2.3.- Creatividad
Nos habíamos propuesto escudriñar el pasado de la Creatividad y de una u otra manera lo hemos hecho, pero no al estilo de la historiografía tradicional.
Al plantear que la creatividad nace con la energía del cuerpo en el momento en que el hombre tiene conciencia de sí damos por sentado que el origen de la creatividad está en nosotros mismos, y su desarrollo se debe al uso y cultivo de nuestros sentidos, puestos al servicio del bien social.
Sin embargo, aunque Creatividad ha habido siempre, se trata en realidad de un concepto nuevo, cuyo contenido fue resuelto en parte a mediados del siglo pasado, cuando el psicólogo norteamericano Joy Paul Guilfor (1897-1987) afirmaba que la creatividad es la combinación de dos tipos de pensamiento: el Convergente y el Divergente. El primero está relacionado con lo que se denomina conocimiento base: la reproducción y memorización de los aprendizajes y hechos; el segundo es aquel que permite relacionar ideas y procesos de forma creativa, para encontrar alternativas a la resolución de un problema.
El concepto Creatividad es prácticamente nuevo, pero solemos formarnos la idea de que fue usado como tal en la antigüedad, mas sucede y viene al caso que los viejos filósofos helénicos no conocían esta palabra, es decir, los términos crear, creador, creatividad no figuraban dentro del vocabulario griego, y cuando trataron de explicar su contenido lo hicieron a partir de una óptica divina, como si el acto de crear fuese provocado por fuerzas sobrenaturales. Así, creían que los poetas eran seres sagrados o entes al servicio de divinidades que ponían sus palabras en boca de ellos.
Por naturaleza, el creador es un ser colectivo. La necesidad de expresarse emana de su estrecha relación comunitaria, lo cual nunca ha sido bien visto.
Desde entonces, no ha habido manera de convencer a la gente de que un creador es un ser tan simple como el que cultiva la tierra, que bien pudo dedicarse a crear si hubiera contado con las herramientas necesarias para aprender a hacerlo: problema global, que toca la sensibilidad formativa de la inmensa mayoría de la gente: excluida del conocimiento.
El falso concepto: “necesidad de tener un don divino para entrar en el mundo de la creatividad”, ha sido usado desde la aparición de las clases sociales hasta nuestros días.
Como se sabe, el surgimiento de las clases sociales está históricamente vinculado al establecimiento y desarrollo de la división social del trabajo y a la aparición de la propiedad privada sobre los medios de producción..
De manera que si los dioses nos han negado el derecho de aprender a crear, seremos parte del montón destinado a vivir en la mediocridad, con su secuela de humillación y agravio, idea que controla cada acto de nuestra vida.
Al no ser parte de los pocos elegidos, somos presa del pensamiento fáctico, quedamos atrapados en sus marañas ideológicas que, además de alienarnos, nos hacen cómplices, sin que lo entendamos a veces, de sus propias marrullerías.
Para evitar dudas respecto a este planteamiento, he de ilustrarlo con algunos ejemplos de cómo deforman nuestra mente hasta el grado de convertirnos en servidores de quienes representan los peores intereses de la humanidad:
-Dios no me concedió el don de escribir;
-soy pobre por disposición divina;
-solo Dios sabe por qué sufro tanto;
-le pediré al Señor que me dé talento;
-ricos y pobres somos hijos de Dios;
-el artista crea por inspiración;
-la inspiración nace de la soledad.
Estas son las mismas ideas que predominaron en el sistema esclavista y se recrudecieron en el Medioevo, periodo regido por el oscurantismo, amamantado por las escrituras bíblicas. Ya por entonces se buscaba la manera de que artistas y artesanos asumieran su trabajo desde la individualidad, a fin de suprimir la necesidad de la acción colectiva implícita de por sí en la labor creativa. Puesto que el individualismo es intrínseco a los sistemas sociales opresivos, nos inducen a él por la vía de una visión deformada de la realidad o por desesperación y cansancio.
Por naturaleza, el creador es un ser colectivo. La necesidad de expresarse emana de su estrecha relación comunitaria, lo cual nunca ha sido bien visto. Así, había que romper con esta práctica para aislar al creador hasta hacerlo dependiente de los amos del mundo, que en la época Medieval fueron papas y reyes (la Edad Media o Medievo es el período histórico de la civilización occidental comprendido entre el siglo V y el XV; su inicio se sitúa en el año 476, el año de la caída del Imperio romano de Occidente, y su final en 1492, año en el que Colón llegó al Caribe).
Antes de proseguir con nuestra secuencia histórica, he de referirme al mecenazgo, que nos llevará igualmente al Renacimiento (período de la historia que se gestó desde el fin de la Peste Negra a mediados del siglo XIV y abarcó hasta la primera mitad del siglo XVI.), época que marcó un salto trascendental en la ciencia y el arte, y se puso de manifiesto la verdadera razón y carácter de la filantropía.