Lectura suave de A mí no me gustan los boleros, de Jeannette Miller

Con un guiño especial a la profesora Evelyn Rodríguez López, con quien he compartido impresiones sobre el libro que sirve de base a este trabajo

En el año 2009 salió a la luz una colección de cuentos de Jeannette Miller bajo el título de A mí no me gustan los boleros. Es un pequeño manojo de cuentos breves, de apenas un centenar de páginas, integrado por quince relatos. En las presentes líneas trazo un perfil de esta obra, no desde la perspectiva de un lector especializado (llámese crítico literario), sino desde el punto de mira de un lector a secas.

Hablo de lectura suave en el título. Sí, ciertamente, lectura suave o lectura ligera. La prisa con que leemos hoy día, sobre todo, quienes tenemos la responsabilidad de integrar nuestras lecturas individuales (aquellas que hacemos por iniciativa propia) a las que imponen los programas de enseñanza en la carrera de Letras, nos fuerza a tener que conformarnos con lecturas un tanto superficiales. Estas a veces se quedan en la periferia del texto, lejos del nivel de profundidad que deseamos. Es en ese sentido que hablamos de lectura suave.

Muchos de los textos reunidos en el libro que sirve de fundamento a este escrito son cuentos de mujeres: y las hay débiles y fuertes; unas superficiales (La chica Cool); otras de carácter práctico (Martina). Pero todas (o casi todas) son mujeres sufrientes, mujeres que arrastran consigo un drama familiar o social… Dentro de estos parámetros, tal vez sea una excepción la dama del cuento que encabeza el libro: “La clave”.

El juego intertextual es un recurso muy marcado en estas narraciones. Las letras de boleros son utilizadas de manera frecuente en varios de los cuentos de la colección. Dichas letras guardan relación con la temática de los cuentos en los que aparecen citadas. Es bien sabido que el bolero y la narrativa latinoamericana y caribeña desde hace muchos años han establecido un vínculo muy importante.

El epígrafe que encabeza el libro, una cita de San Basilio (“Lo que a ti te sobra pertenece a otro”) condena la abundancia de unos en perjuicio de otros, los cuales no reciben la porción que en justicia les corresponde. Esto es válido para el aspecto económico, pero también para el tema de los géneros. Me parece que el epígrafe, por concepto de asociación polisémica, condena la amplitud de derechos que el sistema patriarcal reserva al hombre en tanto censura las restricciones y limitaciones a las que está sometida la mujer.

Dicho lo anterior, pasamos al contenido de los cuentos que conforman el libro en cuestión.

La clave

En este cuento la autora pone frente al lector a una mujer dominante, que sobresale por su personalidad serena, segura de sí misma, que cuida su apariencia, su porte, pero que atrae por su esencia, y que sabe sujetar y retener, no por imposiciones odiosas, sino por la fuerza de su atractivo y por la seguridad que muestra en su comportamiento… Es una mujer que ha encontrado la clave para mantener el control de la relación, doblegando la tozudez machista del amante. Y lo hace de una manera tan sutil, con sus atributos, su discreción, su seguridad personal que parece algo no intencional, pero muy efectivo…

En concreto, es la historia de una relación sentimental entre una dama elegante, alegre, educada, correcta y muy segura de sí misma y un hombre débil, inseguro, receloso y posesivo. La relación es encubierta: por las noches se encuentran, se aman apasionadamente, y sin reservas; mas, durante el día, si coinciden en algún lugar, ella apenas lo mira y lo saluda “con ingenuo cariño, como si el día antes no hubiera casi muerto de placer en sus brazos” (Pág. 13). Él trata de no entregarse “para no perder esa fuerza vital que ella exigía, que tomaba como suya en una pasión avasallante similar a la muerte” (Pág. 13). Para un hombre con esa mentalidad, entregarse equivale a una debilidad, tal vez una derrota, pues piensa que con tal grado de entrega podría quedar a merced de la mujer que de tal manera lo ha conquistado.

Poseído de un espíritu patriarcal, el hombre estaba acostumbrado a que las mujeres con las que sostenía relaciones amatorias se aferraran a él; que ese amor se expresara de manera permanente y sin reservas, pero ella no parecía dispuesta a romper su propio esquema, consistente en entregarse a solas y mantener la distancia y la frialdad en público. Esa frialdad manifestada entre la gente le hacía experimentar a su amante la sensación de que “la había perdido para siempre”.

Narración en tercera persona, focalizada en el personaje masculino desde cuyo punto de vista se realiza el relato. Me parece que es uno de los cuentos mejor logrados de la colección. Y la autora debió haberlo considerado así. No por casualidad, supongo, aparece encabezando el libro.

El relato plantea el reverso del machismo, tan característico de nuestra época (y de todos los tiempos). Y lo hace apartándose de lugares comunes. Lejos de las típicas historias de machismo, donde el hombre maneja de un modo absoluto los hilos de la relación y la mujer presenta un perfil de absoluta subordinación. Aquí, por el contrario, el macho dominante queda desarmado frente a una mujer que se muestra segura de lo que es y consciente de lo que quiere, actuando de manera serena, sin apabullamientos, pero sin ceder ni un ápice a las pretensiones del amante. Ella no elabora un discurso para proclamar su entereza: le basta con tener una conciencia clara de su propia valía y actuar en consecuencia.

La literatura no responde a fines prácticos, no figura en sus propósitos ni en su naturaleza, sin embargo, si algo puede tomarse en ese sentido con relación a este cuento es que la conducta de la protagonista del cuento puede resultar paradigmática. Ella tiene la receta ideal para las mujeres que sufren las imposturas de un machismo avasallante. Ese parece ser el significado del título del cuento: la clave.

 

Receta

Un extraño cuento, con una enorme carga de simbología. Leído de modo literal resulta de lo más insólito, pues sería la historia de una mujer que conoce a un hombre al que ella describe de una manera muy particular (“tenía un aire de ido, de persona fuera de época, de desfasado” … “parecía un niño viejo, un apóstol inocente, un hipócrita engolado, un sabio de Grecia, un apóstol de mierda…”), y se enamora locamente de él, pues a pesar de su excentricidad, le resulta atractivo. Dice que él se interesa por ella y le escribe algunas cartas; ella sólo contesta una, y no queda claro si esta comunicación breve da inicio a una relación o todo queda en un enamoramiento a distancia por parte de ella. Todo el relato se mueve entre alusiones e insinuaciones, como en un pasaje claroscuro, diciendo sin decir claramente algunas cosas.

La relación sentimental que se plantea resulta poco menos que imposible, pues todo se desenvuelve en medio de contradicciones: “Diez años después lo volví a encontrar, y de nuevo ese golpeo de rechazo y de placer, esa felicidad de verlo con ganas de huirle, ese miedo dormido como una pantera al acecho, ese querer estar con él y no podía…” (Pág. 18). Y un mar de contradicciones.

Sin embargo, apenas se avanza un poco por el camino de la literalidad fácilmente se intuye que esa no es la dirección correcta para llegar a una adecuada decodificación del texto, y entonces el lector se ve forzado a devolverse para buscar otro atajo. Así, pensamos que el personaje debe de ser un ente personificado. Pero ¿de qué se trata? ¿Es ese personaje una representación de un ser incorpóreo, un concepto o idea como el Arte, el Género Narrativo, el Cuento? Paso la pregunta a otros lectores en tanto me detengo en lo que realmente me impresionó al leer el cuento. Me refiero a la extraña receta que aparece al final del cuento.

Como si de una prescripción de cocina se tratara, la “receta” se divide en dos partes: ingredientes y procedimiento.

El renglón titulado “ingredientes” consiste en una enumeración de autores, la cual podría entenderse como una sugerencia para los aspirantes a cuentistas (o a narradores). Cuatro son los autores que –según el texto– han de servir de paradigma: dos españoles, Arcipreste de Hita, medieval, y Corín Tellado, del siglo pasado, al igual que el colombiano Gabriel García Márquez y la mexicana Laura Esquivel. En los procedimientos se pasa a enumerar los textos a tenerse en cuenta de cada autor citado: El libro del buen amor, del Arcipreste, El amor en los tiempos del cólera, del Nobel colombiano, y Como agua para chocolate, de la mexicana Esquivel. En cuanto a la Tellado no se cita ningún título en particular, sino que se limita a decir “cualquier Vanidades”, lo cual es una alusión a la revista homónima, publicación dedicada a un público femenino, la cual solía intercalar en sus ediciones novelitas rosa de la prolífica autora española.

La receta es importante porque en ella la autora integra tradición y modernidad. Una cuarta parte de tradición (Arcipreste) y tres cuartas partes de contemporaneidad (los otros tres autores). Esa es la fórmula que nos entrega Miller: el aspirante a escritor de ficción debe nutrirse de la literatura actual, de la que deben provenir los paradigmas, pero sin apartarse nunca de la tradición. Resulta extraño que la autora no haya incluido ni un solo narrador fuera de la literatura escrita en español, como si quisiera enfatizar que nuestra lengua posee suficiente madurez y aval literario para que no tengamos que ir a buscar apoyo en autores de otras lenguas. En cuanto a la equidad de género (por decirlo de algún modo), hay un equilibrio, ya que hay dos autoras y dos autores. Una vindicación de la literatura escrita por mujeres sin menoscabo de la que corre por cuenta masculina. También está equilibrado en cuanto a que de los cuatro escritores de nuestra lengua, dos representan a la España milenaria (tradición) y dos a Hispanoamérica (modernidad).

Digno de atención es también el hecho de incluir a una autora no canónica, como lo es Corín Tellado; escritora que se sitúa dentro de una escritura marginal, cultivadora de novelas cortas que alcanzaron una cifra estimada en más de 4,000 títulos. La escritora más prolífica, sin dudas. Sus novelas son de corte romántico-sentimental, muchas de las cuales se publicaron en ediciones de revistas dedicadas al público femenino, como Vanidades, que ya hemos citado más arriba.

¿Qué hacer luego de fundir esos cuatro ingredientes, que, simbólicamente, representan un destacado filón de tradición literaria junto a una significativa adscripción a la modernidad? La escritora da fin a su receta con esta última recomendación: “escribir calculadamente…” (Pág. 20). ¿Qué mejor receta para cerrar el cuento? Escribir calculadamente es una norma válida para cualquier forma de escritura y para todo tipo de género. Ahí es, precisamente, donde está el meollo del asunto. Si no hay talento para “escribir calculadamente” ningún conocimiento será suficiente.

Y aquí recuerdo un conocido poema de Ricardo Palma en la que un aspirante a poeta solicita instrucciones a un viejo bardo. Éste, luego de recriminarle por tan absurdo deseo, le da su receta para medir y rimar los versos, tomando en cuenta la terminación (“Forme usted líneas de medidas iguales. /Luego en fila las junta/ poniendo consonantes en la punta”). Sorprendido el muchacho del empeño que se pone en el remate del verso, le pregunta al experto qué debe colocarse en el medio. El viejo vate socarronamente le responde: “En el medio…/ hay que poner talento”.

Yo no quiero piedras en mi camino (guaracha)

En este cuento se produce una somatización de la angustia como consecuencia del fracaso en la relación conyugal.

El tema musical homónimo del título del cuento es una guaracha interpretada por el cantante boricua Ismael Rivera: “Yo no quiero piedras en mi camino /no quiero más, déjame ya, /vete de mí…”.

Es la historia de un matrimonio en decadencia, cuyos efectos no sólo causan desazón a la dama en quien descansa el eje de la narración, sino que se traduce en un malestar general que afecta todos los espacios de la casa: los muebles y todo el ajuar lucen descuidados. Todo el espacio doméstico presenta un estado ruinoso. Vemos, pues, cómo lo exterior constituye un fiel reflejo de la interioridad de los sujetos. También la vestimenta y el cuerpo muestran igual condición de desatención: “cuarentitrés años jodidos, sin cuido” (Pág. 22). Ella prefiere no usar cosméticos para no crear dependencia. Se resigna a aceptar los efectos que produce el inexorable paso del tiempo. El derrotismo la ha vencido.

Ya la primera oración del párrafo inicial es sintomática. En ella se anticipa todo el contenido del cuento: “Estaba jarta hasta la coronilla”, expresión que se complementa con esta otra: “Desde que tenía uso de razón todo era la misma mierda”. Y no era para menos, dadas las condiciones en que se ha desenvuelto su vida durante sus cuatro décadas de desventurada existencia. Su paz interior estaba constantemente asediada en medio de situaciones insoportables como, por ejemplo, los servicios públicos, siempre inoperantes. Entre ellos, el sistema eléctrico: en su sector los apagones eran una amenaza cotidiana. Así que se encontraba hastiada de todo: el ruido causado por los niños al jugar; los dos televisores “chillando todo el día”, con la banalidad del cine o las noticias que confirmaban cada vez más la degradación social.

Para concretizar, el cuento está centrado en un hecho en específico. El marido se había ido hacía dos días con la excusa de una urgencia de trabajo, y ni siquiera había llamado a la casa. Se mantenía en espera, en expectante atención del teléfono y de la puerta… Faltaban doce minutos para la medianoche. Estaba cansada y el sueño la vencía. De pronto, sintió un dolor en la vagina y fue al baño. Conforme pasaban los minutos el dolor se hacía más intenso. También sintió náuseas y mareos, y se le enfriaron las manos. Era un dolor muy parecido al que da origen al parto. Se retorcía de dolor. Y un sentimiento de soledad se apoderó de ella: “y supo que estaba sola: únicamente podía contar con Dios” (Págs. 24-25).

Y, ciertamente, fue un parto, muy doloroso por medio del cual logró la expulsión de una piedra, un cálculo. Cuando se vio libre de ella sintió un gran alivio físico y mental. Su vida comenzó a cambiar. Pronto se divorció, dando por terminada una relación absolutamente inviable. Entonces dio gracias a Dios por haber quitado “esa piedra de su camino”.

La piedra aquí, siendo un objeto físico, concreto, se convierte en un símbolo de sus frustraciones y hastíos. Una vez extraída, su vida da un giro extraordinario que le hace experimentar una profunda transformación exterior e interior. El “parto” marcó el inicio de un cambio de vida.

Aparte de la carga de realidad social que presenta este cuento, también tiene una gran implicación psicológica. Es un reflejo de la situación que padecen tantas mujeres, muchas de las cuales se encuentran paralizadas por el miedo a una ruptura sentimental, a pesar de estar convencidas de la inoperancia de la relación, al no sentirse valoradas ni respetadas.

Es un caso frecuente que muchas mujeres, a pesar de haber perdido el interés en su relación de pareja, no se separan debido a su estado de dependencia, ya que no generan suficientes ingresos para cubrir sus gastos. Esto es muy común en aquellas que proceden de estratos sociales bajos. Asimismo, en el plano psicológico se genera una incertidumbre ante la posibilidad de romper con un viejo hábito. El temor a lo desconocido es una actitud muy arraigada en nuestra psique, propio de nuestra condición humana. Además, se le teme a la desproporcionada reacción machista, pues abundan los hombres incapaces de aceptar una ruptura sentimental. La mayoría de los casos de feminicidios ocurren luego de una ruptura.

Como puede verse hasta aquí, los temas trabajados por Jeannette Miller en A mí no me gustan los boleros, están profundamente vinculados a la realidad social dominicana, especialmente a la mujer contemporánea de nuestros campos y ciudades. Y “Yo no quiero piedras en mi camino” es un buen ejemplo de ello.

 

El cumpleaños de la abuela

La historia gira en torno a una familia regida por un padre, que es un oficial militar y una abuela. Tres hermanas viven bajo la tutela de la abuela, quien funge como madre, pues la progenitora las abandonó en plena niñez. De esta madre biológica no se sabe prácticamente nada, sólo unas menciones de sus hijas en un momento determinado del relato. La señora Victoria era una diva retirada, cantante lírica que en otros tiempos había alcanzado notoriedad.

La historia inicia y se desarrolla en un solo día: el del cumpleaños de la abuela, como reza su título. Celebraba el inicio de su octogésimo aniversario de vida dentro de una vivienda tan añosa como su propietaria. Pero la historia, tan pronto como empieza, se mueve decididamente hacia atrás. Haciendo uso del recurso de la analepsis, el personaje narrador (más propiamente, narradora) va armando un tinglado de recuerdos a través de los cuales traza el perfil de la familia.

Son tres chicas, y cada una tiene una personalidad muy definida: Julia, la mayor, traviesa y pendenciera, la expulsaban de los colegios; la segunda, Ángela, de complexión robusta, era aficionada a la lectura; miope y poco hábil para actividades prácticas como el deporte; parecía predestinada al oficio de la escritura. ¿Alter ego de la autora? La tercera, Regina, era el prototipo de la mujer europea: “blanca y rubia”, más silenciosa y recogida que sus hermanas. Al crecer se casaron y prontamente se divorciaron. Convertidas en madres solteras se dedicaron a criar a sus hijos, y lo hicieron con abnegación e incondicionalidad. Ahí termina la reconstrucción de la historia que mediante el procedimiento de la retrospección hace la narradora. Luego, ya al término del relato, el relato retorna a su punto de origen: el cumpleaños de la abuela.

En este cuento no pasa nada extraordinario. El relato de la vida de las tres hermanas parece ir preparando al lector para, una vez presentado el contexto, llevarlo a un hecho concreto, sin embargo, la verdad es que no hay un conflicto en específico. En cuanto a los procedimientos narrativos, llama la atención la oscilación que se produce en la perspectiva narrativa, pues se produce una fluctuación entre la primera persona y la tercera. Hay momentos en que uno de los personajes (Ángela) relata los hechos en primera persona, mientras en otros, son relatados desde el punto de vista de una tercera persona. Veamos estos ejemplos: “Nadie hubiera pensado que crecimos entre militares. Desde pequeñas, el tintineo de las espuelas y los chambrones iniciaban nuestros días de escuelas…” (Págs. 27-28). “Al llegar la adolescencia se enamoraron del amor, y los novios tenían que forrarlas de dulces y flores…” (Pág. 31).

La combinación de voces narrativas en este cuento, tan característico del relato moderno, me hizo recordar el estilo desplegado por Mario Vargas Llosa en Los cachorros.  Esta novela corta se caracteriza por unir en una extraña simbiosis la primera y la tercera personas, y por intercalar de un modo arbitrario las diferentes voces de los personajes, las cuales se funden y confunden entre sí y con la de los dos narradores. Sólo que en este caso (en el cuento de Miller) las voces no se confunden, pues aparecen por separado, y tampoco se produce la fusión de los discursos de los personajes interactuantes, característica de la novela de Vargas Llosa.

Sirva el siguiente fragmento, que da inicio a la novela del autor peruano, para ilustrar lo dicho arriba:

“Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr olas, a zambullirnos desde el segundo trampolín del Terrazas, y eran traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, voraces” (Vargas Llosa, M., 2007: Pág. 109).

Como puede verse, la narración combina la tercera persona (narrador heterodiegético), determinada por los verbos: llevabanpreferían; estos se combinan con otros de carácter personal y subjetivo: fumábamosestábamoszambullirnos. Esta técnica es definida por el propio Vargas Llosa como “período literario proteiforme” (Frank, R.M. 1973-74). El estilo de Los cachorros, pág. 569). Pero el ensamblaje discursivo no se circunscribe a la instancia narrativa, sino que abarca las interacciones de los personajes.

Miller utiliza una técnica menos ambiciosa. No llega a la extrema experimentación del autor de Los cachorros, pero es visible en este y en otros cuentos de la colección su voluntad de innovación en el arte y el oficio de la ficción narrativa.

Continuaremos en próximas entregas…

Referencias

Frank, R. M. (1973-74). “El estilo de Los Cachorros”. Anales de Literatura Hispanoamericana 2-3: 569-591.

Miller, Jeannette (2009). A mí no me gustan los boleros. Santo Domingo: Editora Santillana – Punto de Lectura.

Vargas Llosa, Mario (2007). Los jefes. Los cachorros. México: Punto de Lectura.

 

 

Patricio García Polanco en Acento.com.do