La Guerra de la Restauración fue la respuesta a una inaudita salida que se inventaron luego de las luchas contra las intentonas del ejército haitiano por recuperar el territorio con acciones militares y batallas que sumaron más de 10 y que finalmente, con la convicción final del Emperador Faustine Soulouque en 1849, se terminó una fase de la Independencia Nacional y se inició una dolorosa transición hacia una definición del proyecto nacional, su consolidación y relanzamiento de esta nueva república.

Las luchas contra el ejército haitiano desangraron la economía nacional, centraron como prioridad lo militar en desfavor de un emprendimiento de proyecto social autónomo, en medio de una crisis económica y luchas internas de los sectores nacionales, algunos más confiados que otros en la soberanía nacional y en la capacidad de gestar el país al margen de un poder imperial.

Este fue el panorama que acompañó el marco social en que aparece la propuesta alternativa de Anexión de la república a España como provincia de ultramar, hecho consumado en 1861, precedido de la gestión de protectorado solicitado a la Reina de España, Isabel II en 1859. Desde un principio de la lucha liberadora, la desconfianza acompañó a una parte de los líderes que en conjunto logran la separación del dominio haitiano y así crear una república independiente, a pesar de las diferencias y tendencias originadas en su propio seno, algunos afrancesados, otros mirando hacia España, hacia Inglaterra, hacia los Estados Unidos o hacia la consolidación de un proyecto de nación independiente al que se adscribió con firmeza Juan Pablo Duarte y algunos otros de los dirigentes independentistas.

Esta propuesta anexionista se orquestó para convencer a un pueblo angustiado por las luchas contra Haití, la crisis económica y una desconfianza que crecía sobre la capacidad de mantener el proyecto de nación. Se nos vendió un beneficio como resultado de una adhesión a España como provincia de ultramar, ganancia económica de la comunidad, privilegios de ciudadanía, igualdad de recursos económicos por parte del imperio y salarios y fuentes de empleos derivados de esta abyección.

Nos hemos empeñado como pueblo, en continuar la defensa de la soberanía y por supuesto, la lucha por una sociedad democrática y económicamente más equitativa.

Con unas elecciones de aprobación a la propuesta de Anexión para dar un marco legal y de legitimidad supuesta que, si bien se produjo, no podemos asumir que fuera enteramente transparente la propuesta y la convicción hacia la población dominicana, pero lo cierta es que de ello surgió la aprobación instrumentalizada desde el poder y el paso a la nueva realidad política que, frustró el esfuerzo de crear una república independiente y eliminándose a la vez, la primera república.

Con el tiempo esta acción política comenzó a deteriorarse y los dominicanos alejaban decepcionados de lo que originalmente se le vendió como solución a la crisis posterior a las luchas liberadoras de la Primera República.

La insatisfacción del dominicano común, la discriminación social, étnica y cultural, los atropellos de los españoles, sobre todo, los militares, la no inserción y acoplamiento entre un grupo social y cultural con el país, fue generando un rechazo creciente hacia todo lo relacionado con España y se inició un sentimiento de repulsa, además de un reiterado conflicto en el trato entre ambos pueblos, sumándose un sentimiento de rebelión hacia esta forma camuflajeada de ocupación, en la cual, lo social y cultural, se trasladó a lo político, creciendo una resistencia que terminó con el Grito de Capotillo un 16 de agosto de 1863, que acabamos de celebrar.

La trascendencia de esta gesta va más allá a una simple acción militar que se inició cerca de la frontera en una comunidad de la Línea Noroeste, pues su germen se organizó políticamente desde el mundo liberal de Santiago y el Cibao, con un movimiento que rápidamente se extendió por todo el territorio y eso le dio una dimensión popular, territorial, masiva y violenta a esta guerra, y la diferenció de los primeros esfuerzos independentistas del 27 de Febrero, que, si bien, tienen igual importancia para construir un proyecto nacional, cada uno posee sus propias particularidades y perfiles.

La Guerra de la Restauración, llamada también Guerra de Santo Domingo, que hoy celebramos, no solo reafirmó la independencia e inició la Segunda República, sino que, en su dinámica, integró la mayor parte del pueblo dominicano, en todo el territorio nacional y a todas las clases sociales, sobre todo, al mundo rural, dominante en ese momento en lo político, económico, social y cultural.

Además de lo dicho anteriormente, esta gesta permitió desarrollar destrezas militares que sorprendió al ejército enemigo por su valentía, habilidades en el manejo del machete y las técnicas de guerra psicológica empleadas por nuestros guerreros, creando un temor a uno de los principales ejércitos del mundo en ese momento, a pesar de que, en un momento de su desarrollo, la guerra comenzó a ser impopular internamente en España.

Igualmente esta Guerra de la Restauración reafirmó la identidad y la lucha por nuestra soberanía, demostrando que las bases de la dominicanidad se afianzaron con otro pueblo, europeo, caucásico y de gran avance militar y económico, por tanto, el sentimiento de independencia se confirmó con esta lucha que encabezaron figuras como Gregorio Luperón, Pepillo Salcedo, Gaspar Polanco, Santiago Rodríguez, Benito Monción, José, María Cabral, entre muchos anónimos que hicieron también posible la culminación de las luchas militares y la retirada de las tropas españolas el 15 de julio de 1865.

Es así como, la celebración es la demostración de la determinación del pueblo dominicano, de búsqueda de su soberanía, a pesar de que ha tenido otros momentos posteriores en que se ha visto ocupada como en el 1916 y las luchas de la Guerra de abril de 1965.

Finalmente, nos hemos empeñado como pueblo, en continuar la defensa de la soberanía y por supuesto, la lucha por una sociedad democrática y económicamente más equitativa.

Por todo lo anterior, esto no termina con la lucha por la obtención de la independencia nacional y reafirmar la soberanía dominicana ante cualquier intento de atropellarla o desconocerla, sino por igual, debemos insistir en consolidar una sociedad que fortalezca las libertades ciudadanas, los derechos humanos en sentido general, la consolidación de sus instituciones y la lucha contra la corrupción, la impunidad y a favor de la eficiencia económica y el desarrollo y bienestar social.