En Tres caras, el director iraní Jafar Panahi retoma sus raíces de docuficción para pormenorizar una crítica social en carretera sobre las libertades de la mujer iraní reprimida por el régimen ortodoxo, con una estética cercana a lo que había realizado años atrás en la estupenda Taxi Teherán (2015) y, ante todo, con algunos de los elementos tomados de la poética del cine de su mentor Kiarostami en filmes notables como A través de los olivos (1994), El sabor de las cerezas (1997), El viento nos llevará (1999) y Diez (2002), donde el viaje por las carreteras rurales se convierte en un instrumento para documentar las miserias ajenas de gente que suele interpretarse a sí misma frente a la cámara para ficcionalizar sus experiencias personales.
Se puede decir que es la cuarta cinta que el cineasta realiza en secreto y a modo de resistencia para burlar la prohibición impuesta por el gobierno de Irán que le impide filmar durante 20 años. Y a diferencia de la predecesora, que se desarrolla desde la cabina de un taxi en la que Panahi interroga a varios pasajeros en la ciudad de Teherán, la acción de esta se sitúa en una región montañosa ocupada por campesinos iraníes con dialecto turco y narra el viaje de Panahi junto a la actriz Behnaz Jafari para investigar, por compasión, el destino final de la joven Marziyeh Rezaei, una aspirante a actriz con tendencia suicida que envía un video (mostrado en la secuencia de apertura filmada como material encontrado desde un teléfono inteligente), en el que desesperadamente pide ayuda para escapar de la familia conservadora que la obliga a casarse y rechaza sus quimeras de irse del pueblo para estudiar actuación en el conservatorio de drama.
Con una economía de recursos limitados como el encuadre móvil, el sonido diegético, el fuera de campo, el primer plano, el sobreencuadre, el reencuadre, el plano subjetivo y los grandes planos generales, Panahi encuadra el viaje por la carretera desde el interior de la Montero, y dota de cierta sobriedad los diálogos que sostiene al lado de Jafari y con los pueblerinos que se encuentra en el camino, en una puesta en escena que funciona dentro de los marcos limítrofes del relato de carretera. Hay momentos íntimos que me acercan a distancia para reflexionar sobre el dolor de las mujeres. Su mirada, con un tono contemplativo, no solo examina la cotidianidad de los lugareños que pasan a saludar con mucha hospitalidad para olvidar el estado de abandono de la localidad (calles sin pavimento, miseria, escuelas a la intemperie, falta de oportunidades, falsas promesas gubernamentales, violencia doméstica, etc.), sino, además, la lucha de una mujer iraní entendida como la ausencia de derechos de una mujer que batalla por sus sueños de ser actriz en una sociedad machista que todavía permanece atada a tradiciones patriarcales que reducen la dignidad de la mujer al valor de un adorno floral. Los tres rostros simbolizan, propiamente dicho, el dolor compartido por tres generaciones de mujeres iraníes (la que fue, la que es y la que será actriz). El testimonio de Panahi no busca golpes bajos ni lecturas morales con su denuncia, pero sí ofrece una observación de la realidad política y de la opresión cultural que resquebraja la libertad de las artistas femeninas.
El plano final, en el que se ilustra con una panorámica el largo camino de las mujeres para superar el golpe de la brecha de género (metaforizado por el cristal roto), está dotado de una poesía emotiva y muy humana que no olvidaré en mucho tiempo.
Ficha técnica
Título original: 3 Faces (Se rokh)
Año: 2018
Duración: 1 hr. 40 min.
País: Irán
Director: Jafar Panahi
Guion: Jafar Panahi, Nader Saeivar
Música:
Fotografía: Amin Jaferi
Reparto (ellos mismos): Jafar Panahi, Behnaz Jafari, Marziyeh Rezaei
Calificación: 7/10