Pedro Henríquez Ureña fue un niño prodigio. Con menos de diez años publicó su primera antología de escritores dominicanos, en colaboración con su hermano Max. Poco después la pareja de intelectuales editaba su propia revista. Entre los trece y los dieciséis años escribió los textos que componen Ensayos críticos, su primer libro; de una complejidad argumental y tan brillante redacción, que costaba creer que había sido la labor de un adolescente. Ese libro, escrito entre Santo Domingo, Nueva York y La Habana, se publicó en Cuba en 1905, convirtiéndose en un hito internacional. La ópera prima de este niño prodigio dominicano es tan magistral que no tiene nada que envidiarle a las publicaciones de su madurez. Desde ese texto inaugural, PHU logró ser un intelectual que comenzaba a encontrar eco y repercusión en toda Latinoamérica y España. Una proeza para el formato de difusión cultural de la época. Incluso, recibió correspondencia del gran filólogo español Menéndez y Pilar, quien le felicitaba por el peso específico de su primer libro: la calidad y los niveles de análisis que ostentaba aquel bisoño del Caribe.
Si bien PHU fue un niño prodigio, debemos entender que desde la infancia se le fomentó para que se convirtiera en el gran intelectual que llegó a ser. Su madre, Salomé Ureña, fue una poeta reconocida y exitosa desde su juventud. Quizás la primera poeta célebre del país. Ademas de ser el centro de actividades cutlturales y recitales, Salomé fue reconocida en vida como poeta y figura distinguida de la ciudad de Santo Domingo. Salomé era a su vez la hija del poeta, político y abogado Nicolás Ureña de Mendoza. El padre de Pedro Henríquez Ureña fue Francisco Henríquez y Carvajal, médico, político, periodista, escritor, miembro de una de las familias más influyentes de su época. Como vemos, PHU era hijo de dos intelectuales que incentivaron su amor por la cultura con su propio ejemplo como el mejor discurso.
Contrario a lo que se piensa, no todo en su vida fue color de rosas, Henríquez Ureña creció bajo la dictadura de Ulises Heureaux, alias Lilís. Como todo déspota ilustrado (a veces se nos olvida que era abogado) Lilís se rodeó de lo mejor de entre los intelectuales a su favor, entre ellos la familia Henríquez, quienes pertenecían al partido azul de Gregorio Luperón, si bien algunos tomaron distancia en medio de la dictadura. PHU nació un año después de que Lilís se convirtiera en tirano (tampoco olvidemos que antes tuvo dos mandatos en que fue electo democráticamente). La dictadura de Lilís, aunque eso no justifica su imposición, propició un excelente ambiente intelectual. Lilís fue un tirano. ¡Un maldito tirano! Eso es cierto. Pero también que valora a la cultura y se hizo rodear de intelectuales; modelo que luego copió la poética del trujillismo.
La infancia de PHU estuvo condicionada por la presencia en el país de Eugenio María de Hostos, sus ideas educativas y la filosofía positivista en términos generales. Hostos fue patrocinado por Lilís para que ejecutara su política educativa, con lo que se conoce como Escuela Normal o Normalista. Como avezada discípula del maestro puertorriqueño, Salomé Ureña funda la Escuela Normal para Señoritas o Instituto de Señoritas Salomé Ureña. República Dominicana, gracias a la filosofía educativa hostosiana, se puso a la par de México, Costa Rica, Argentina y Chile en materia educativa. Incluso, mientras vivía en RD, Hostos fue contratado para la reforma del sistema educativo de Chile, pero no tuvo la libertad y el apoyo oficial de alcanzar el éxito que logró con el espaldarazo del dictador dominicano, por lo que a los pocos años regresó al país, en donde falleció y permanece enterrado.
Salomé Ureña implementó con sus hijos el sistema educativo hostosiano. Y a pesar de que la poetisa murió joven, germinó a su alrededor la primera generación de mujeres intelectuales y feministas de la República Dominicana, con la fundación del Instituto de Señoritas. La casa de Pedro Henríquez Ureña vivía rodeada de las alumnas de su madre, los debates políticos de su padre, las tertulias, los grupos culturales, a los cuales le permitieron acceso desde que era un párvulo. Es la razón por la cual su segundo libro, Horas de estudio, está dedicado a Leonor Feltz, una alumna aventajada de su madre con la cual se reunía junto a Max para analizar los clásicos. Una influencia notable para un niño de apenas diez u once años, pero que ya dominaba Ibsen, Rosseau, Dante, Homero, los grandes filósofos grecorromanos (su gran influencia) y se había leído casi todo Shakespeare.
Pedro Henríquez Ureña vivió sus primeros años en medio de una de las peores crisis políticas, puesto que salíamos de la Restauración para caer, de nuevo, en las manos de Buenaventura Báez, al que sucedieron gobiernos provisionales, golpes de estado, y presidentes bajo periodos de dos años para evitar tiranos. En este contexto, Ulises Heureaux gobernó la República Dominicana por un total de 14 años en tres períodos separados. En el primer mandato se comportó con los aciertos y desaciertos de cualquier gobernante de la época, el segundo fue tan breve que no dio tiempo a vislumbrar su naturaleza despótica, por lo que fue en su tercer periodo cuando se convirtió en el cruel gobernante que nos retratan los libros de historia, por lo que suspendidas las elecciones, gobernó de manera ininterrumpida desde 1889 hasta 1899, si bien la constitución de entonces delimitó los periodos presidenciales en apenas dos años sin reelección consecutiva. Cuando Lilís se convirtió en tirano Pedro Henríquez Ureña apenas cumplía cinco años. Su padre, que ejercía la medicina y el magisterio en el Instituto de Señoritas de su esposa Salomé, fue un periodista con ideas políticas de avanzada, acababa de graduarse de Doctor en Medicina en la Universidad de París, por lo que su espíritu democrático de inmediato entró en contradicción con el régimen que encontró a su regreso en el 1891. Sus artículos de opinión en la prensa de entonces lo llevaron a ser perseguido por los esbirros de Lilís y tener que refugiarse en Haití, en donde conoció a otros exiliados, como Juan Isidro Jimenes, quien luego se convertiría en Presidente de la República. Francisco Henríquez y Carvajal se refugió en Cabo Haitiano junto a Francisco Noel, hijo mayor (y el menos célebre) de la familia Henríquez-Ureña, por lo que Salomé, que era una mujer enferma, se tuvo que quedar en Santo Domingo con los más pequeños. (En este punto debemos recordar que Salomé Ureña era asmática, siempre tuvo problemas respiratorios, y a pesar de que su esposa era uno de los mejores médicos del país murió muy joven, enferma de tuberculosis, con apenas 46 años). En 1899 Lilís fue asesinado en una emboscada, por lo que Juan Isidro Jimenes se convierte en Presidente de la República. Los Henríquez cambian de estatus, su partido ha ganado las elecciones, Francisco Heríquez y Carvajal es designado en el cuerpo diplomático de los EEUU, por lo que va a la gran manzana con sus hijos Max y Pedro. A inicios del siglo XX Nueva York ya comenzaba a perfilarse como la capital del mundo, por lo que sus años en esta ciudad lo marcan para siempre desde el punto de vista intelectual. Allí descubre el cine (el nuevo arte), se apasiona por la ópera, se se convierte en crítico de teatro, visita las exposiciones de artes visuales, junto a su hermano Max se pasan días completos en las bibliotecas de la ciudad, lo que le ayuda a perfeccionar su inglés. Pero en 1902 le dan un golpe de estado a Juan Isidro Jimenes y la vida de la familia cambia para mal, ya que su padre vuelve a ser perseguido políticamente, se queda sin empleo y varado en NY.
En consecuencia, la situación política de sus familiares hizo que fuera consciente de las ideas y los problemas de estado, aunque nunca le interesó hacer carrera en ese ámbito, siempre aportó desde el punto de vista intelectual, y es uno de los tantos aspectos que lo convierten en un intelectual modelo, porque sin doblegarse a un gobierno de turno, aportó en todos los países en los cuales vivió aunque sea por un breve período: Cuba, México, Argentina, Estados Unidos, Francia, España, entre otros a los que solo fue por breves periodos de investigación o a impartir una que otra conferencia en algún congreso.
El alto costo de la vida en Nueva York llevó a los hermanos Henríquez Ureña a tener que trabajar desde muy jovencitos: Pedro en oficinas comerciales, Max como pianista y cantante de piano bar. Pero a los jóvenes hermanos se le hizo insostenible costear sus gastos en la gran urbe, por lo que regresaron a Santo Domingo y luego se fueron hacia Cuba a reunirse con su padre, donde los inmigrantes dominicanos eran bien acogidos, gracias a lo que hicieron los dominicanos que encabezados por Máximo Gómez ayudaron a independizar ese país. Basta con decir que el gran poeta cubano Martín Heredia era hijo de inmigrantes dominamos.
En Cuba su presencia fue importante tanto para la crítica literaria como para la historiografía. Para muchos, como recitaba Carliste González Tapia en sus clases, fue quien le enseñó a los cubanos a valorar al José Martí escritor e intelectual más allá del prócer que murió en medio de las luchas independentistas. (Como bien se sabe José Martí fue una de las piezas claves en la independencia de su país de los españoles, por lo que su peso político opacaba al de su genio literario, y fue un dominicano quien lo rescató, y hoy en día tiene más peso el Martí intelectual y escritor que el Martí político).
A pesar de la humildad y la discreción que lo caracterizaron, el joven Pedro Henríquez Ureña consideró que el ambiente cultural de Cuba era similar al de su natal RD, por lo tanto, no le aportaba nada a su ambición intelectual, así que decidió mudarse a México. Atracó en México por Veracruz y allí se encontró con un ambiente inferior a La Habana, por lo que decepcionado, tal y como registra en su diario, rápidamente trasladó su residencia a la capital mexicana. Allí fue miembro fundador y líder del Ateneo de la Juventud y la Sociedad de Conferencias. Fue tan influyente que los intelectuales mexicanos contemporáneos a él le llamaron “nuestro Sócrates”. Las crisis políticas perseguían los pasos del joven intelectual dominicano, pues en México se vio en medio de la Revolución (1910-1917), situación que lo llevó a tomar partido en el bando justiciero, que al final de las contiendas resultó por imponerse. Pedro se involucró con pasión en protestas estudiantiles, y su nombre, como extranjero opinador de asuntos mexicanos, empezó a sonar entre uno y otro bando; en medio de la turbulencia política, y el peligro que corría su vida por haber tomado partido siendo extranjero, nada más ni nada menos que en el país más violento de América, en donde una disputa intelectual podría terminar en forma de puñalada o disparo, Pedro Henríquez Ureña tuvo que irse a vivir a los Estados Unidos. Además de la crisis en México, también lo llevó a los EEUU la conflictiva política dominicana, a donde tanteó volver. Sucede que Juan Isidro Jimenes es electo por un segundo periodo presidencial, pero confronta una crisis política que lo lleva a dimitir, por lo que designa como presidente interino al intelectual más capaz y el que no tendría oposición ni en su partido ni entre los contrarios, Francisco Henríquez y Carvajal, progenitor de Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña, quien le pidió a Pedro viajar a los EEUU para que intercediera a su favor y cesara la Intervención Norteamericana de 1916 y lo repusieran como presidente. Esas dos razones llevan al joven dominicano de apenas 30 años a radicarse en los Estados Unidos, en donde trabaja como corresponsal para varias publicaciones, siendo la más popular su columna Desde Washington, publicada en la revista Variedades de Cuba. Desde allí lucha contra la injerencia norteamericana del 1916 y la reposición de su padre como presidente de la República Dominicana, en una odisea digna de una novela de Vargas Llosa o película de Hollywood.
Al final de la Revolución Mexicana el dominicano Pedro Henríquez Ureña fue invitado a volver a México por parte de su amigo José Vasconcelos, quien tras haber sido Rector de la Universidad Nacional de México se convirtió en el Secretario Nacional de Instrucción Pública, por lo que solicitaba la sapiencia de su amigo de la Sociedad de Conferencia, el Sócrates del Caribe, para que le ayudara a refundar el sistema educativo mexicano en la etapa post-revolucionaria. En México, la huella de Pedro Henríquez Ureña es tan grande que si seguimos la concatenación de sus grandes intelectuales nos daremos cuenta de que Pedro Henríquez Ureña influyó en Alfonso Reyes, quien le decía “mi maestro”, Alfonso Reyes influyó a Octavio Paz, Octavio Paz a Juan José Arreola, Carlos Fuentes y así sucesivamente… Y esa cadena de grandes intelectuales mexicanos comenzó, sin dudas, por el gran maestro y líder de la intelectualidad mexicana de inicios del siglo XX, Pedro Henríquez Ureña. Sin embargo, su aporte no fue reconocido y valorado en su momento, por lo que Pedro Henríquez Ureña, a quien no le gustaba el escándalo y la polémica que derivaba en farándula intelectual, tuvo que abandonar México por el grupo de intelectuales a los que cataloga de “perros mordedores”, y se fue a vivir a la Argentina.
En Argentina el joven intelectual dominicano, ya casado y con una hija, se encuentra con un clima intelectual que le permiten la tranquilidad para producir lo mejor de su obra, como Cuatro ensayos en busca de nuestra expresión. Allí se codea con los grandes intelectuales del momento, fue amigo de Jorge Luis Borges cuando todavía el argentino no era famoso, y se refería al dominicano como “el hombre que lo había leído todo”. Incluso, fue una de las últimas personas en compartir con él antes de fallecer por un infarto luego de abordar el tren que lo llevaría desde Buenos Aires a La Plata, para llevar a tiempo a uno de sus tantos trabajos (llego tener hasta 7 empleos al mismo tiempo). En Argentina PHU no fue tratado al nivel de sus capacidades. Mientras vivía en ese país se convirtió en el primer Latinoamericano en ocupar la Cátedra Charles Eduard Norton en la Universidad de Harvard; sin embargo, los argentinos nunca le otorgaron la categoría de profesor universitario, por el simple hecho de Pedro Henríquez Ureña no querer nacionalizarse argentino, según los requisitos, por lo que el apego a su condición de dominicano lo hicieron morir como profesor de colegio de quinta categoría, cuando tenía más nivel que la mayoría de los profesores universitarios de ese país. Incluso, entre su discipulado figuran grandes intelectuales argentinos del siglo XX: Ernesto Sábato, Enrique Anderson Imbert, Dámaso Alonso, entre otros.
Para que se entienda la dignidad intelectual de Pedro Henríquez Ureña, basta resumir la relación con el tirano dominicano Rafael Leonidas Trujillo Molina. Sucede que Pedro Henríquez Ureña era el intelectual dominicano más famoso del mundo, por lo que eso llegó a oídos del trujillismo y su estrategia de rodear al tirano de las mentes más brillantes. De inmediato Pedro Henríquez Ureña fue invitado a colaborar con el régimen. A través de su hermano Max, ya empleado de Trujillo, le vendieron villas y castillas para conquistarlo, en un momento en que Pedro tenía dos hijas, una esposa vanidosa que no trabajaba y un montón de deudas por pagar, por lo que pidió licencia en sus empleos en Argentina y vino a la República Dominicana en los primeros años de la dictadura. Por su fama de erudito, líder en las reformas educativas en México y personalidad destacada entre los argentinos, además de ser hijo de la famosa poeta Salomé y del diplomático y expresidente Henríquez y Carvajal, en su regreso a su patria natal a Pedro Henríquez Ureña se le designó como Superintendente de Educación, cargo que hoy equivaldría al de Ministro de Educación. Pedro Henríquez Ureña hizo el mejor trabajo que se ha hecho por la educación dominicana desde las reformas de Eugenio María de Hostos. Incluso, sostengo la tesis de que si Pedro Henríquez Ureña no se marcha del país hoy fuéramos una potencia cultural que en nada envidiaría a Chile o Argentina. ¿Por qué se fue Pedro Henríquez Ureña del país? Pues porque se dio cuenta de que Trujillo no encabezaba “la más bella revolución de América” como vaticinaba el poeta Tomás Hernández Franco, sino una dictadura sanguinaria, opresora y burladora de todos los derechos democráticos por los que PHU había luchado en el extranjero. Trujillo se le pareció al Lilís que persiguió a su padre y parte de su familia. De inmediato fingió una escapatoria a lo James Bond; fuga en la cual me inspiré para escribir mi cuento histórico La verdadera muerte de PHU. Su padre era Ministro Plenipotenciario del gobierno dominicano en Francia; como se encontraba aquejado de salud, Pedro envió a su esposa e hijas a visitarlo; a los pocos días puso una excusa para viajar donde su padre, quien supuestamente había empeorado, y desde allí, con la familia reunida, viajó hacia La Argentina para nunca regresar a la República Dominicana. Fue la mejor manera de renunciarle a Trujillo, porque si lo hacía directamente la afrenta lo habría llevado a convertirse en hombre muerto, y pondría en peligro la estabilidad de algunos familiares con cargos en el gobierno, habrían caído todos en desgracia, como se decía. Su renuncia fue tan sutil que todavía para el día de su muerte el gobierno dominicano tenía un decreto con su nombre como Embajador Dominicano en Argentina para cuando quisiera aceptarlo, tal y como se lo hacía constar su amigo, admirador y discípulo en la distancia, Emilio Rodríguez Demorizi, otro de los grandes intelectuales dominicanos.
Tras su regreso a la Argentina, Pedro Henríquez Ureña publicó libros que comenzó a escribir en la República Dominicana. Se afianzó definitivamente como uno de los grandes intelectuales de su época, cohabitando con el icónico grupo de la revista Sur. Murió de manera inesperada a los 61 años, relativamente joven, pero con una blibliografía y aportes que lo convirtieron en uno de los grandes pensadores del mundo panhispánico.