En Zona de interés, el director británico Jonathan Glazer edifica una narración sobre la base manoseada del Holocausto, pero, a diferencia de lo que suele mostrarse en otras producciones como La lista de Schindler (Spielberg, 1993), El pianista (Polanski, 2002) o El hijo de Saúl (Nemes, 2015), opta en su lugar por negarse a caer en las trampas habituales del patetismo para ofrecer más bien una mirada distinta sobre el núcleo de la tragedia. No posee, desde luego, la emotividad de las tres obras citadas. Tampoco está al nivel de la inquietante Bajo la piel. Pero lo que veo en ella me resulta interesante porque es un drama histórico de carácter ascético, minimalista, que, con una estética rigurosa, se aleja de las pretensiones más ordinarias para poner de relieve un ensayo singular sobre la banalidad del mal que se gesta a plena luz del día en la casa de una familia nazi.
Su argumento se basa en la novela homónima de Martin Amis y se sitúa en una residencia situada al lado del campo de concentración de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial. De entrada, en dicha residencia muestra la vida cotidiana de Rudolf Höss, un comandante de las SS que vive con su esposa Hedwig y sus cinco hijos, donde suelen nadar en el río o pasear por los jardines antes de la cena, como una familia muy unida que goza de los placeres terrenales mientras las sirvientas judías se encargan de las tareas domésticas y se escuchan ciertos ruidos que provienen del otro lado del muro.
En la descripción de esta familia alemana, aparentemente tranquila, no hay sufrimiento o violencia gráfica, ni discusiones exacerbadas. Ni siquiera hay trama. Pero sí encuentro, no obstante, que la narrativa se despoja de artilugios innecesarios y reduce las acciones de los personajes a los pocos diálogos que tienen como miembros de una familia, mostrados como seres apáticos, distantes y muy siniestros.
La pragmática de los diálogos puntualiza la psicología de los personajes en el contexto de la época y también define factores extralingüísticos que determinan sus respectivos comportamientos en cada una de las escenas, pero siempre desde la óptica de la complicidad y de las creencias compartidas por las interacciones de la pareja. El relato no iconógeno suministra información no verbal que evoca una extraña sensación de peligro latente entre los silencios y me obliga a imaginar las cosas que no se ven a simple vista del otro lado de la pared.
Por añadidura, Glazer, que utilizó cámaras ocultas durante la filmación, aprovecha esto para colocar sobre la puesta en escena una serie de florituras estéticas que, con mucha sutileza, añaden algunas capas de dimensión a las situaciones a través del fundido a negro, el fundido a rojo, la iluminación natural, el encuadre móvil, el campo-contracampo, la elipsis y la utilidad constante del plano general que desmitifica cualquier rastro de moralidad de los personajes. Su punto más sólido, aparte de la partitura atonal de Mica Levi, se halla en el uso del sonido diegético que da una idea del horror que se vive del otro lado valiéndose solo del fuera de campo ocupado por los sonidos de disparos, trenes, hornos y los gritos de dolor de las víctimas anónimas condenadas a la injusticia de un genocidio.
Glazer se niega a banalizar el horror explícito que se observa a menudo en las imágenes de las maletas apiladas, los centenares de zapatos, los cadáveres amontonados, los prisioneros esqueléticos y las filas en la cámara de gas. Y prefiere narrar a un ritmo contemplativo, sin prisa, con un tono finamente ajustado en su construcción, donde el uso proxémico del espacio y las simetrías de peso compositivo son los ademanes fundamentales de su estructura. En su ejercicio ético, el espacio es otro protagonista.
Aunque es escalofriante en la superficie, Glazer muchas veces solo emplea a los personajes que habitan el espacio como figuras subordinadas a una multiplicidad de signos que solo sirven para subrayar un discurso sobre la manera en que la banalidad del mal deshumaniza a los hombres hasta privarlos de empatía humana y cualquier sentido de moral; es decir, de cómo la malevolencia se esconde hasta en las circunstancias más banales de la cotidianidad. En algunas escenas, las buenas actuaciones de Sandra Hüller y Christian Friedel quedan disminuidas por la amplitud visual de sus propiedades formales. Pero con ellos, por lo menos, el retrato sobre la familia nazi alcanza una cuota de turbiedad que hiela la sangre hasta ese final simbólico en el que el infame comandante desciende por las escaleras hacia la oscuridad. Su frialdad me estremece sin mostrar nada.
Ficha técnica
Título original: The Zone of Interest
Año: 2023
Duración: 1 hr. 46 min.
País: Reino Unido
Director: Jonathan Glazer
Guion: Jonathan Glazer
Música: Mica Levi
Fotografía: Lukasz Zal
Reparto: Sandra Hüller, Christian Friedel, Ralph Herforth, Max Beck
Calificación: 7/10