Aprovechando la disponibilidad en algunos servicios de streaming, he conseguido ver Un vecino gruñón, una comedia dramática de Marc Forster en la que Tom Hanks regresa al estereotipo de héroe cotidiano por el que se caracterizado en una parte de su carrera. Se trata de una adaptación hollywoodense de la novela A Man Called Ove, de Fredrik Backman, que previamente había sido llevada al cine por el sueco Hannes Holm en el año 2015. Y, a pesar de tener un inicio algo interesante con la presencia de Hanks como el vecino antipático, es un remake que pierde el efecto dramático deseado al transitar, en ocasiones, por la ruta del patetismo calculado que examina la soledad, la angustia y el dolor del duelo desde una rutina cotidiana que está condicionada a una superficie moralmente limpia, en la que por lo regular todas las circunstancias suceden de una manera esquemática y previsible que anticipo con mucha facilidad.
El argumento se sitúa en Pittsburgh y muestra los días finales de Otto Anderson, un viudo huraño y cascarrabias de unos 63 años que vive encerrado en su casa rememorando los instantes en que era feliz al lado de su esposa Sonya, preparándose para el ritual de suicidio que tiene planificado para poner fin a su sufrimiento prolongado, luego de su retiro en una empresa siderúrgica que lo tenía esclavizado durante años.
La historia del anciano hosco tiene un arranque que me cautiva desde las escenas en que recupera los recuerdos de la cónyuge fallecida y ejerce su fuerte temperamento sobre varios de los vecinos que viven en el vecindario de clase privilegiada, especialmente los nuevos vecinos alquilados de enfrente: Marisol (que se vuelve su amiga), Tommy y sus dos hijas, Abby y Luna, que de alguna manera siempre interrumpen sus intentos de quitarse la vida. Sin embargo, el trato bienintencionado se debilita por un grado de exposición que suele colocar al protagonista en un círculo de situaciones donde todo el aparato de acción parece reducirse a la práctica de discusiones banales con los vecinos de al lado, las visitas a la tumba de la amada en el cementerio, los consejos a la madre embarazada en condición de inmigrante, las reminiscencias del amor que se fue, el sentimiento de frustración producido por el desconsuelo que no se supera nunca, la evaluación de los distintos métodos de suicidio (ahorcamiento con la soga, envenenamiento por gas, salto a las vías del tren, el clásico disparo con la escopeta, etc.) sin dejar nota de despedida para que la lean en voz alta.
Todo funciona como un vehículo de lucimiento para Hanks, que una vez más demuestra su pericia expresiva para comunicar, a través de su rostro y los gestos histriónicos, las tragedias personales de un señor profundamente cabreado que, como acto egoísta de negación, rechaza cualquier posibilidad de empatía humana para refugiarse en la ira como si fuera una especie de castigo autoimpuesto, pero que, gracias a los vecinos estereotipados de la corrección política, descubre de nuevo el precio de la solidaridad y de la tolerancia. Con él, Forster edifica un comentario sobre la pérdida, el valor de la amistad y las segundas oportunidades que, desafortunadamente, nunca llega a provocarme una catarsis emocional por la forma obvia en que coloca a los personajes que habitan la urbanización. Me parece una de las regulares de su catálogo.
Ficha técnica
Título original: A Man Called Otto
Año: 2022
Duración: 2 hr 06 min
País: Estados Unidos
Director: Marc Forster
Guion: David Magee
Música: Thomas Newman
Fotografía: Matthias Koenigswieser
Reparto: Tom Hanks, Mariana Treviño, Rachel Keller
Calificación: 6/10