«Sólo unas cuantas cuadras» le bastaron a la dignidad para enseñorearse en su más grande epopeya de patriotismo puro. Sólo unas cuantas cuadras bastaron para que hombres de todos los colores, de todos los orígenes y de todas las clases, unieran sus flores de tragedias y utopías, para alcanzar un sueño común que aun espera la alborada.
En las alas pavorosa de ese momento único, estaba suspendida la vigilia de lo que vendría, estaba cifrada la muerte injustamente necesaria de los que darían la cara para siempre, en el más grande ejemplo de sacrificio, que no es otro, que morir por quienes no conocemos y que de seguro ni te lo agradecerán.
Apenas unas cuantas cuadras, bastaron para desenmascarar las entrañas del monstruo sempiterno y para evidenciar los pequeños monstruos nuestros, los que se agazapan en las falsas democracias, los que se visten de camuflaje entre sotanas y uniformes de caqui, los que se visten de blanco en el aniversario de la patria y junto a las flores que depositan, disimulan su deshonor de siempre, su odio por lo nuestro, su amor por la riqueza ajena, sus espurios intereses en contra de la nación que van estercolando.
Sólo unas cuadras breves en ese abril que le dijera al mundo que, aunque no lo parezca, en estas tierras hay hombres que de vez en cuando se casan con la gloria o con la muerte, hombres a quienes le dieron entrañas de entereza y rebeldía, hombres y mujeres que no miden el tamaño del sacrificio sino la extensión del deber que han contraído.
Solo unos cuantos metros, bastaron para decirle al mundo de ayer y para anunciárselo al de hoy, que hay solidaridad en todos los rincones de la patria. Que la cara del amor puede ser italiana como Illio Capocci o haitiana como Jaque Viau Renaud, que el rostro del coraje puede ser de adolescente como Amaury y Amín Abel, o que puede tener la hermosa faz de una mujer como Delta Soto y Lourdes Contreras, o semblante de poeta Como Abelardo Vicioso y Pedro Conde o rasgos de maestro como Andrés Avelino o apariencia anónima y descalza como los que se descojonaban en las calles de la parte alta de la Ciudad Primada. Con piedras o con palos, con espejo encima de las casas y con soles encendidos en el pecho. La fisionomía del patriotismo puede ser de bohemios como René del Risco o de humorismo como Freddy Beras Goico.
Abril de 1965 nos permitió vernos en nuestra propia dimensión de pueblo «chiquito, pero tupío», de gente que no olvidaba la bota de 1916 y que se ganó a pulso el Versainograma a Santo Domingo de Neruda. Después de tanta sangre y tantas luchas, después de tanto exilio y tanto llanto, después de tanta entrega y tantos sueños, no es justo que nos vendan por el pírrico precio de sus ambiciones personales, que nos traicionen otra vez desde el Congreso, que nos estafen otra vez desde los curules de las desvergüenzas, que se crean los herederos legítimos de Manolo y de Caamaño, si no han tenido la hidalguía de merecer vivir en el mismo lar que ellos defendieron hasta las últimas consecuencias.
No es justo, arribar así a un nuevo aniversario de la República en Armas, de la epopeya que pedía la vuelta del viejo patriarca de la Vega, no es honesto, que sus peores hijos nos gobiernen, que sus peores soldados nos dirijan, que sus peores cronistas nos describan, que sus peores pastores nos excomulguen.
Sólo unas cuantas cuadras le bastaron a Ciudad Nueva para delimitar el terreno de los hombres y los parias. Sólo unas callejuelas y algunos muros, en aquel abril del 1965, le bastaron al mundo para entender que somos los quisqueyanos valientes de los que hablaba Emilio Prud´home en el canto más heroico de la patria.