Que la Berlinale haya aceptado proyectar un film dominicano me llenaba de curiosidad. Conociendo los rigores de ese festival, lo alejado que se mantiene de lo simplemente étnico o de una visión caritativa en relación al Tercer Mundo, como acontece en la mayoría, Ramona debía tener algo especial.

A más cine, más expectativas y por lo general más desengaño. Es como si más que relajarte y dejar que te caiga cualquier cosa por los ojos, el tema fuese ver quién puede prever más: si lo que se desliza en la pantalla o lo que ya sabes y está pasando por tu cabeza.

De Victoria Linares Villegas lo había visto casi todo. A pesar de esa línea central en su temprana obra, la de tratar el tema de la diversidad sexual, me preguntaba qué pasaría con Ramona. La primera palabra que leí entre los avances de la película era el de “jóvenes embarazadas”. De nuevo quise ponerme la mano en la cabeza, porque ya tenía material para volver a la gimnasia de las especulaciones. Sí, será cuestión de ego, pero siempre tenemos que tratar de ser más inteligentes que medio mundo, o  por lo menos, hacer el intento. Sí: uno siempre quiere predecir frases, desarrollos, finales, como si el cine fuese una casa de apuestas. Y cosa peor en la proyección de Ramona, ¡ni siquiera tenía mis rositas de maíz!

Pero cuando todo se oscurece y prontamente se te baja la adrenalina de los tres trailers que han pasado y comienza el film, tus pies van tocando el campo final de batalla.

Los primeros instantes de un film como Ramona te estás toreando a ti mismo: lo que supones pasarás y lo que viene. Lo que vino fue un escenario de teatro, en proceso de montaje, para que aparecieran la maquillista, la actriz, la directora, la muchacha, los personajes ya sospechados. El diálogo entre Victoria y Nancy, la maquillista, fue como “ehhh, y dónde está el piloto”. Sí: Ramona comienza halándote por el cuello y rompiendo tus esquemas de cine tropical.

Pondrás de referencia el teatro de Brecht y su teoría del distanciamiento, a Jean-Luc Godard en la idea de cine in-progress, a un Woody Allen sacando a McLuhan de algún sombrero o a Chantal Ackermann, ejerciendo las teorías de Dogma cuando los de Dogma todavía eran unos niños traviesos en la Secundaria.

Hechos los despojos suficientes, arropado por la ternura que te dan las sorpresas y esas fatales cercanías de esas jóvenes de repente mujeres, en Ramona habrá sorpresas, viajes, será un road-movie por los paisajes de la miseria dominicana. Victoria Linares Villegas se va metiendo en lo más íntimo de la miseria y de los bordes de Santo Domingo. Saca de ahí lo inesperado: ternura, dolor, trabajo, esfuerzo, esperanza. También están los demonios de la República: la falta de Educación, una fallida educación sexual, un modelo de sexualidad que se va repitiendo de generación en generación con muchas niñas-madres.

Estamos ante prácticas sociales planteadas bien puntualmente. Y aquí es que Linares Villegas logra el encanto de una dirección muy bien lograda: porque en Ramona no hay una “bildungsroman”. Lo que se entendería como cine sucedáneo de una especie de “Educando a la Juventud”, no existe. Ramona se va a esos posibles infiernos pero lo que saca es una cotidianidad ciertamente limitada, agobiada por la situación económica, pero igualmente con personajes muy dignos y responsables.

Alejados de aquellas patéticas preguntas -que qué es lo que buscas en el cine-, diría que en “Ramona” encontramos un amplio fresco tropical de un tema muy delicado como el de la maternidad temprana y la carencia de una respuesta precisa. Y eso es lo que convierte a Ramona en una propuesta honesta, valiente: el de no cerrar el círculo con un “broche de oro”.

A Camila Santana le corresponde el papel de una Virgilio o Virgilia particular en llevarnos por esos altares e infiernos. Camila dialoga con Victoria, en una especie de psicoterapia filmística. Hay dudas sobre la dinámica del proyecto. Sí: Ramona combina documental, ficción, diario. Estamos ante la generación “y griega”, donde las chicas siempre tendrán nombres exageradamente propios con una “y griega”.

Ramona es una propuesta muy exigente para el público dominicano, pero igualmente elevadora, necesaria, subrayando el lirismo y las tormentas de la calle, los cuerpos, los callejones, los placeres como tsunamis procreando nuevos cuerpos en cuerpos que todavía prometían otras esferas.

En tiempos en que las irreverencias se han agotado, cuando el experimentalismo ya no nos susurra al alma, Ramona se convierte en una originalísima apuesta por sacarnos del alma lo más escondido que tenemos: la fragilidad del ser femenino. Estamos ante un cine que apuesta por la simpleza de las imágenes, la levedad (aparente) de los temas y la gravedad de hechos que conforman prácticas de la vida cotidiana en el país dominicano. Si bien es un cine donde habrá pensamientos como rocas, también será un espacio para reconocernos en otras islas emergentes: esas realidades que nos timbran aunque sólo se pongan de manifiesto el 8 de marzo o cuando el presidente condecora a mujeres famosas.

No digo que las rositas de maíz no dejen de acompañarte con Ramona. Pero con o sin ellas, estamos ante una de las más originales e innovadoras propuestas de cine en nuestra historia.

Ahora que Ramona llega a las pantallas dominicanas, luego de cerca de dos años de espera, estamos ante una oportunidad de apreciar un cine valiente, con una autora de grandes verdades como es Victoria Linares Villegas, directora a la que hay que ponerle mucha atención.