2.1.- Creatividad

Se ha hablado mucho acerca de la creatividad, pero se le  presta poca atención, sobre todo en países como el nuestro.

La creatividad es el eje principal de la mente, sin ella es imposible el desarrollo de nuestra especie; por eso debe estar vinculada al proceso formativo y educativo de los niños, jóvenes y adultos.

Si la creatividad se mantiene como una acción neutral e individual, y no se inserta debidamente en los planes políticos y programas educativos de una nación, el desarrollo humano será sencillamente inalcanzable.

En 1918, dirigiéndose al Congreso de Educación, el líder y pensador ruso Vladimir Ilich Lenin (1870-1924) señaló –recordémoslo– que el declarar la educación como una actividad neutral y apolítica era una hipocresía burguesa diseñada para engañar a las masas. “Es imposible situar a la actividad cultural fuera del entorno político”, enfatizó el líder revolucionario.

Pero ¿qué es esto de la creatividad que tanto nos cuesta entender y poner en práctica? El diccionario de nuestra lengua nos da la siguiente definición: capacidad o facilidad para inventar  y crear. Sin embargo, no es tan simple como aparece en esta valoración de la Real Academia porque  crear, no digo inventar,  implica asumir un acto de rebeldía en contra de lo anterior, o sea, de lo viejo: anterior es el femtosegundo que acaba de pasar (un femtosegundo es un intervalo de tiempo equivalente a 10-15 segundos, es decir, 0,000000000000001 segundos, o una milésima de billonésima de segundo).

De modo que el hecho creativo demanda una actitud violenta en el mejor sentido, gracias a la cual romperemos con nuestras propias creaciones en busca de lo nuevo y trascendental: encontrar formas expresivas que resuman lo mejor de la vida colectiva y el equilibrio respecto a la relación hombre-naturaleza.

La creatividad tiene que ver con el amor, por supuesto, pero con el amor que surge de la materia como necesidad de llevarnos a la cima de la superación colectiva, única vía posible para garantizar la paz y el progreso.

Romper es un verbo transitivo que nos coloca por lo general en una actitud de desafío porque implica, según el  diccionario de nuestra lengua: “partir una cosa en trozos irregulares, o separar de ella una parte, golpeándola, rasgándola, estirando, etc., con o sin violencia”.

Observemos cómo nos introducen la coletilla “con o sin violencia”, como si en realidad fuera posible romper sin violencia, idea que no escapa a intereses clasistas.          Romper es de por sí un acto violento, que puede ser beneficioso o pernicioso. Si el propósito de romper tiene como meta acabar con la injusticia, por ejemplo, sería lo primero; si fuese lo contrario, estaría a favor de lo segundo. Así de simple: Crear es romper para liberarnos del oprobio que aún está vigente en las relaciones humanas. Crear es acabar con la ignominia e instaurar las bases que promuevan beneficios para la vida material y espiritual.

Ser creativo está lejos de estar enamorado de la vida o de traer un poco más de música a ella, o un poco más de poesía, como nos dicen los pensadores idealistas.

La creatividad tiene que ver con el amor, por supuesto, pero con el amor que surge de la materia como necesidad de llevarnos a la cima de la superación colectiva, única vía posible para garantizar la paz y el progreso.

A diferencia de los postulados cursis y románticos establecidos por los filósofos idealistas sobre la creatividad, Pablo Picasso nos dice: «Aprende las reglas como un profesional, para que puedas romperlas como un artista».

Es importante insistir en la idea de que no hablamos de romper por romper ni animamos a nadie a ser violento no más porque  sí. Nosotros nos estamos refiriendo a la violencia manifiesta en el cerebro como necesidad de dar un salto cualitativo en el desarrollo integral de la humanidad: es erróneo pensar que la creatividad es un hecho puramente individual que trasciende lo cotidiano, cuando es precisamente lo contrario, es decir: crear es conocer lo viejo, comprender lo nuevo y seguir creando en el futuro a favor del progreso social y de la permanencia del hombre en la tierra.

Quizá por miedo a la palabra romper, los estamentos gubernamentales y los poderes fácticos nos distancian del proceso creativo y nos provocan estar en la inopia a través de técnicas de persuasión y manipulación, cuyo objetivo principal es deformar la realidad a toda costa.

Lo planteado es fácil de detectar en los falsos valores que nos inculcan durante la niñez y en el modo de cómo usan las herramientas de la fe en contra de la ciencia, para provocar en nosotros una dependencia emocional respecto a un ente supremo que controla el universo, a quien debemos profesarle gratitud y miedo.

He aquí la palabra clave: miedo. Si leyéramos con cuidado las definiciones dadas por el diccionario, creo que no nos sentiríamos satisfechos, porque tener miedo es más de lo que ahí se dice.

Miedo es negarnos a nosotros para depender de un ente supremo que está al acecho de nuestros pasos.

Miedo es no atrevernos a incursionar en lo nuevo porque esto implicaría cuestionar lo viejo, y qué pasaría si llegáramos a la conclusión de que ese ser supremo es parte de lo viejo.

Haffe Serulle en Acento.com.do