Mi inclinación infinita por las historias de detectives me ha llevado a ver en Netflix a “Los crímenes de la academia”, el trabajo más reciente de Scott Cooper tras Hostiles y Antlers. Pero al parecer no supone para mí nada fuera de lo ordinario. Se edifica como un thriller de tinta gótica que puntualiza su misterio a través de una narrativa inane que deja sobre la superficie los rastros más convencionales de la ficción de detectives, sin ningún tipo de tensión que estimule mis sentidos más allá de las atmósferas lúgubres que parecen cuentos de Poe pintados sobre lienzos de Atkinson Grimshaw.

 

Su argumento, basado en la novela homónima de Louis Bayard, se sitúa en el año 1830 en una academia militar estadounidense y sigue a Augustus Landor, un detective alcohólico con un pasado trágico que llega a West Point en Nueva York para resolver el caso de homicidio de un oficial del ejército que fue descuartizado en circunstancias no esclarecidas, mientras recibe la ayuda de Edgar Allan Poe, un oficial del recinto que muestra un gran interés por el caso para seguir escribiendo sus versos poéticos y las novelas de horror en su tiempo libre.

 

En general, el asunto se estructura con los parámetros básicos del suspenso detectivesco de corte ucrónico, donde el detective privado del siglo XIX y el escritor de alma oscura examinan con lupa las pistas plantadas por el asesino, mientras visita la morgue en la que descansa el cadáver desmembrado para encontrar evidencias y dialoga a puertas cerradas con los superiores para mostrar su pericia deductiva sobre rituales satánicos de mujeres obsesionadas con la sangre. Pero nunca tiene algún golpe de efecto que me provoque alguna reacción o un impacto emocional significativo porque, ante todo, los personajes nunca se salen de ese aparato de verborrea que debilita las acciones centrales hasta que no queda otra cosa que la redundancia y las situaciones rebuscadas que solo ralentizan las resoluciones más anticipadas.

 

Descifro fácilmente la supuesta complejidad del rompecabezas que hay detrás de esa trama construida de forma unidimensional con el único propósito, supongo, de esquematizar un comentario sobre la violencia contra la mujer y la venganza en clave feminista que revisa dicho período histórico con las discusiones actuales.

 

La actuación de Bale es, cuanto mucho, decente como el inspector sinuoso que esconde las cicatrices de un pasado imborrable. Prefiero, eso sí, la sobriedad de Harry Melling cuando emplea su registro expresivo para ponerse en la piel compleja y siniestra de Poe.

 

El camino lóbrego por el que ellos transitan carece de un ritmo que sea consistente, pero, a pesar de todo, me parece algo sólida la manera en que Cooper se preocupa por la atención al detalle, en una puesta en escena en la que mayormente se destaca el aspecto decorativo que reproduce la época con cierta autenticidad y, además, la solvencia visual de la lente de Masanobu Takayanagi, que captura una atmósfera victoriana que es bastante absorbente con sus luces y sus sombras. Desafortunadamente, solo funcionan como accesorios cosméticos en un thriller histórico frío, aburrido, vacuo, que pierde toda su fuerza entre la locuacidad innecesaria y las revelaciones carentes de intriga.

 

Ficha técnica
Título original: The Pale Blue Eye

Año: 2022

Duración: 2 hr 08 min
País: Estados Unidos
Director: Scott Cooper

Guion: Scott Cooper

Música: Howard Shore
Fotografía: Masanobu Takayanagi
Reparto: Christian Bale, Harry Melling, Gillian Anderson, Lucy Boynton,
Calificación: 5/10