Desde 2009, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (la Academia) introdujo cambios en la votación a mejor película del año. Son tantos los votantes y las variables que ese premio dejó oficialmente de ser artístico para favorecer a la industria.
De todos modos, algunos especialistas del Séptimo Arte, hartos conocedores de esa política de la Academia han gastado tinta esta semana para explicar por qué el drama Tár, según su ponderado criterio, debió ganar ese Óscar.
Sus quejas me recuerdan a los viejitos del Show de los Muppets (1976). Desde el balcón de los conocimientos, estos críticos se esmeran en destruir la mala elección ya no de la comunidad artística reunida en la Academia, sino de la cultura de negocios que decide esa categoría.
Mientras la crítica especializada, principalmente europea o latinoamericana, gruñe ante la decisión, los ganadores, los directores y el elenco de Everything, everywhere all at once (2022) y su fanaticada, lo mismo que lo hacían la rana René, Miss Piggy y su público en el popular programa de televisión, gozan de lo lindo su triunfo sin prestarle atención a los quejosos del balcón.
La Academia, como dueña de su circo, sabe que los criticones volverán como marionetas a ver la noche de los premios Óscar el año que viene, incluidos los del otro lado del Atlántico, que madrugan para publicar temprano sus reparos.
En lo particular ese estilo de ejercicio crítico me parece un tanto vanidoso. Hay otras premiaciones basadas exclusivamente en la contribución creativa de las obras cinematográficas. Es en 2009 que la Academia vino a oficializar una práctica de años que favorece el valor cultural que para ellos tienen las obras premiadas sobre la estética.
El verdadero crítico de arte sabe que la premiación más importante de todas es el tiempo, en lugar de una estatuilla que poco importa quien la conceda. Ni Tár (2022) o Some like it hot (1959), la mejor comedia de todos los tiempos, por ejemplo, la necesitan.
Horas antes de la premiación vi Top Gun: Maverick (2022). Pensé que podía llevarse el Óscar a la mejor película, conforme los criterios de selección de la Academia. La vi tarde porque al remembrar la original de 1986 dudé de su calidad, prueba de que también administro vanidades críticas.
Descubrí el ingenio de su director, Joseph Kosinski, a tiempo para publicar un tuit minutos antes de la ceremonia. Pensé que esa película ganaría ese premio. Fue una de las que sacó a la gente de su encierro de regreso a las salas de cine y ese tipo de contribuciones son las que interesan a la Academia.
Kosinski realizó una película técnicamente rompedora en efectos visuales y de sonido digna de ser disfrutada en la pantalla grande. A la vez, su cuerpo de escritores (Peter Craig y compartes) deconstruyeron la estructura armada de clichés que hicieron con el tiempo de la primera Top Gun un chiste, Quentin Tarantino entre los que se burla de su estereotipada trama (ver aquí).
A partir del relato banal de la primera versión, se reconstruyó una nueva historia con valor dramático. En Top Gun: Maverick se profundiza el perfil del personaje central, dándole tonalidades creíbles a su carácter y se adhieren circunstancias fácticas compatibles con el relato de base. Algo similar a lo ocurrido con James Bond en Skyfall (2012).
En Maverick: Top Gun, como en la también nominada The Banshees of Inisherin (2022), hay una historia sensible, con la que la gente común se puede relacionar. Al igual que en la película irlandesa, se cuenta un cuento pequeño; en la estadounidense, no obstante, el drama resulta inversamente proporcional a la magnanimidad de sus secuencias aeronáuticas.
En la trama principal, la relación tensa entre el protagonista y Rouster (Miles Teller), se utiliza el denominado factor Shakespeare, descrito por Guillerrmo Arriaga. Este explica que los dramas familiares son los que más pegan. Se expone a través de un conflicto dúctil, que le confiere una nobleza creíble al aviador.
En la subtrama romántica, se resuelve el test de Bechdel con dos breves conversaciones entre una madre y su hija que hablan de sus cosas, en las que Maverick no tiene nada que aportar. Sin embargo, la hija no es un personaje comodín para pasar el test; su otra corta y eficaz intervención sirve para enfrentar al mujeriego. Por estos y otros elementos de la narración, Maverick pasa de héroe plano de acción a un hombre concreto.
No se trata de una historia antibélica profunda como la también nominada All Quiet on the Western Front (2022). Ni los críticos más agudos de la Academia presuponen que una película alemana compasiva con el ejército germano iba a ganar el Óscar. Hasta los chinos de Bonao saben del voto judío mayoritario de ese colectivo.
Top Gun: Maverick, era la más americanista de las diez nominadas. Un aviador élite en combate es más popular en la cultura estadounidense que Elvis. Sin embargo, no ganó. La cultura en la Academia eligió a una comedia dentro del panel de obras de arte cinematográfico preseleccionadas por el gremio.
La estatuilla se la llevaron los responsables de una película de nombre tan enredado como su trama Everything, Every where, All at once (2022), protagonizada por minorías de inmigrantes de origen asiático.
Compartía en las redes la noche de la premiación con mi amigo Víctor León, acerca de lo difícil de que el humor se imponga en la Academia. En noventa y cinco años no llegan a diez las comedias ganadoras a mejor película:
- It happened one night (1934),
- You can’t take it with you (1938).
- Going my way (1944).
- The apartment (1961)
- Tom Jones (1963).
- Annie Hall (1977).
- The Artist (2011).
- Everything Everywhere All at once (2023).
Días después de la premiación pude ver la película ganadora. Su humor no está hecho para el público más acostumbrado a comedias de Billy Wilder, Woody Allen o Mel Brooks, entre los que me encuentro. No obstante, hará ya un tiempo que Tarantino se ha servido del absurdo y lo procaz para lograr sus gags; Wes Anderson ha mudado el chiste del parlamento a la acción y Judd Apatow no ha tenido problemas en arrancar risas con elementos soeces.
Todos esos directores han sido nominados al Óscar y notoriamente constituyen una influencia para Dan Kwan y Daniel Scheinert, directores de la ganadora de 2023.
Acaso por mi edad, tardé en asumir de qué iba el caos disparatado que domina a Everything Everywhere All at Once, pero me mantuve interesada, aunque a ratos agotada, esperando que su elemento narrativo, el Rosebud de esta película, un círculo, estaría relacionado con el círculo zen budista, símbolo de la iluminación, la fuerza, la elegancia, el universo y el vacío, todo a la vez.
Al llegar a la escena del diálogo de piedra (intento no hacer spoiler) me agradó inmensamente la resolución del caos previo, excusé no sin dificultad algunos universos absurdos y obscenos de la trama, porque asumí, no sin cierto pesar, que sirven al plan narrativo, como esos sueños locos que sin explicación nos visitan en las noches, pero que el psicoanálisis nos ha explicado su función; y, de manera especial, me alegró comprender que la comedia, luego de este horrendo inicio de década, ha triunfado.
The Whale (2022), una de las películas de más largo aliento nominado, no tenía chance de llevarse el voto popular. Necesitamos tiempo para alejarnos de situaciones de confinamiento.
La subtrama de la película ganadora al Óscar 2023 es el milhojas de la vida en pareja. Lo que Tolstoi descubre entre Ivan Ylich y Praskovya Fiodorovna en palabras en su novela La Muerte de Ivan Ylich, esta película lo entresaca de la relación entre Evelyn y Waymond Wang por conducto de un enjundioso guion, una todavía más enjundiosa edición y unas actuaciones de amplio registro a cargo Michelle Yeoh y Jonathan Ke Quan que resultaron ganadores esa noche.
La trama principal, una exploración sutil del factor Shakespeare entre madre e hija, me convenció que la dona en la cabeza y todos los círculos enzo que aparecen a lo largo de la película en lugares incluso groseros, reclaman un valor semiótico.
Adoro a Jamie Lee Curtis, pero me parece que Stephanie Hsu, Joy Wang en la película, debió llevarse el Óscar a la actriz secundaria. Como si no supiera que la Academia va a favorecer a una actriz que desde la cuna vive en Hollywood me comporto como una viejita quejosa del Show de los Muppets. Parece que no lo podemos evitar.
La cultura eligió reír porque el humor es el mejor antídoto contra el dolor y la pérdida. Los felices años veinte de este siglo convulso, al menos en otro universo, necesitaban comenzar.