La última película de Ridley Scott es más de lo mismo de eso que él tanto sabe hacer… una oda a la inexactitud histórica. Pero, ¿quién dijo que el cine tiene que ser históricamente objetivo? Solo los historiadores que no entienden el paso hacia la ficción, y los ofendidos… estos últimos son demasiados para ser soportables.

Napoleón puede ser todo lo buena y merecedora de Oscares que usted quiera, pero a mi me dejó indiferente. Que quede claro.

Con ansias espero la versión completa en Apple TV, la cual se estrenará en próximos meses después de una espectativa considerable. Y a propósito de este estreno, Napoleón-unabridged, es este artículo. ¿Por qué espero esa versión si la anterior me dejó frio? Porque tiene más tiempo de duración, y Napoleón así lo requiere.

Otra cosa: el rigor histórico, ese afán de integrar a la narrativa todo lo que es fidedignamente comprobable, no es asunto ni de escritores, ni de cineastas. De hecho, hay una escuela de pensamiento que se sirve de la ficción histórica para rellenar los espacios que la historia deja en blanco.

Las figuras históricas son históricas porque están muy sumergidas en el espíritu de la época, y aprehenderlos significa que no solo sabremos armar la narrativa apropiada, sino entenderla de acuerdo a como éste la vivió. En pocas palabras, nos pararemos a su lado, y acudiremos a (en el caso de Napoleón) sus crisis personales, sus momentos de duda, sus victorias, sus derrotas. Viven en la memoria colectiva. Y los dioses saben cuan medalaganaria es esa memoria… la colectiva, la particular, y todas las memorias. Son recuerdos que, vienen a través de textos brumosos, áridos, que a su vez fueron armados por hisotriadores que pretenden saber cómo se sentían estas personas en determinado momento dado…

Las figuras históricas lo son porque tienen la ventaja de poder ser elusivas. Tienen a su favor la niebla de la ignorancia… de la nuestra, por supuesto.

Imagino que darle una segunda oportunidad es algo descabellado. Después de todo, segundas oportunidades solo se le dan a presidentes malos y a políticos corruptos para escapar la justicia. A figuras históricas el revisionismo no les viene bien… pero con Napoleón, siendo quien es, cuando el revisionismo hitórico se decanta por su vida sexual y sentimental, y de parte de un inglés, los únicos que pueden ponerse guapitos son los franceses. Y eso es lo que sucedió… porque a todos nos gusta un poco de chisme, a todos nos entretiene saber que, a juicio del inglés, Napoleón era un hombre poco docto en las artes de la seducción, y a las cosas como son, ese revisionismo se trata de levantar como valor de producción todo el polvo que coloriza la vida de la figura o personaje que se pondera.

Por eso la figura de Napoleón dándole duro, breve y poco eficientemente, a Josephine (Vanessa Kirby, siempre efectiva, siempre sexy, siempre buena actriz).

A Ridley Scott no se le da bien el cine histórico, o más bien, el cine de época. Mi película favorita que no es de ciencia ficción de Scott y que se enmarca en el pasado es apenas su segunda: Los Duelistas (antes tiene otra, que no vale la pena mencionar). Su carrera, de ahí en adelante, ha ido en altas y bajas… aunque no estoy muy claro con respecto a qué… él tiene a su disposición todo el poder de Hollywood, es banqueable, aunque no todas han sido comercialmente exitosas. De hecho, en términos estilísticos, él se ha repetido muchas veces, aunque ha disfrazado sus repeticiones bajo la engañosa guisa de sagas (Alien me viene a la mente).

Quedémonos en el confín de lo que la definición de “cine de época” nos sugiere. Veamos: Gladiador (la cual, muy pronto, tendrá una secuela). Esta, a pesar de lo que piensen muchos, no es una película histórica, sino de época. La diferencia es clara: protagónicos inventados (aunque basados en personajes reales, o en arquetipos de personajes), enmarcados dentro de un periodo histórico específico… cine de época. Cine histórico, basado en el devenir de personajes que existieron, que pone palabras en boca de gente que vivió… et voilá.

Otra película que parece histórica pero que no lo es (para nada): Exodo, o la historia de Los diez mandamientos y todas las aventuras de Moisés, protagonizada por un Christian Bale imposible de creer (aunque parezca raro que lo diga, tiene que haber un hálito de plausibilidad, un carácter creíble, hasta en Moisés), y Joel Edgerton que no tiene la “gravitas” de Yul Brynner.

Repasando el cine de Ridley Scott, un hombre de un ego espectacular (los storyboards de sus películas se llaman ridleygramas, figúrense ustedes), en mi opinión Los Duelistas es su película napoleónica por excelencia… no por ser o desarrollarse en estos tiempos, sino por los méritos cinematográficos y argumentales que tiene de por si.

Después de ahí, a Scott le preocupa o le importa muy poco la veracidad histórica de sus personajes, y crea una nueva historicidad… una historicidad puramente hollywoodense, superficial, vacía, hueca.

Esto es Napoleón.

Cine o historia. ¿Por qué no los dos? A ver: hablo de la distancia y el rigor necesario para ser un hisotriador, y de la distancia que hay de ese punto a ser un aficionado a la lectura de temas históricos, y de ahí la distancia que hay que recorrer para ser un cinéfilo que sabe cuando están rellenando los espacios de lo histórico que están en blanco con pura mierda.

Dos cosas muy diferentes. Dos cosas que siendo opuestas entre sí, son al mismo tiempo y desde perspectivas distintas esencialmente opuestas al propósito esencial del cine… que es, no lo olvidemos, divertir.

Imaginemos que a Ridley Scott, que no es, ni por asomo, uno de mis directores preferidos, le coge con hacer una película sobre Juan Pablo Duarte y la gesta independentista dominicana. ¿Qué bando escogería? En el caso de que haya que escoger un bando, ¿qué nos contaría Scott sobre Duarte, Sánchez y Mella? El ejemplo es excesivo y descabellado, sí, pero ilustra una situación: de las 30 películas más famosas del cine sobre Napoleón, muy pocas o ninguna ha sido hecha por un director francés. Estoy seguro de que las hay… porque es razonable que las haya. Curiosamente, dos de las más famosas han sido hechas por un ruso y varios norteamericanos (Sergei Brondarchuk, Waterloo, protagonizada por Rod Steiger, Christopher Plummer, y Orson Welles, y luego está Guerra y Paz, de King Vidor, con Audrey Hepburn, Henry Fonda, Mel Ferrer, y Vittorio Gassman, sin dejar de lado el clásico de más de siete horas de Abel Gance, Napoleón, este último francés).

Hay muchas otras, menores: Napoleón, con Ian Holm, una versión de Guerra y Paz, de Brondarchuk (1968), y Si Versailles pudiera hablar, de Sacha Guitry (1954), una película cuya forma no favorece al género.

Esta es más o menos la lista. Una lista desordenada, en la cual se mezclan las películas napoleónicas (como sub género), con aquellas sobre Napoleón.

Stanley Kubrick coqueteó con Napoleón durante más de veinte años. Fue su elefante blanco, como obra inasible del cine kubrickiano, como la última gran película biográfica de todos los tiempos. Para Kubrick, que disfrutaba sobremanera el preparativo para la realización de cada película (no tanto así el rodaje mismo), la pre de Napoleón fue inclusive la más larga de todas… tan larga que nunca llegó, ni por asomo, a una versión que lo dejara conforme. Fue mucho más larga de AI, otra película que él dejó en papel (junto a Brian Aldiss), y de la que se ha dicho que existe un pietaje que tiene al personaje principal, el niño robot, muy joven (su intención era dejar que el actor envejeciera de manera natural).

No tengo noticias sobre si él llegó a esbozar escenas o secuencias completas de Napoleón. Si se que viajó, visitó, coleccionó, recopiló, clasificó. Habiendo hecho Barry Lyndon en medio de todo eso, me parece que sí.

Las actuaciones de Vanessa Kirby y Joaquín Phoenix me parecen genial, la primera, y la segunda es como si el Guasón hubiera tenido un antepasado corso y militar.

Se atraganta. Tose. Luego susurra.

La Kirby, por el contrario, se ve dueña de si. En control.

Quizá esta es su intención.

Quizá no.