Un elefante sentado y quieto es la primera y única película realizada por el joven cineasta chino Hu Bo. Por lo que sé, Hu se suicidó la edad de 29 años poco después de terminar el rodaje y de dejar dos novelas publicadas como novelista. Esta tragedia que marcó la posproducción, supongo, mitifica el testamento de Hu como un cineasta (él mismo escribió, dirigió y editó el filme) y, además, valida sus destrezas estéticas que se reflejan a lo largo de todo el metraje.

En sus casi cuatro horas, Hu construye su debut cinematográfico sobre la base de una narración densa y estilizada que, a ritmo contemplativo, nunca pierde su tono nihilista a la hora de interrogar el sufrimiento existencial de cuatro personajes absorbidos por la desesperación, la impotencia, la alienación y la frustración en una sociedad china todavía está empañada de ciertas problemáticas sociales; con una mirada que, a modo de influencia, se acerca al cine más inmediato de cineastas como Jia Zhangke y Béla Tarr.

Su argumento, basado en el cuento homónimo incluido en el libro Huge Crack (escrito por Hu en 2017), se ambienta en la ciudad industrial de Shijiazhuang, ubicada al norte de China en la provincia de Hebei, y narra las peripecias de cuatro personas que, por causa del destino, se vinculan a partir de un accidente escolar y pretenden resolver sus problemas inmediatos visitando la ciudad de Manzhouli para presenciar el acto de un extraño elefante que permanece sentado para ignorar a los espectadores que acuden a verlo en el circo.

La primera es Wei Bu, un adolescente proveniente de una familia disfuncional que empuja por las escaleras al abusivo del instituto que lo acosa a él y a su mejor amigo, poco antes de andar sin rumbo por distintos lugares de la ciudad y de convencer a la chica que le gusta para que lo acompañe. La segunda es Huang Ling, una joven atormentada que intenta huir junto con Bu para abandonar a la madre maniacodepresiva que abusa de ella verbalmente y, asimismo, al maestro de su escuela que anhela seducirla sin importarle el hecho de que es una menor de edad. El tercero es Yu Cheng, un pandillero del barrio que se culpa a sí mismo por el suicidio de su mejor amigo que se lanzó por una ventana y rastrea a Bu con sus matones para vengarse por el accidente de su hermano menor, mientras atraviesa una crisis con la novia que rechaza sus avances sexuales. Y el cuarto es Wang Jin, un señor jubilado del ejército que suele caminar por las calles con su perro y, entre otras cosas, se niega a que su hijo lo encierre en un asilo de ancianos.

En términos psicológicos, Hu muestra a estos cuatro personajes como seres anómalos, desilusionados, miserables, solitarios, derrotistas, frágiles, sin futuro, golpeados por una desdicha que parece interminable y afectados, asimismo, por una sensación de malestar existencial provocada, propiamente dicho, por la cuota de desprecio que reciben de los demás a modo de violencia verbal; pero esquematiza sus traumas en una superficie de lupa praxeológica para magnificar, a través de sus acciones, un discurso nihilista sobre el sufrimiento entendido como la densidad ontológica de gente depresiva que es golpeada con indiferencia por una realidad amoral y busca algún tipo de propósito que llene sus vidas de significado fuera del espectro de dolor.

Esto es especialmente cierto cuando los personajes comparten la motivación intrínseca de escapar de ese vacío existencial que los encarcela para encontrar a ese elefante que se ha ausentado en sus vidas. Por lo tanto, aquí el elefante encarcelado no es más que un significante que, a modo de representación, simboliza la necesidad de hallar la fuerza de voluntad para soportar la desgracia y la esperanza que es necesaria para negar los conflictos inesperados ocasionados por causas y efectos del mundo exterior.

A pesar de que hay una ligera pérdida de ritmo irregular que amplía las escenas más allá de lo necesario, el reparto central de actores logra dimensionar las inquietudes de los personajes con diálogos minimalistas y gestos orgánicos, y el montaje paralelo unifica las escenas por las que ellos caminan con cierta cohesión interna.

Hu aprovecha sus pericias estéticas para encuadrarlos en una puesta en escena que captura, con un realismo claustrofóbico, la existencia de esos inadaptados que pasan por entornos decadentes de factura proxémica, donde con frecuencia reduce su oferta compositiva a elementos como el primer plano, el plano medio corto, el uso de la profundidad de campo, el enfoque-desenfoque, el fuera de campo y el encuadre móvil, a veces con cámara en mano, de una cámara en constante movimiento que encuadra a los personajes en extensos plano secuencias. El leitmotiv de Hua Lun es música para mis oídos con su partitura electrónica. Y la tonalidad fría es bastante consistente con el lado gris de la historia. Se trata, para mi gusto, de una espléndida y oscura ópera prima, de un director chino ido a destiempo.

Ficha técnica
Título original: An Elephant Sitting Still (Da xiang xi di er zuo)
Año: 2018
Duración: 3 hr. 54 min.
País: China
Director: Hu Bo
Guion: Hu Bo
Música: Hua Lun
Fotografía: Fan Chao
Reparto: Zhang Yu, Peng Yuchang, Wang Uvin, Li Congxi
Calificación: 7/10