En Hojas de otoño, el realizador finlandés Aki Kaurismäki regresa a esa poética de la soledad poblada por seres del proletariado que presenta ya en esa trilogía compuesta por Sombras en el paraíso, Ariel y La chica de la fábrica de fósforos; en lo que sería su retorno al cine tras haber anunciado en 2017 su retirada definitiva con el estreno de El otro lado de la esperanza. Al parecer, ha cambiado de opinión. Y yo lo agradezco infinitamente. De entrada, me parece una comedia en la que Kaurismäki, con tono agridulce y sus finas sensibilidades estéticas, esboza una historia de amor emotiva sobre dos almas de clase trabajadora absorbidas por la soledad y las desgracias, sin perder nunca el grado de singularidad por el que es conocido en la hora y veinte que dura su fábula anacrónica.
La trama, ambientada en una ciudad atemporal y análoga (presumiblemente una realidad alternativa de Helsinki), tiene como protagonistas a un hombre y una mujer de clase obrera que, en una noche cualquiera después del trabajo, se encuentran por casualidad en un bar. La mujer se llama Ansa y es una soltera que trabaja bajo un contrato de cero horas en un supermercado en el que abastece estantes y clasifica plástico reciclable, pero cuya vida rutinaria es golpeada por la desilusión que toca la puerta a modo de desempleo, obligada desesperadamente a buscar trabajo en otro lugar. El hombre se llama Holappa y es un trabajador de cuello azul que es despedido de su empleo, en una constructora, tras darse a conocer su alcoholismo desenfrenado.
Los dos personajes, con sus respectivas caras inexpresivas y su marco de circularidad, adquieren una tonalidad tragicómica que me cautiva cuando luchan contra el destino, los infortunios, la incomunicación, la timidez, la soledad, la esclavitud del salario y la falta de oportunidades, mientras intentan contra viento y marea mantener el vínculo con el que desean manifestar el amor reprimido.
Con ellos, Kaurismäki nuevamente retrata la condición socioeconómica de la clase obrera entendida como la adversidad de dos personas empobrecidas por el desempleo que no pierden la esperanza y mantienen su espíritu en calma en medio de la incertidumbre que lacera la dignidad humana, por encima de un ligero subtexto que interroga, por medio de alegorías, la deshumanización en tiempos de guerra (específicamente una condena a la guerra en Ucrania). En ese sentido, destaco, primero, la interpretación de Alma Pöysti cuando ejerce su mirada triste y los gestos serenos para comunicar la desdicha intrínseca de una mujer que anhela encontrar a alguien que llene su vacío afectivo, en un rol bastante similar a los que solía interpretar Kati Outinen. También la de Jussi Vatanen como el obrero alcohólico que se refugia en el vodka para olvidar el desempleo y la soledad que se amplifica por no estar al lado de la mujer que ama en secreto.
Ellos casi siempre están geniales en la presunta ucronía escapista, en unas escenas caricaturescas que se ensamblan agradablemente con los diálogos, las situaciones absurdas y el humor lacónico. Y me contagia, además, la forma en la que Kaurismäki los ilustra, sin giros ni pretensiones, en una puesta en escena que refleja, con cierta simplicidad elíptica, esas preocupaciones estilizadas que ya son una marca registrada, como el plano medio, el uso del color, el plano general, el sobreencuadre, el fuera de campo, las referencias cinéfilas, el uso proxémico del espacio y la música diegética que suele colocar en la radio o en los conciertos de alguna banda de rock que toca de paso en un bar para interrogar la desilusión de los personajes. En su propuesta veo belleza y cierta melancolía cuando encuadra el lado tragicómico de las cosas. Pero me alegro, además, porque ha regresado a lo suyo: al cine.
Ficha técnica
Título original: Fallen Leaves (Kuolleet lehdet)
Año: 2023
Duración: 1 hr. 20 min.
País: Finlandia
Director: Aki Kaurismäki
Guion: Aki Kaurismäki
Música: variada
Fotografía: Timo Salminen
Reparto: Alma Pöysti, Jussi Vatanen, Anna Karjalainen, Janne Hyytiäinen
Calificación: 7/10