I think it´s criminal the way people get so worked up about a little murder”. (Patricia Highsmith)

Para decir mentiras y comer pescado hay que tener mucho cuidado. Cierto. A prueba de balas. Pero a ese dicho yo le añado lo siguiente: una vez dicha una mentira, debes tener cuidado, porque fácilmente se convierte en una espiral descendiente de más mentiras… y quien va descendiendo eres tu. Claro, hay gentes a quienes eso no les importa. Que no se dan cuenta. Que se regodean en su mentira..

Los políticos… por ejemplo (pero ese es otro tema).

De estos, prefiero a los mitómanos. Porque los mitómanos dicen mentiras sin ton ni son, como una especie de compulsión, algo instintivo que no se puede controlar… y uno los descubre a la milla. Todo lo que dicen es mentira, hasta la verdad.

Ninguno de estos casos es el de Ripley. Tom Ripley es un mentiroso que hace todo lo posible por suplantar identidades y hacer que la gente le crea. Que no es lo mismo: porque él lo hace contando con nuestra indiferencia. Una indiferencia que es imparcial, sosegada, y al mismo tiempo interesada en el sentido de “déjame ver cómo este tipo va a salir de esto”.

Pero esto es ficción, y nosotros somos los espectadores. Del otro lado, están los que sí se dan cuenta. Los demás del mundo ficticio de Ripley. Esos que son afectados por sus mentiras.

Él se mete… y sale, en una mezcla de casualidad con causalidad que requiere un guionista y director estrella (Steven Zaillian), o una escritora magnífica del material original brillante, como Patricia Highsmith.

Ripley tampoco es un asesino en serie. No. Porque un asesino en serie sufre de una compulsión de matar. De planificar y ejecutar. Como el mitómano, pero con una consecuencia fatal.

Ripley se encuentra con los asesinatos. Estos no son su móvil, sino fruto de un conflicto posterior… ese que se da cuando alguien se interpone entre él y su objetivo.

Zaillian le imprime un sentido de la trascendencia a Ripley, que es la tercera película de ese título (El talentoso Sr. Ripley) que se hace (la primera fue con Alain Delon, en 1960, y la segunda con Matt Damon, de Anthony Minghella): pero, ¿trascendencia de qué?

Ripley es una serie blanco y negro que nos hace pensar en el propósito último de hacer una serie blanco y negro y además con esas características: la trama, como un osobuco, se cuece a fuego lento. El ritmo. El ritmo de todo. Desde como es construida la tensión, hasta la manera en que Zaillian nos cuenta hasta los detalles nimios e innecesarios, como qué hizo Ripley al recoger los enseres de pintura de Ricky cuando fue a su apartamento y se encontró con su novia.

Esto supone un inicio trascendental.

El otro indicador, la fotografía: Ripley parece un libro de viajes de los que mantenía una tía solterona que había viajado en los años ’70 y estaba repleto de fotos de cosas antiguas. Cosas a las que el tiempo no ha doblegado. Un tercer indicador es la música: quizá la banda sonora más precisa y estilizada de cualquier serie o película de los últimos diez años, desde Nino Rota hasta Mina (interpretando la canción de Gino Paoli), pasando por Cuando-Cuando-Cuando de Tony Renis… eso, más el diseño de producción, vesturario, y edición. Es decir, todas las áreas del arte que confluyen en el cine para lograr una atmósfera precisa, al servicio de la construcción del universo Ripley.

Y es que nada es casual en su universo. Nosotros eligiriamos qué lo es y que no. Pero hasta eso es casualmente contado, como dejado al azar. Y no nos damos cuenta de que es, en suma, el segundo asesinato (¿lo es?) de Tom… Ripley va a un anticuario. Escoge un cenicero. El cenicero queda resaltado por un primer plano. Ese primer plano nos indica que ese cenicero volverá convertido en un arma mortal… y lo hace.

Ripley-1

El cómo es importante. Dije cómo dejado al azar. Solo que no tanto. No tan dejado al azar.

Para este momento en la serie, ya estamos (con suerte) acostumbrados a que todo nos sea contado como por coincidencia. Sabemos qué esperar. Sin embargo, el conocimiento no evita el sobresalto. Ese momento en que vemos el cenicero, y sabemos que regresará (otro momento: hacia el final de la serie, cuando el inspector de la policía está revisando el periódico; y otro más: cuando John Malkovich aborda a Ripley diciéndole que es un marchant d´art)… que tanto Zaillian como los que vemos Ripley, sabemos que es solo otra mentirilla capaz de girar las acciones para bien o para mal.

Una serie fatalmente terminable de fotos estáticas puestas en secuencia exquisita, sobre Italia. Un viaje lleno de eventos desafortunados. Asombrosamente, aunque sabemos, nos asombramos. Porque no hay, no existe, un ser completamente inocente en este mundo.