(Recomiendo al cuerpo docente del Ministerio de Educación y a los profesores universitarios leer el trabajo: Escritura creativa y neurociencia cognitiva, de los profesores Manuel A. Vázquez-Medel (Universidad de Sevilla), Francisco Mora (Universidad Complutense, Madrid), y Antonio Acevedo García (Universidad de Sevilla).
1.1.- Habilidades lectoescritoras
Hace años, en uno de mis viajes al sur profundo, se acercó a mí una joven quinceañera. Tenía en las manos un manojo de folios que contenían palabras escritas por ella. Eran muchos folios; eran muchas palabras.
“Quiero ser escritora y no sé cómo lograrlo”, me dijo sin siquiera saludarme. Luego agregó, en voz baja:
“Necesito su orientación y ayuda”.
La miré con un gesto emotivo y le respondí:
“Dame una copia de esos escritos para echarle un vistazo cuando llegue a casa”.
“Esta es su copia. En la última hoja anoté mi dirección y mi teléfono”, enfatizó la joven.
No esperé llegar a casa para hurgar en aquellos papeles. La curiosidad me llevó a hacerlo durante el viaje de regreso. Y vaya sorpresa: los párrafos leídos eran ingeniosos. Ahí va una muestra:
Ante la incredulidad de los habitantes, el sol había caído en mis manos. Se preguntaban sin entender por qué pasaba esto. Extrañamente, el astro era liviano, y en vez de quemar refrescaba. Corrí hacia la costa en busca del mar, con la idea de poner el sol en las olas y que estas se lo llevaran hasta el horizonte, de donde ascendería y se instalaría en el centro del cielo, su reino.
Como el vehículo iba a saltos, me era difícil concentrarme en la lectura. Cerré los ojos por un momento y dije en voz baja:
“Es plausible que una niña de un pueblo remoto escriba de esta manera”.
Ese sol me fascinó: hablo del sol en sus manos. Imagen poderosa para una edad tan tierna.
“Quizá esta imagen ha estado siempre cerca de ella”, pensé.
Sol y solo sol en estas tierras baldías y deshabitadas. Aquí la carroñería se impone como norma de vida. Y claro: la rigidez del tiempo, la espesura del polvo, las noches sin horas y las amenazas del tormento, secundadas por la desesperación y el hambre.
Hice un esfuerzo y seguí leyendo, atento a cada hoja, a pesar de que la tarde se tornaba oscura. De pronto, mi vista se detuvo en este otro párrafo:
Cuando llegué al mar, el sol se esfumó de mis manos. Lo busqué por todas partes, mas no di con su paradero. Curiosa e intrigada puse la vista en las olas y de mi piel brotó un temblor de miedo: el mar estaba lleno de cadáveres. Cientos de miles de cadáveres boyaban en el espumarajo de las olas. Eran cadáveres de ancianos y niños. Aunque tenían perforaciones de bala en el pecho, nadie supo nunca de dónde habían salido ni cómo murieron.
“Aquí lo importante es el contenido de las imágenes creadas por esta niña sureña”, dije para mis adentros.
Cerré los ojos y fue cuando se me ocurrió escribir acerca de la significación de la creatividad en el contexto de la evolución cultural de los pueblos (creencias, dioses, símbolos, ubicación geográfica, historia, miembros, tradiciones y costumbres), bajo el entendido de que sin esta herramienta es imposible lograr el desarrollo cognoscitivo, motor esencial en la dinámica del pensamiento humano.
Escribir es mezclarse con la gente y sacudirse en la tierra. Es partir de lo vivido y trastocar lo conocido. Recuerdo haber leído hace tiempo que las dinámicas de escritura creativa activan las zonas cerebrales. De hecho, ponen en marcha las llamadas -desde Agustín de Hipona- «tres potencias del alma»: memoria, entendimiento y voluntad, a las que habría que agregar la imaginación y la fantasía. En esto, la lectura juega igual desempeño.
Escribir es partir de lo vivido y del conocimiento conservado en la memoria, que se orienta al pasado, para, a través de un proceso intelectivo desplegado en el presente, realizar nuevas combinatorias creativas impulsadas hacia el futuro por el ejercicio de la voluntad.
Leer, según la neurociencia, significa activar un amplio arco cognitivo que involucra la curiosidad, la atención, el aprendizaje y la memoria, la emoción, la consciencia y el conocimiento. Es quizás el mejor medio para construir un puente definido entre humanidades y ciencia.
La capacidad humana de no limitarse a representaciones mentales que sean meros trasuntos de lo que está fuera de nuestro cerebro permite construir creativamente, con impulso de lo que se ha llamado pensamiento lateral, nuevos discursos ficcionales en los que -a diferencia de los discursos factuales- no es pertinente la conexión del designatum con la realidad extradiscursiva (el designatum es un objeto semiótico, o sea, un objeto de la teoría lingüística; no es una cosa como aquéllas que designan las palabras en el lenguaje cosa). En tal ejercicio, la activación de nuestro cerebro supone indudables beneficios, al tiempo que permite dinámicas de equilibrio homeostáticas (estado de equilibrio entre todos los sistemas del cuerpo.) y funciones terapéuticas en distinto grado y medida (ver: https://revistas.intec.do).
“Qué bueno que incursionas en la escritura”, le dije a aquella adolescente sureña a modo de despedida.
Ella sonrió con timidez, recuerdo, y se quedó callada.