Desde la construcción de salas de cine hasta la introducción de innovaciones tecnológicas, la capital dominicana fue testigo del florecimiento cultural, donde los empresarios establecieron salas de cine que no sólo brindaban entretenimiento, sino que también definían un estándar de lujo y comodidad para los espectadores.

Entre los pioneros se destacan Joaquín Ginebra, la familia García Recio, y Marcos Gómez, cuyos teatros marcaron tendencia en la historia del cine dominicano por su ubicación en la parte alta y su recurrencia de la clase media-alta de Santo Domingo.

El informe “Las salas de cine de República Dominicana”, elaborado por la Dirección General de Cine (DGCine), registró que ocho cines brindaban estas amenidades y estaban ubicados entre El Conde y Gazcue de Santo Domingo.

En 1913 se abrió el primer cine que dejó atrás las salas al aire libre y apostaba a espacios cerrados y con amenidades: Teatro Independencia. Contó con 56 palcos, 565 butacas y 80 lunetas, que otorgaban sensación de confort.

Mientras, en verano de 1925, el arquitecto Juan Bautista del Toro edificó el Teatro Capitolio, que se destacó por su ubicación al frente de la Catedral de Santo Domingo. Según la DGCine, exhibía películas mudas y en blanco y negro.

El Circuito Rialto, perteneciente a Joaquín Ginebra, abrió dos teatros el Rialto (1923) y el Elite (1948), en las calles Duarte y Pasteur, respectivamente. El primero se dedicaba a proyectar largometrajes mudos y tener un pianista en vivo, mientras que el segundo ofrecía butacas acojinadas. Ambos cerraron sus funciones en 1980.

Conforme la DGCine, se convirtió en el salón “más aristocrático de la sociedad de esa época”.

En la actual avenida Duarte se alzó el Teatro Max, propiedad de la familia García Recio, en 1945. De acuerdo con el estudio, era concurrido por la parte céntrica y alta de la capital dominicana. Pero, además, se destacó por ofrecer dos películas por el precio de una. Luego de su cierre en 1990 se convirtió en un lugar religioso.

Marcos Gómez creó el Teatro Olimpia en 1941, en la Zona Colonial, con sala innovadora similar al Teatro Julia, de Federico Geraldino (1942), que tenía 1,050 butacas en platea y 300 palcos.

El último cine con estas amenidades fue el Teatro San Carlos, de 1958, cuyos propietarios Río Motors, ofrecieron 1,500 butacas, convirtiéndose en el más grande de esa época. Sus funciones se apagaron en 1987, para construir la avenida México.

De acuerdo con el informe, luego del cierre de estas salas comenzó a proliferar los complejos cinematográficos, impulsados por distribuidoras extranjeras.