Hace apenas un año vi Suspiria en su nueva versión, dirigida por Luca Guadagnino y protagonizada por Dakota Johnson y, entre otras muchas, Tilda Swinton, en tres papeles que interpreta, cada uno, a la perfección. La vi una vez, y me gustó tanto que volví a ponerla en una de las plataformas que están de moda para volver a verla. La segunda ocasión quedé prendado. Es una de mis películas de terror favoritas de todos los tiempos. Pero le tomó un tiempo, con todo y que nunca no me gustó, en llegarme, en calar, y no fue hasta que no sentí curiosidad por leer el libro de DeQuincey, volver a ver la Suspiria original (de Darío Argento, a quien admiro muy poco, y se encuentra en el mismo estadio que Lucio Fulci con sus Zombie, y Ruggero Deodato con Holocausto Caníbal en mi estima como directores), y leer varios ensayos sobre el proceso de colorización de la versión actual, y su discurso de los colores.

Pocas veces se ha visto tanta coherencia plástica y argumental en una historia, tanto sentido de la hilación de esos elementos que conforman la gramática del terror, y del giallo como sub género que necesitaba de una actualización.

¿Qué puedo decir? Siempre llego tarde. Y no me arrepiento. Pues esta película es peligrosa, y voy a decir por qué: hasta ahora, cuando todo es corrección política, tanto el público como la inteligentsia que premia ha demostrado que disfruta, autoriza, condona, el Giallo, y todo lo que representa… lo que es más, que el Giallo se ha convertido en una manera más de conjurar el mal.

Como fenómeno europeo, o italiano, no podemos entender al Giallo más que como “exploitation”. Como el “dolce far niente” de antes, se requiere de una introducción, en el mejor de los casos, a ese dulce hacer nada que caracterizó a las clases más privilegiadas de Italia, y que se tradujo en todo un cuerpo de trabajo en todas las artes. Lo mismo sucede con el Giallo. Solo que el giallo es pura explotación al mayor estilo italiano que podamos imaginar, y se manifestó poderosamente en la literatura, y como hemos de entender, alcanzando todo su esplendor, en el cine.

Giallo significa amarillo. Dada la acepción gramatical, podremos interpretarlo como un cine que no responde al rigor poético del neorrealismo italiano (partiendo de que este es el más importante que ha surgido en la patria de Rómulo y Remo)… sino que surge desde su confín más íntimo, un confín lleno de violencia, convirtiéndose asi en todo lo contrario. Es un cine amarillista que fue creando sus propias leyes a medida en que se hacía, como casi todo género artístico.

Slasher es como se le llama en los Estados Unidos, un mercado que siempre disfrutó, pero que nunca entendió, este género, al menos en toda su complejidad. Cuando digo complejidad me refiero a un mercado simple como el norteamericano: slasher significa el que corta. Dentro de esta calificación hay un género extenso de películas que entran dentro de esta nomenclatura. La categorización de slasher puede ser cualquier película donde a los protagonistas les corten la cabeza. Para el italiano es distinto. Es más. Si bien el giallo hoy existe en muy pocas tiradas cinematográficas, he visto presente como leitmotiv o sencillamente como motor argumetal en películas italianas como Una historia clásica de horror, una obra monumental que me fascinó desde la primera escena (disponible en Netflix: A Classic Horror Story, de Roberto DeFeo y Paolo Strippoli).

El libro es una belleza. DeQuincey narra todo lo referente (la historia) a Las Tres Tristezas, y toda su natural, despiadada cobrertura de la historia de la humanidad de manera poética.

El giallo es propio del cine independiente y era para gustos extremos.

Así nace Suspiria.

Pero Suspiria de Darío Argento expresaba mucho más que el simple gusto por la sangre o iba más allá de un simple gusto por lo sangriento. Expresaba sadismo, y además era, es decir que encontraba medios expresivos, surrealista.

Para estar claros: creo que Suspiria de Darío Argento más que envejecer mal, como cine nunca estuvo joven del todo. Era un cine para fanáticos. Sus escenas de sangre, a diferencia de Hitchcock, no parecían escenas de amor. Eran escenas sangrientas… y hechas con la peor sangre que el departamento de efectos especiales podía emular.

Protagonizada por Jessica Harper (El fantasma del paraíso), una mujer hermosa en su época profesional dorada (de duración corta), tenemos que ella hace un papel en la actual Suspiria.

Los italianos han sido prolíficos en el cine. Neorrealismo, Spaghetti Western, el Giallo, la Mafia… su legado en la historia del cine es más que innegable.

Pero Suspiria de Profundis, el ensayo de Thomas de Quincey en que se basó Darío Argento para hacer la primera versión, es más peligroso aún que las dos películas… es desafortunado, por tanto, que haya sido relegado a los pasillos escondidos de quienes aman la buena literatura de drogas, y que ya no sea leído, como tantos otros libros que valen la pena y cuya finalidad principal parece ser convertirse en referentes más que en fuentes de cualquier tipo de comunicación, o de aquellos que claramente condenan el género. En todo caso, son quienes ni siquiera consideran un género los dañinos verdaderos, pues no reconocen, abstemios del buen gusto, desabridos lectores de la literatura inofensiva, pulcra, inmaculada, que no conocen el potencial infinito de la literatura de drogas – Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, queda incluída, y todas las derivadas del Beat Generation por igual – de retratar un momento de evasión con belleza.

De alguna manera, Luca Guadagnino (director de la última versión) se ha saltado las influencias posiblemente perniciosas que Argento le habría impuesto involuntariamente: influencias en su planteamiento estético. Hacer Suspiria demasiado parecida a la original… aunque parezca absurdo decirlo, sin duda alguna siempre es una tentación hacer un remake de acuerdo con las pautas dictadas por la original.

Por eso, cuando supe que Suspiria iba a ser hecha, me pregunté ¿para qué? Felizmente, no fue así. Más que un remake, es una reimaginación, una reactualización, de las meditaciones contenidas, desordenadas (como en todo arte), caóticas, apasionadas, ahora ampliadas en la segunda, de la primera.

La película comienza en Alemania aproximadamente en el mismo momento que la otra película. Esto supone una diferencia estética y argumental abismal.

El Baader-Mynhoff, o el ejército rojo, estaba haciendo de las suyas en Alemania… donde una chica norteamericana ha llegado para asistir a una escuela de danza. Los colores de la película son grises. Las paredes son grises, con diseños ultra modernistas dignos de la RDA (presente en el muro), hasta Mies Van der Rohe y el grupo de arquitectos comisionados para la reconstrucción. La escuela parece austera, grande.

De inmediato, vemos a las mujeres que ocupan el lugar: un plano secuencia sencillamente espectacular que nos introduce a este foro de silencios, adobados por las noticias sobre los terroristas cuyas tramas y quehaceres puntualizan la desobediencia a que todos, y más tarde veremos que las mujeres también, practican.

A través de los capítulos que la componen, Suspiria podría definirse como un catálogo de una conversión.

La otra constante puntual de la película es la opresión que ejerce el arte, y la danza en particular, sobre nosotros. Madame Blanc representa esa dictadura de la libertad. En particular, ella lucha contra las imposiciones de la sociedad de más allá de los muros de la escuela de danza. Pero establece otra dictadura, con sus propios manejos políticos a lo interno de la misma escuela. Las luchas de poder son propias de nuestra humanidad.

La danza es, en sí misma, un uso particular de Guadagino. Mientras que Argento también enmarcó la película en la escuela de danza, Guadagino la utiliza como un motivo de las transformaciones que Suzy (la chica) va a sufrir… y de los cambios que sufrirán todas las demás alumnas.

En otras palabras, es un lenguaje tan rico y con tantas capas que se tomaría muchos visionados para descomponer la película minuciosamente.

Y aún así, sabor adquirido que es, uno perderia fácilmente la objetividad con respecto a su mensaje y se dejaría seducir por estas brujas maravillosas que se entregan, a su vez, y sin piedad por ellas mismas, a este pasaje de transformación, este cambio de mando, que no es un aquelarre.

“Si digo, simplemente, Las Tristezas, existirá ocasión para interpretar el término erróneamente”, nos dice DeQuincey en el capítulo Levana y las Tristezas, de Suspiria de Profundis.

El escritor continúa:

“… porque podrían entenderse como tristeza individual, casos separados de tristeza. Yo quiero que el término que expresa las poderosas abstraciones que se encarnan en todos los sufrimientos individuales del corazón del hombre; y deseo que dichas abstracciones se nos presenten como personificaciones, es decir, como si estuvieran vestidas con atributos humanos de la vida, y con funciones que nos apunten a la carne”.

El libro es una belleza. DeQuincey narra todo lo referente (la historia) a Las Tres Tristezas, y toda su natural, despiadada cobrertura de la historia de la humanidad de manera poética.

Luego describe, en un tono que no deja de ser sublime: “la más vieja de las tres es Mater Lachrymarum, Nuestra señora de las lágrimas. Ella que es la noche y el día, que delira y gime, llamando a esas caras perdidas. Ella, la que se paró el Rama, donde se oyó el grito y la lamentación, Raquel que lloraba por sus hijos, y se rehusaba a ser confortada”.

“La segunda hermana es llamada Mater Suspiriorum, Nuestra Señora de los Suspiros. Ella nunca sale de las nubes, o camina más allá de los vientos. Ella no lleva diadema. Y sus ojos, de ser vistos alguna vez, no serían sutiles ni dulce; ningún hombre habrá de leer su historia; ellos serían encontrados en los sueños helados”, nos dice unos momentos después.

“La tercera hermana, quien es también la más joven, ¡silencio!, susurran mientras hablamos de ella… su reino no es grande, de otra forma ninguna piel sobreviviría; pero dentro de su reino todo el poder es de ella”.

Ella es Mater Tenebrarum, Nuestra Señora de la Oscuridad, y en ella encontramos a “aquella que nos susurra toda idea de suicidio”.

Estas son las Semnai Theai, o Diosas Sublimes que rigen nuestros destinos naturales.

Pero en Suspiria se toman las enseñanzas y meditaciones de Jacques Lacan y les da una vuelta de 180 grados. El hecho de que “no existe algo llamado mujer” encuentra en Guadagnino la perfecta motivación para argumentar en su contra.

Tilda Swinton es Madame Blanc, Helena Markos, y el Dr. Klemperer. El I.d., el ego, y el super ego de Freud, llevados en pos de la madurez sexual y todo su discurso, argumentados a través del horror. Interpretados todos por Swinton (magistral), son parte de las transferencias que se dan de continuo en la película, y que nos aseguran que ninguna de las bailarinas seguirá siendo la misma a través de los seis actos de la película

No es casual de Susie tenga el pelo rojo largo. Hay un cuerpo de trabajo en lo que hoy se mal conoce como literatura infantil dedicado totalmente a lo opuesto de lo que busca esta película.

Puro Jung…

Pura sombra.

Suspiria es una película para ser disfrutada muchas veces. Es nuestro deber ver Suspiria dos veces al año, cerca del solsticio de verano, y del de invierno.

 

Rubén Lamarche en Acento.com.do