En Saint Maud, la ópera prima de la joven cineasta británica Rose Glass, observo que se edifica, con cierta pericia estética, un comentario sobre la obsesión, los deseos reprimidos y la fe que destruye el alma, con un registro que toma prestado elementos inmediatos del cine de horror temprano de Polanski. Como cinta de terror, su punto fuerte radica en las atmósferas que evocan, a través de un simbolismo religioso, el sufrimiento y el abismo psicológico de la protagonista que interpreta Morfydd Clark de una manera creíble, pero en la superficie se calienta a fuego lento y carece de algo que sea escalofriante.
Su argumento se desarrolla en una ciudad costera inglesa y trata un fragmento en la vida de Katie, una muchacha que asume la identidad de Maud al convertirse al catolicismo y que, dicho sea de paso, encuentra trabajo como enfermera en una residencia lujosa habitada por una bailarina hedonista y atea que padece cáncer terminal.
En una primera etapa, el asunto atrapa mi interés por la manera siniestra en que se interroga el desequilibrio psicológico de Maud causado por la devoción cristiana que la mantiene encerrada en la cárcel de las emociones reprimidas y en la obsesiva búsqueda de redención, provocada por la ética del deber de salvar el alma condenada de la paciente pecadora que está condenada por la enfermedad. Pero me temo que, en la segunda mitad, la ausencia de tensión desgasta el aparato narrativo hasta que no queda otra cosa que las escenas rutinarias a puerta cerrada que solo sirven para ampliar, dentro de los mecanismos convencionales del cine de terror más básico, el calvario psíquico de la enfermera iniciado por el acto de humillación que funciona como catalizador.
Poco a poco la narrativa cae en las zonas habituales de los clichés efectistas sobre religiosa e inhibiciones sexuales como signos de terror latente. Todo el barullo se reduce a la exposición básica que interroga el sufrimiento entendido como la expiación de una enfermera que sufre en silencio por haberse convertido al catolicismo para refugiarse de aquel pasado como prostituta que la hizo encontrar el amargo trato del rechazo y las heridas emocionales de los hombres que no amaban a las mujeres, creyendo encontrar un atisbo de felicidad en la prisión del ascetismo impuesto por la fe.
Por lo menos, la actuación central de Clark me resulta solvente cuando utiliza su registro expresivo para capturar el descenso a la locura de una mujer desilusionada y sinuosa que, en su interior, solo anhela alcanzar la gracia divina de las mujeres que habitan el cielo de la emancipación para escapar del martirio de los horrores terrenales. Glass encuadra el clima de opresión al que se ve sometida la protagonista en una puesta en escena atmosférica que aprovecha una música de envergadura de Adam Janota Bzowski y la lente de Ben Fordesman en los espacios siniestros en los que se respiran los claroscuros, aunque ensambla todo con un montaje algo atropellado que carece de ritmo. Su propuesta de terror es, cuanto mucho, decente. No me causa ni frío ni calor.
Ficha técnica
Título original: Saint Maud
Año: 2019
Duración: 1 hr 24 min
País: Reino Unido
Director: Rose Glass
Guion: Rose Glass
Música: Adam Janota Bzowski
Fotografía: Ben Fordesman
Reparto: Morfydd Clark, Jennifer Ehle, Turlough Convery, Lily Knight
Calificación: 6/10