En Hasta siempre, hijo mío, el director chino de sexta generación Wang Xiaoshuai, examina las consecuencias de la política de un hijo que fue impuesta por el gobierno chino durante cuatro décadas para mantener un control de natalidad sobre la población con el fin de reducir el crecimiento poblacional. Y lo que veo en sus imágenes me conmueve enormemente. Con un metraje de tres horas, Wang retrata a ritmo contemplativo un drama profundamente conmovedor sobre el dolor, la culpa y la pérdida de una familia, sin perder de vista el corazón humano de sus personajes ni el contexto sociopolítico de los cambios tumultuosos en la sociedad china contemporánea, producto de un trabajo de montaje formidable de Lee Chatametikool.
La historia narra las tragedias personales de dos familias a lo largo de treinta años. La primera es la conformada por el padre Liu Yaojun y la madre Wang Liyun, una familia que sufre la muerte de su único hijo, Xingxing, ahogado mientras jugaba en una presa junto a otros niños; mientras buscan desesperadamente al hijo adoptivo que rebautizaron con el mismo nombre y desapareció por el maltrato que recibía del padre. La segunda es la familia de Shen Yingming y Li Haiyan, una pareja de esposos, muy cercana a la otra familia, que atraviesa un período de culpa por no evitar que su hijo Shen Hao se responsabilizara por la muerte de Xingxing.
El vínculo de estas dos familias me resulta emotivo porque la narración no se conforma con retratar a sus personajes como simplemente buenos o malos, sino que los presenta como seres humanos imperfectos que luchan con el dolor, la culpa y el arrepentimiento en medio de discusiones cotidianas; además de mostrar a través de las escenas retrospectivas las relaciones entrelazadas que revelan entre ellos cosas como los secretos de los hijos adoptivos, la frustración de la infertilidad, las responsabilidades éticas de la crianza, el desempleo colectivo de los obreros de cuello azul ocasionados por la reforma económica, las dificultades socioeconómicas, la infelicidad que se cocina a puerta cerrada en un entorno sórdido, las verdades que salen a la luz para despejar las dudas.
Los personajes tienen diálogos de mucha sobriedad que se complementan con situaciones orgánicas en su engranaje textual para esbozar un discurso la duelo, la angustia, el sacrificio y la búsqueda de redención de una familia de clase trabajadora que se niega a olvidar el pasado mientras experimenta en el presente los corolarios de los eventos históricos que poco a poco transforman el espacio cultural de la modernidad china, además de interrogar la forma en que las limitaciones de la política de un solo hijo afectan a una familia. A través de las experiencias de Yaojun y Liyun, somos testigos de cómo los cambios en la política y la economía afectan a las personas comunes, especialmente a aquellos que se encuentran en las periferias de la sociedad.
Wang no ofrece respuestas fáciles o soluciones simples, pero plantea preguntas importantes sobre el precio del progreso y el sacrificio humano que a menudo tienen que pagar las familias de los menos pudientes. Todas las actuaciones del reparto son extraordinarias en su capacidad para transmitir la gama completa de emociones. Pero entre todas ellas destaco, primero, la actuación de Wang Jingchun, que utiliza su registro expresivo para ilustrar con sus gestos y la mirada profunda la alegría, los miedos y la desesperación de un padre que sigue adelante a pesar de los traumas que le imposibilitan olvidar lo que se perdió con la muerte de su hijo. También la interpretación de Yong Mei como la madre bondadosa, humilde, sincera, que comunica con el silencio y su mirada la tristeza de una madre que no supera la partida de su hijo.
Con ellos, Wang recupera su poética sobre desgracias familiares, pero, asimismo, establece un regreso de forma que se acentúa en una estética depurada que alcanza su punto de mayor envergadura en la atención al detalle de los decorados, la reproducción de la época, las panorámicas el gran plano general, el sonido diegético, el fuera de campo, el relato no iconógeno, el cuidado compositivo sobre el encuadre, el empleo del color como herramienta psicológica, la elipsis de estructura y el uso proxémico del espacio para subrayar los dilemas de los personajes desde las mutaciones culturales de la sociedad china que se reflejan desde los barrios y las ciudades. La banda sonora de Dong Yingda intensifica el equilibrio emotivo al colocar en momentos clave la música que evoca la nostalgia y la melancolía de los personajes.
Cada escena está meticulosamente elaborada, desde los paisajes rurales hasta los interiores urbanos, algo que me sumerge por completo en el mundo de los personajes. Pero lo más interesante, quizás, es la manera sutil en que Wang se toma su debido tiempo para sintetizar las complejidades de la condición humana, algo que, a decir verdad, es difícil de ignorar en su capa de intimismo.
Ficha técnica
Título original: So Long, My Son (Di jiu tian chang)
Año: 2019
Duración: 3 hr. 05 min.
País: China
Director: Wang Xiaoshuai
Guion: Mei Ah, Wang Xiaoshuai
Música: Dong Yingda
Fotografía: Kim Hyun-seok
Reparto: Wang Jingchun, Yong Mei, Ai Liya, Zhao Yanguozhang, Li Jingjing, Qi Xi, Xu Cheng, Du Jiang
Calificación: 8/10