Como soy un hombre libre, que no pertenece a ninguna secta literaria, ni me he beneficiado de la burocracia cultural en ningún gobierno, puedo decir esto: el que Efraím Castillo, José Enrique García o Juan Carlos Mieses no hayan recibido el Premio Nacional de Literatura deja muy mal parada la credibilidad de quienes tienen el poder de decidir.

Los que hemos estado al tanto por décadas de la evolución de nuestro quehacer literario sabemos que quienes han tomado la decisión de elegir a los ganadores de tan importante premio han cometido barbaridades imperdonables en muchísimas ocasiones.

Un premio para narradores, poetas y dramaturgos en el pasado ha sido entregado a periodistas y hasta a opinadores que nada han hecho en la literatura, pese a que para los periodistas existe el Premio Nacional de Periodismo.

No me gusta escribir mucho por las redes sociales, que a veces me parecen una especie de manicomio exhibicionista y narcisista, pero en esta ocasión concluí que no debía callar ante este descarado ejercicio de iniquidad.

Y para que a muchos les quede claro, nunca he saludado personalmente a Efraím Castillo (mi principal candidato para este premio), nunca he visto, hablado ni saludado a Juan Carlos Mieses. No creo haber hablado en más de tres o cuatro ocasiones con José Enrique García, y cuando lo he hecho ha sido por brevísimo tiempo.

Pongo solo el ejemplo de estos tres connotados escritores nuestros, pero hay más que lo merecen y lo han merecido primero que otros.

La comunidad literaria menos contaminada de nuestra sociedad debe hacer un esfuerzo para ver de qué manera se pueden enfrentar estas persistentes desconsideraciones.

No niego méritos a la persona escogida en esta ocasión, pero como dijo un amigo que valientemente ha apoyado estas palabras mías, «lo primero es lo primero».

Algunos de los que tienen el poder de decisión en este aspecto cargan el doble pecado de haber escogido conscientes de su injusticia.

A estos y a los otros les encaja muy bien la valiente expresión del gran don Miguel de Unamuno: «Vencerán, pero no convencerán».