Debes haberme visto caminar en la tarde

ahora, tú, rotundo,

en el silencio de la noche;

apuraba sin más un solo dolor,

con una lágrima que se negó a rodar

por las mejillas de un niño que gemía;

cuajada entre pecho y mente,

se atravesó en mi garganta.

 

Las calles ensayaban consuelos sin éxito

para desandarme en tu vacío,

para distraerme con sus ruidos de rebaños;

a todos, los rechazaba.

 

Nada ha valido, ni aquel aroma

que me dio varias veces a la cara.

Nada de falsas muletas

ni de opacos sermones de ultratumba, quiero

en estos cifrados caminos que llevo.

 

Arrojaste, espléndido viejo zorro

de la palabra, perlas en mi sendero,

sin esperar nada a cambio,

como un padre a su hijo

en un entorno minado de trampas

y de liebres que saltan,

tan fantasmal, como mezquino.

 

Muchos hemos quedado sin eje,

huérfanos de tus manos llenas de pájaros

y de sueños.

 

Avanza hacia la luz que te hace señas,

Manolito,

en tu peregrinar de alas;

avanza, poeta, sin timidez alguna.

 

Nos vemos allá

donde tú muy bien sabes,

donde tienen su dominio

todos los arcoíris,

donde todos florecen,

y tus ciguapas, impúdicas,

sus desnudeces bañan

al toque de los rayos

del sol, con sus arrullos.