Dicen que imaginar conjura. En el caso de la ciencia, conjeturar conjura. Yo no pienso dar respuesta a la pregunta de cuál es el futuro de a ciencia ficción en un momento en que la realidad supera toda ficción en términos de romper los parámetros de la plausibilidad. Tampoco asumiré la responsabilidad de otorgar a la ciencia ficción un papel o rol que sea en lo más mínimo socialmente responsable hoy día.

Lo que sí les puedo asegurar es que la vida seguirá encontrando caminos, porque no es asunto de ciencia ficción sino de todo lo contrario, de historia, para verificar la veracidad de esta máxima.

Esto pensé mientras leía Three Body Problem, de Cixin Liu, y sus dos partes o secuelas, El Bosque Oscuro, y Fin de la Muerte… una serie de libros que, a mi juicio, y si se quiere a pesar de haber ganado las preseas más importantes del género incluyendo el Premio Hugo (fue la primera novela china y asiática en ganarlo), y el Premio Galaxy (para el que Cixin Liu no es un extraño: lo ha ganado dos veces aparte de esta dos de sus otras novelas) debió pasar a ser un clásico inmediatamente luego de su publicación. Sin embargo, yo no recordaba un elemento clave de toda esta ecuación de éxito: la trilogía, y su autor, son chinos.

Pero a eso llegaremos más adelante.

La historia que se nos cuenta en la primera novela tamiza gran parte de la película que se está transmtiendo por Netflix. Digo tamiza, porque en  realidad podría haber sido escrita como una versión pendejizada, aligerada, políticamente correcta, diversa, de la novela y llevada a la televisión. Digo gran parte, porque un hecho, decisivo, permanece. Nos jodimos, ¿o no? No nos jodimos… cuando llegue la flota extraterrestre a nuestras costas estelares, por así decirlo, ¿en qué va devenir esto?

O, y no se si es peor o mejor, como si hubiera sido escrita sin tomar en cuenta lo escrito antes, la novela, y solo pidieran el título prestado.

Creo que es así.

Y lo que es más, me parece que este abordaje actual se parece mucho a Game of Thrones (pun intended), que a Three Body Problem en su estructura básica, esencial.

Esto es material de una segunda temporada. Para ese momento, pienso que los productores podrán asincerarse en cuanto a que lo que queda de la novela fuente original es equivalente a un bollito de ripios.

Esto presentó un problema para mí.

En la novela, todo se extiende de manera inverosímil, por cientos de años. Digo inverosímil porque a nadie se le ocurre hacer eso en una saga, excepto a Isaac Asimov, con su serie de fundaciones (primer paréntesis: la cual, debo decir, no me gusta, soy un lector más de Duna y de Frank Herbert) (segundo paréntesis: me gustan con mucho más de sus ensayos científicos, y sus cuentos… de Asimov quiero decir), y a uno que otro dispuesto a darle cabeza hasta el vómito.

El título de la trilogía de Cixin Liu es Recuerdos de la Tierra Pasada. Comienza, nauralmente, en el pasado, cuando China estaba inmersa en un cambio de mentalidad de millones de personas, denominado de manera nefasta Revolución Cultural (todo lo que de manera oficial se refiere a la cultura, cada vez que un político agarra una cultura, produce onerosas consecuencias). Luego está el presente. Y por ahí viene, adivinaron, el futuro.

La realidad literaria es mejor que la realidad fílmica… sobre eso podemos agotar cien cajas de vino a lo largo de una semana. Y es que, la realidad de lo que leemos solo da lo que podemos imaginar. Poco menos. La realidad de aquello que vemos es imperfecta: la imaginó otro, no nosotros. Ergo, la incomodidad, ese ¿por qué no la hicieron de esta o aquella forma?

Si usted no puede concebir que una narrativa se extienda por mil años, entonces vea la película. Mi problema es otro: bajarle al argumento no es algo que esté entre mis cálculos. En todo caso, subirle, pero eso lamentablemente no está en el set de necesidades de ningún escritor empleado por Netflix, independientemente del género que les ocupe. Hay quienes lo llaman hacerlo más digerible.

En todo caso, de más está decir que la narrativa no es lineal.

El fruto de ispiración primario para Cixin Liu (quien nació en el 63, fue el lanzamiento del primer satélite chino, llamado Dong Fang Hong, en abril del 1970. De ahí en adelante, cualquiera dado a las wikibiografías diría que todo quedó decidido. Pero dado lo prolífico de Liu (el tipo escribe todos los días, a una velocidad vertiginosa: 5,000 palabras por día), es más una labor de disciplina que de inspiración… esto le quedará claro a quien sepa a qué me refiero… difícilmente veamos una narrativa lineal hoy día, a menos que sea en periodismo simple y duro (y ni aún así), y menos en una novela que comprenda en su línea a tal cantidad de años… y es que, ni siquiera la gente habla en tono lineal.

Liu relata en una de las entrevistas sobre su libro, que por estos años encontró una caja de libros debajo de su cama en una casa en la que recién se mudaban por el trabajo de su padre. En la caja habían libros de Tolstoy, al igual que Viaje al Centro de la Tierra, de Julio Verne, y Moby Dick, de Herman Melville.

Liu ha dicho que los seres humanos deben ser tratados como un todo. No tengo puta idea de a qué se refiere. Vivimos en tiempos de una fatal individualidad. Lo que sí comparto es el sentimiento de temor suyo sobre el universo… un temor ateo, nada pentecostal o católico (la ignorancia es atrevida, después de todo). No es un temor enfocado en qué nos pasará… tengo una edad en la que la perspectiva de que me atropelle un carro o que me de un calambre musucular fatal a la hora de abrir una botella de vodka pueden más que el universo. Es un temor basado en tamaño.

El tamaño del universo es tan extraño para mi como escritor como los años que comprende el libro de Liu.

El punto es que el libro es una estructura de palabras. Un edificio. El universo es una orquesta que toca una música misteriosa, inasible.

Cierto, hay informaciones.

Pero una cosa es tener información y otra cosa es ser astrónomo, o físico cuántico, o tan siquiera tener el nivel de Cixin Liu.

Pero la desinformación, la mía, la de todo el mundo, es parte integral de la ficción, y de la ciencia… de más está decir que de la ciencia ficción en general. Lo que no sabemos redunda en el mantenimiento del mito, de la quimera. He ahí la fuente de nuestras pesadillas, de nuestras ansiedades. Lo que no sabemos nos mueve hacia delante.

Nuestro miedo al universo es equiparable al miedo que sentimos por dios, menos la reverencia.

La serie de televisión (o de streaming), sale justo al mismo tiempo que la versión china. La versión china es más larga (30 o más capítulos contra 8  de los norteamericanos), se toma más tiempo y por lo tanto acudirá hacia otros confines, entre ellos, el de agotar el primer libro en una temporada.

Hay una segunda temporada en Netflix. Eso es seguro.

Ya han sido establecidos los parámetros de la adaptación: cinco jóvenes científicos brillantes son expuestos, como si de Scooby Doo se tratara, a esta trama de invasión interestelar… solo que los encuentros cercanos se darán en 400 años. Mientras tanto, esta versión políticamente correcta, se enfrenta a los creyentes, que piensan que el hecho de que vengan es ya un beneficio, a los detractores (quienes tienen gran parte de la simpatías universales), y a una fuerza intergaláctica especial (gobiernos).

La primera temporada no llegó a la mitad del libro. Se inventaron otra narrativa. En pocas palabras, no. Se tomaron demasiado tiempo solo en establecer los personajes protagónicos, en ponernos en perspectiva y en… en fin, en matar a quien tenía que morir.

Quiero ver la versión china. Estoy seguro de que encontraré más espacio en el que respirar tranquilamente, en ese universo.