sol se ha hecho sombra / y con él se han ido los colores» (ídem, II).
En la tercera parte, Adriano retorna a su ámbito social con desprendimiento asfixiante donde confiesa que «Ya es otro» […], con la madurez emprendida por los años vividos entre tantas batallas, pero que continúa indemne en su concepción social, aunque estamos viviendo «[…] otro el tiempo / y los hombres la han borrado de pronto»:
«Ya era otro, / las huellas de aquel otro el tiempo / y los hombres la han borrado / y de pronto…! / estoy aquí / ¡tan extraño! / con una carga común sobre mis hombros, / donde las palabras ya no tienen significado / y las murallas se endurecen en la bruma. / Entonces, / comprendemos la verdad, / y las noches son de insomnios y pesadillas, / y los días de ansiedad y agonía, / y así vivimos / (con menos libertad que las hormigas) / frente al hombre despojado de su Yo / constantemente perseguido / y reducido a un metal sumiso y oxidado. / Aquí estamos, / caminando en silencio/ con este dolor almacenado, / aspirando a ver de nuevo la alegría, / aspirando a emerger sangrante / de entre tanta podredumbre y agonía. / Aquí estamos y estaremos/ por sobre el miedo y el despojo, / insistiendo de frente, con firmeza, / indicándole el camino a los que sufren / la amargura que yo siento por la patria» (ídem, III).
Es una obra de compromiso social que no persigue dignificarse en la «teoría del arte por el arte», ni en el revestimiento estético de la gran poesía universal. Es un trovador de lenguaje sencillo y florecimiento socializante, donde el hombre es un objeto y sujeto social y comprometido. El prominente investigador y folclorista Dagoberto Tejeda Ortiz, al hacer referencia a su obra, señala:
«Los poemas aquí presentados, del joven Adriano de la Rosa, están en esta perspectiva de compromiso, donde la poesía, a pesar de ser Cantos de Dolor y Esperanza, escapan al panfleto o al slogan político para ganar la dimensión de lo artístico. Su poesía indica un reencuentro con la identidad de la clase de un poeta que resume los gritos, las angustias y las esperanzas del pueblo. Sus poemas adquieren carácter colectivo, su sello de clase oprimida. Sus imágenes e incluso su lenguaje no pertenecen a un poeta ´´culto´´. No. Son sencillos, primarios, ´´analfabetos´´, como el pueblo… Pero tienen la vivencia de las necesidades insatisfechas, de las frustraciones, de la opresión y la fuerza corajosa del ´´débil´´. Como poeta está naciendo. Y más que la adquisición de técnica, el compromiso real lo está haciendo más adulto a pesar de su edad biológica […]» (Poesías de Adriano de la Rosa).
El fragmento transcrito apareció en la Página Literaria de una revista, publicado en la página 19, en el 1972, año en que Adriano de la Rosa publicó su poemario intitulado Cantos de dolor y esperanza, apoyado por el Movimiento Cultural Universitario (MCU), y el Grupo de Poesía Coreada de la UASD, siendo prologado por Dagoberto Tejeda. Al final del trabajo citado, aparece una frase del famoso y consagrado poeta cubano Roberto Fernández Retamar, llamado «el poeta de la Revolución» y del «coloquialismo hispanoamericano»: «Creo en la vertiginosa complejidad del ser humano, de la vida. Por ello una poesía puede, y acaso debe, ser política e íntima, esperanzada y amarga, humorística y dolorosa» (ídem).
Adriano nunca buscó escribir para «estetizar» el mundo por medio de la palabra, ni mucho menos caer en el capitalismo artístico, sino denunciar sus atrocidades y sus aberraciones, mientras el proletariado se consume en su propia miseria. Tampoco quiso revolucionar y modernizar la poesía, como lo hizo el nicaragüense universal Rubén Darío (1868-1916), en su concluyente y maravillosa obra Cantos de vida y esperanza (1905).
Se olvidó de que el vocablo poesía se desprende del término latino-griego poiesis, que significa crear belleza o sentimiento estético a través de la palabra, el mismo que le sirvió de base al poeta chileno Vicente Huidobro (1893-1948), para forjar el movimiento literario Creacionismo, desplazando las viejas teorías de la poesía que venían desde Platón hasta Aristóteles, como lo hiciera extraordinario en su poema «Altazor», pero también en su breve poema «Arte poética». No pretendió ser el poeta Pedro Mir (1913-2000), ni cantar «Hay un país en el mundo» (1949), pero sí concretarse en estos versos: «Hay un país en el mundo / colocado / en el mismo trayecto del sol. / Oriundo de la noche. / Colocado /en un inverosímil archipiélago / de azúcar y de alcohol».
Adriano es un «oriundo de la noche / en un inverosímil archipiélago de alcohol». Adriano no aspiró a ser el Adriano romano, sino simplemente el de Santiago de los Caballeros, el mismo que hizo estos versos sociales y testimoniales, desde sus entrañables adentros. El de afuera tenemos que buscarlo en la política, en el periodismo, en el gremialismo, en la gestión cultural, en la solidaridad, en la bohemia, en la romería y la sexualidad abundante. Adriano de la Rosa es un hombre, nunca un objeto, aunque en el poema ya citado (Hombre-objeto) dijera: «En este anochecer violento / han quedado mudos por el miedo / los sentidos».