El 9 de septiembre de 1973 mi padre, el poeta Máximo Avilés Blonda (1931-1988), llegó a Chile para participar en una actividad internacional organizada por la ONU. En el mismo avión viajaba Hortensia Bussi esposa del presidente Salvador Allende. Al descender del avión mi padre se encontró al pie de la escalerilla al presidente, que era masón igual que él. En esa hermandad que se profesan los masones le saludó con las señas universales que utilizan y Allende le contestó el saludo con un abrazo y le dijo: “bienvenido a Chile hermano…” Lo que sigue es la historia que recuerdo de esos días con algunas cosas que me contó a lo largo de los años.

Ya el 9 de septiembre -me contó más de una vez-  la situación era tensa. Recorrió brevemente los espacios de una ciudad que empezaba a mostrar los signos de la crisis, vio los militares apostados en puntos importantes de Santiago. El día 11 de septiembre escuchó el último discurso del presidente Allende y presenció desde el hotel Sheraton San Cristóbal el bombardeo al Palacio de la Moneda. A partir de ese día Santo Domingo no supimos nada de él, Chile estaba cerrado y todo lo que sabíamos era lo que podíamos ver en los medios.

Los días que siguieron al golpe fueron de angustia familiar para nosotros aquí. Para ese entonces yo tenía seis años y lo que recuerdo era escuchar en la radio, el medio de más rápida difusión en esa época, escenas terribles de muerte, apresamientos y represión. Mientras tanto, confinado en su hotel, que mira el río Mapocho, mi padre presenciaba la macabra visión de los cadáveres descendiendo río abajo. A los pocos días tuvimos noticias porque gracias a la intervención de mi tío, Héctor Darío Richardson Blonda, oficial de la Fuerza Aérea Dominicana, la Fuerza Aérea Chilena envió un oficial a recabar noticias suyas. Estaba bien, pero no estuvo bien después de aquello; esa es la otra parte de la historia.

El dictador Augusto Pinochet, apoyado por el gobierno de EEUU para derrocar al presidente Salvador Allende.

Como dije más arriba, el motivo del viaje de mi padre a Santiago era participar en un evento organizado por la ONU que obviamente no se dio. Llevaba una agenda y encargos de amigos para visitar personas ligadas al gobierno de Allende, entre estos encargos llevaba una carta de parte de Ivelisse Prats para una funcionaria del gobierno chileno. Acerca de esa carta fue abordado por el ama de llaves del hotel con una advertencia: “señor, yo no soy quien para andar buscando entre sus cosas, pero sobre el escritorio de su habitación hay un sobre para una señora que ya ha sido detenida, le aconsejo deshacerse de eso…” Destruyó el sobre y lo descargó por el inodoro.

Avilés Blonda formó parte del primer grupo de extranjeros autorizados a salir de Chile. Me contó que salió a Argentina en un avión de hélices. En su equipaje sacó ocultas las notas de Manuel Mejido con las que produjo el reportaje Esto pasó en Chile (publicado al año siguiente por Editorial Extemporáneos). Poseo un ejemplar con una nota de Mejido en mi biblioteca.

Avilés regresó días después a Santo Domingo. Su amigo Freddy Gatón Arce, a la fecha director de El Nacional, lo llevó del aeropuerto al periódico para una entrevista. El hombre que volvió de Chile estaba profundamente marcado por lo que vivió.