En La vida electrizante de Louis Wain, el primer largometraje en solitario del joven cineasta inglés Will Sharpe, se retrata por primera vez en el cine la biografía de Louis Wain, aquel pintor e ilustrado de la época victoriana que se hizo famoso por sus pinturas sobre gatos antropomórficos en distintos estilos (se dice incluso que los gatos que pintó al final de su vida en forma de patrones abstractos caleidoscópicos han sido identificados como un modelo precursor del arte psicodélico). Es un biopic que ofrece una interpretación finamente ajustada de Benedict Cumberbatch, pero que, lejos de algunas construcciones visuales, se vuelve aburrido y un poco redundante retratando los episodios cotidianos del artista excéntrico de los felinos.
La trama se sitúa a final del siglo XIX y describe a Louis Wain como un artista ingenioso, torpe, indeciso, que además de ser un inventor preocupado por las patentes de la electricidad, mantiene varios trabajos como ilustrador en The Illustrated London News que dirige el editor señor William Ingram, con la finalidad de mantener a cinco hermanas y a su madre, convirtiéndose en el principal sustento de la familia tras el fallecimiento de su padre.
El arranque de la historia consigue atrapar mi atención por la manera en que se narran los capítulos del genio atormentado en una serie de situaciones cómicas que ilustran a plenitud las responsabilidades familiares, entendido como los sacrificios de un artista que divide su tiempo entre las actividades personales y los deberes de proteger a su familia, mientras se amplifica el espectro de la pobreza y se enamora de una institutriz que contrata para educar a sus hermanas más pequeñas. Sin embargo, luego del romance y de las breves escenas de felicidad que el protagonista encuentra como fuente de inspiración al lado de Emily Richardson en una casa en el campo, el argumento se debilita porque cae en la rutina de ese patetismo que coloca a los personajes en unas escenas predecibles que se repiten sin ningún rastro de emotividad o de alguna sorpresa que me alegre la tarde.
De esa forma para mí no es muy difícil anticipar la tragedia de Wain y el duelo que este supera pintando gatos en lienzos que simbolizan la condición humana; las discusiones a puerta cerrada con la hermana que reprocha sus decisiones erráticas para solventar la crisis financiera de la familia; el éxito que alcanza en una sociedad victoriana en la que abunda el oportunismo; la esquizofrenia que lo convierte en un pintor aislado del mundo en un instituto psiquiátrico. El manejo de la elipsis entorpece el ritmo.
Solo me cautivan dos cosas. Primero, la actuación de Cumberbatch que ilustra, de manera creíble, la ética del deber y la inmolación de un artista desilusionado que se refugia en la pintura de gatos para reflejar sus estados de ánimo y la imposibilidad de superar la pérdida de su amada, con un grado de gestualidad que se eleva con la voz, las manías y las miradas. Y, segundo, el estilismo visual que altera el nivel de tinta de la colorización para subrayar la desrealización del protagonista (casi como si se tratara de una experiencia psicodélica) y, sobre todo, la auténtica reproducción del período que se acentúa a través de los decorados y del vestuario victoriano. Lo demás, por así decirlo, no me causa ni frío ni calor.
Ficha técnica
Título original: The Electrical Life of Louis Wain
Año: 2021
Duración: 1 hr. 46 min.
País: Reino Unido
Director: Will Sharpe
Guión: Will Sharpe
Música: Arthur Sharpe
Fotografía: Erik Wilson
Reparto: Benedict Cumberbatch, Claire Foy, Andrea Riseborough, Toby Jones, Aimee Lou Wood
Calificación: 5/10