3.1 Mecenazgo
La palabra mecenazgo procede de un nombre propio, el de Cayo Cilnius Mecenas, consejero político del primer emperador de Roma: César Augusto.
Mecenas fue un relevante defensor e impulsor de las artes, especialmente de jóvenes que destacaban en campos como la poesía. Uno de ellos fue Quinto Horacio, con quien mantuvo una relación de amistad. También resultó favorecido Publio Virgilio, entre otros.
El mecenazgo empezó a tomar forma filantrópica en el Renacimiento. En poco tiempo atrajo hacia sí a los más notables pensadores, artistas, artesanos y poetas. Como sabemos, esta práctica se ha manifestado siempre en la figura de aquellas personas acaudaladas que impulsan las habilidades científicas y artísticas de jóvenes sobresalientes.
Mecenazgo y padrinazgo son sinónimos, y miren esta frase tan bonita que he encontrado en un viejo diccionario: “El artista contaba con el padrinazgo de un hombre de negocios aficionado al arte”, y es que desde la antigüedad hasta hoy el capital ha estado presente, confabulado con el Estado, en la promoción de productos para el mercado cultural. Su objetivo ha sido y es tener el control del arte con miras a hacerlo cada vez más elitista, pues su masificación genera un mayor desarrollo intelectual del pueblo y, por tanto, condiciones más favorables para distanciarse de los cánones tradicionales, y esto hay que evitarlo a toda costa.
Las palabras mecenazgo y padrinazgo, así como sus derivaciones, deberían desaparecer del vocablo universal. Lo recomendable sería que hablemos de compromiso con el arte, como medio imprescindible de alcanzar el desarrollo humano que en algún momento habrá de llevarnos a valorar objetivamente el significado de la vida en la tierra.
Uno de los objetivos claves de esta violencia sistemática (hablo de violencia visual, auditiva, olfativa…) es rechazar al creador, aislarlo, ignorarlo.
El arte no necesita de ricos pretenciosos porque tiene la capacidad de patrocinarse por sí y para sí, en tanto y cuanto es un tesoro invaluable de la humanidad. Por consiguiente, la creatividad no debe estar sujeta a patrocinios comerciales, cuyo propósito es imponer su voluntad.
El hecho creativo es un instrumento esencial en el proceso de desarrollo y transformación de la vida.
La creatividad no es solo del arte. Hoy se entiende la ciencia como hilo conductor del conocimiento puesto al servicio de la creatividad, sin la cual los científicos no estarían en condiciones de trascender el conocimiento.
La creatividad nace del pueblo, camina y salta con él, vive en su piel. Por esta razón, el Estado tiene el deber y la obligación de promover que la creatividad fluya con libertad en el seno del pueblo, hasta hoy excluido del arte y la ciencia, y así liberarla de la enmarañada impostura de los filántropos.
La creatividad no puede depender en ningún caso de dádivas presupuestadas en los rincones del ocio, aupadas por los dueños de los medios de producción.
Ahora bien, como la realidad dista mucho de lo que proponemos, el padrinazgo, en tanto que expresión de poder, controla en gran medida a los creadores, tuerce el curso de la historia y de la cultura misma, y desvía al pueblo de las luchas naturales que habrán de llevarlo un día a conquistar los sueños hasta hoy irrealizables.
Debemos estar ciegos para no darnos cuenta de que nos encontramos en una situación social al borde del fracaso: un país lleno de seres ajenos a la ciencia y al arte; una sociedad de seres improductivos porque nunca hemos sido educados para producir: pensemos en los miles de jóvenes que trabajan en colmados y en el motoconchismo, en los choferes de carros públicos, mendigos, chulos, prostitutas, trabajadoras domésticas, etc., seres desclasados y alienados, sin posibilidad alguna de que puedan salir del oscurantismo impuesto desde antes de nacer.
A la verdad, la violencia sistemática de los de arriba nos asedia y solo descansa cuando nos doblega. Así, nos imponen sus gustos y valores deformados, y sus falsas creencias, signatarias de los momentos más oscuros de la humanidad.
Uno de los objetivos claves de esta violencia sistemática (hablo de violencia visual, auditiva, olfativa…) es rechazar al creador, aislarlo, ignorarlo. La mayoría claudica y se pone al servicio de quienes mantienen y controlan los engarces de la cultura adulterada.
Un creador aislado está en capacidad de crear, no lo negamos, pero desde una situación de aislamiento, con su carga de individualismo y miedo, no se llega a crear con la vitalidad que demanda el hecho creativo, que es de por sí expresión colectiva.
Desde la soledad es grande el esfuerzo que habrá de hacer el creador si queda con ganas de expresarse. Deberá sacar fuerzas de lo imposible, como vía contestataria para imponer su arte, su pensamiento, o sus aportes científicos, pero aún así, de lograrlo, jamás será reconocido por los estamentos oficiales dirigidos por los mecenas, sobre todo por los más comprometidos con lo insustancial.