En Hannah Arendt, la cineasta alemana Margarethe von Trotta recupera su poética de la feminidad para mostrar la faceta intelectual de la filósofa y teórica política judeo-alemana del siglo XX que popularizó el concepto de la "banalidad del mal" luego de publicar una serie de artículos sobre el juicio de Adolf Eichmann para la revista The New Yorker en los años 60.

Tras ver las imágenes que ofrece durante casi dos horas debo decir, sin temor a equivocarme, que es un biopic que se beneficia de una actuación espléndida de Barbara Sukowa como la gran pensadora alemana, pero cuyo núcleo narrativo, desafortunadamente, permanece situado en una inercia dialógica que pierde toda su eficacia entre escenas redundantes en las que, a menudo, se habla más de lo necesario para extender con la palabra las obviedades de su discurso político. En pocas palabras, se banaliza a sí mismo por el afán reiterativo de caer en el didactismo.

Su argumento se sitúa a comienzos de la década de los sesentas y presenta a Arendt como una intelectual arrogante, carismática, fría, con cigarrillo en mano, que se enfrenta a un dilema ético-moral poco después de viajar a Israel para cubrir en Jerusalén el juicio contra el infame nazi, donde es objeto de polémica por la manera en que sus escritos son malinterpretados cuando analiza con eclecticismo el comportamiento del criminal durante el Holocausto.

En términos generales, la narración sintetiza en algunas escenas algunos de los momentos cruciales de la vida de Arendt a través de las conversaciones que ella sostiene con su esposo enfermizo y la novelista Mary McCarthy; los recuerdos de su relación amorosa con el filósofo existencialista Martin Heidegger; las discusiones con el editor de la revista que la presiona para que publique los artículos encargados; el rechazo de los académicos que desafían sus posturas luego de la publicación de sus ensayos controvertidos.

Pero, por alguna razón, el material carece de pujanza porque, entre otras cosas, Von Trotta opta por reducir las acciones de la protagonista a diálogos a puerta cerrada que, en su síntesis discursiva, solo responden a un comentario maniqueo sobre la tarea del intelectual que se entiende como la búsqueda de la verdad de una filósofa que razona lo suficiente como para darse cuenta de que el mal se instrumentaliza incluso a través de intenciones aparentemente banales como la lealtad, el deber o las órdenes.

En este sentido, al menos, la interpretación de Sukowa adquiere cierta credibilidad cuando utiliza su registro expresivo para asumir el papel de una mujer frontal, autorreflexiva, distante, que sostiene sus ideas conceptuales frente a la turba furiosa que, en su grado de ignorancia, la persigue como si se tratara de una caza de brujas. Ella alcanza su potencial en dos escenas clave. La primera es la del largo proceso de Eichmann, rodada con estética de documental al recobrar los testimonios reales del archivo histórico, en la que Arendt atestigua los comentarios de la defensa de un hombre común que mató a millones de judíos siguiendo una orden. La segunda se encuentra en el clímax en el que Arendt defiende sus argumentos frente a los estudiantes que admiran su obra. Ambas secuencias, propiamente dicho, funcionan como las dos caras de una misma moneda. Sin embargo, no son suficientes para escapar de los lugares comunes que frecuenta como biopic genérico.

Ficha técnica
Título original: Hannah Arendt

Año: 2012
Duración: 1 hr. 53 min.
País: Alemania
Director: Margarethe von Trotta
Guion: Pam Katz, Margarethe von Trotta
Música: André Mergenthaler
Fotografía: Caroline Champetier
Reparto: Barbara Sukowa, Axel Milberg, Janet McTeer, Julia Jentsch, Ulrich Noethen
Calificación: 6/10