“En América, ustedes llaman a ese hombre Hitch, en Francia nosotros lo llamamos Monsieur Hitchcock. Ustedes lo respetan porque él toma escenas de amor como si fueran escenas de asesinatos. Nosotros lo respetamos porque él toma las escenas de asesinatos y las rueda como si fueran escenas de amor.”
(Francois Truffaut. Entrega de un “Life Achievement Award” de la AFI a Alfred Hitchcock)
Alfred Hitchcock, el director de innúmeras películas y creador de la técnica moderna del suspenso, era, ante todo, un director del sistema de Hollywood. Se que a muchos les gusta pensar lo contrario, que Hitchcock era un director independiente que defendía su discurso ante la fuerza del establishment. Pero decir esto sería incurrir en un absurdo: Hitchcock, quien nunca desperdició película en sus filmaciones, quien siempre empleó a lo mejor de lo mejor para conseguir sus actuaciones, quien trabajaba de seis a seis, se ganó su independencia a base de dar a los estudios la mejor obra cinematográfica (la más rentable), por el menor costo posible.
¿Cuál era el sistema de Hitchcock?
Aparte de ser la figura principal de un conglomerado del suspenso en el cine, la televisión y la literatura, Hitchcock sabía que no podía tener éxito con sus campañas si estas no sustentaban las bondades de un producto de calidad.
Hollywood era y es un sistema que sustenta ideologías, que preserva identidades a su antojo y conveniencia (los del status quo), y que reparte año por año dividendos a diestra y siniestra.
Los sistemas – totalitarios, democráticos, capitalistas, comunistas, socialistas, no importa, los sistemas como manera de organizar la sociedad, la empresa, la familia, la iglesia: los sistemas de creencias, de gobernar gente y de hacer dinero, ya sean empresa privada o estatal – son una cosa curiosa: parece que se perpetúan a través de una extraña combinación que incluye la fórmula de su propia destrucción.
Nosotros los perpetuamos, a través del consumo.
Y todos, sin espacio al error, se agotan.
Unos más que otros… claro está.
Las empresas, sean personales, familiares, o conglomerados, son un ejemplo elocuente de este proceso natural. Las empresas familiares son un caso de estudio (después de una tercera generación, todo se va al carajo). Los hombres empresas, que parecen ser un fenómeno de principios del siglo XX, son más aún misteriosos.
La publicidad, el mercadeo, no escapan de la influencia de esta realidad.
Así, con el muy manoseado “para que todo siga igual, algo tiene que cambiar”, de Giuseppe Tomasi de Lampedusa (El Gatopardo) parecen renovarse constantemente. El arte juega un papel determinante para que esta ola del cambio barra toda la superficie social que le ocupa (el arte y, en particular, como hemos aprendido, todas sus veleidades propias del mercado al que va dirigido, muchas veces espontáneamente, otras forzadamente, pues es un asunto que parece estar en manos del artista… cuando en realidad es sobre quienes se agencian la rentabilidad de la obra).
El arte opera la barredora cósmica que parece limpiar las civilizaciones.
No es con ánimo de menospreciar su papel. Es de disminuirlo, de llevarlo a su mínima expresión sin reducirlo… hay muchas otras variables que entran en juego. Pero las artes son parte integral de la libertad de expresión, y es ahí donde el dedo amenazador de las dictaduras deja de apuntarnos.
Y si hay un sistema que parece perpetuarse en el tiempo y en el espacio, es Hollywood. Hollywood se parece a la iglesia católica, y a la evangélica por igual: a base de muchos amigos imaginarios, vive vendiendo el sueño, en este caso, norteamericano, además de sus monstruos y sus batallas públicas. De alguna forma, en ocasiones las empaca con una envoltura actualizada, y las sirve como nuevas, haciéndonos creer que de hecho lo son. Claro, sus héroes reflejan al público, y no al revés: no son héroes creados para que el público quiera ser ellos, sino que ellos reflejan las humanidades (potenciadas) de los distintos blancos de público a los que van dirigidas sus emisiones, o sea, las películas.
Europa es distinto. Europa hace sus películas de súper héroes para burlarse de la sociedad. Los Estados Unidos son más pretenciosos, como fruto de su ingenuidad, y se creen la historia o mito del súper héroe. Son sus creadores, y sus seguidores más cercanos.
Hitchcock era un director de ese sistema…
Pero en lo que se refiere al cine de Hitchcock, me parece irónico que alguien con una mente tan calculadora haya surgido de Inglaterra y hecho su fortuna y dejado su legado en Tinsel Town. Y no es sino cuando hace Psycho, una película de presupuesto modesto, por no decir bajo (bajo, a todas luces, para lo que él acostumbraba hacer), blanco y negro (cuando tenía películas hechas en la factura de lo último en tecnología de la colorización), y con pocos personajes (de hecho, él asesina a Janet Leigh apenas empezada la película, algo impensable cuando se habla de guiones hollywoodenses), que todo parece caer en su sitio: Hitchcock quería hacer una película íntima sobre una filia oscura, y hacerla pública con una obra maestra del mercadeo moderno: el secreto a voces.
Lo que proponemos es sencillo: ¿cómo influenció el lazo comunicacional establecido por Hitchcock con quienes iban a ver sus películas, y en particular Psycho, en las estrategias de negocios y en la narrativa de publicidad y mercadeo de un Hollywood que parecía agotarse dentro de todos los precedentes que en estos términos había establecido como “lo que se debe hacer” a la hora de comunicar los valores esenciales del entretenimiento?
En estos tiempos, el arte sin mercadeo y publicidad muere. Nadie puede hacer arte, nadie puede transformar, sin empacar primero un producto que valga la pena, que presente un nuevo giro de la realidad. Hitchcock era un fenómeno en eso: él era el artista (uno que se servía de muchas otras expresiones artísticas, como todo buen director de cine), y él era su mercadólogo y publicista… algo que en muy pocas ocasiones se da de manera efectiva.
¿Tendría su cine tanto éxito hoy como antes?
Pues no.
Porque como dice Breat Easton Ellis, ya el cine (y el cine norteamericano más todavía) no influencia a la cultura como cuando se hizo Psicosis. Psicosis es donde todo volvió a comenzar.
Alfred Hitchcock nació en Inglaterra, y fue a Hollywood muy pronto desde que comenzara a hacer cine. Su cine tiene esa cualidad estática y calculada que tiene todo lo inglés de esta época (de su no terminada Number 13, hecha en 1922, a Family Plot, de 1976, se pueden distinguir varios períodos: el de la pre-guerra, el de la post-guerra, y la vuelta al cine inglés… con un interregno marcado por la factura de un documental sobre los Campos de Concentración que no fue pasado, nunca, en ningún cine… y que es decisivo para considerar al Hitchcock hollywoodwense, por lo subrepticiamente brutal de su logro en términos cinematográficos).
La otra es Frenzy, que tendría una de las más memorables secuencias de un asesinato (seguimos a la víctima, pero no vemos, solo escuchamos, su asesinato) de la historia del cine, si solo hubiera sido nortreamericana… es decir, si hubiera tenido la distribución. Esa fue la primera película de Hitchcock que vi alguna vez, pero no es (lo admito), de lo mejor de Hitchcock.
Hombre del sistema
No estoy seguro de si Hitchcock dirigía o no sus campañas publicitarias. Pero, partiendo de que no habían otras tan siquiera similares, hay que asumir que él tenía cierto control sobre ellas. Es decir, su figura se convirtió en un ícono popular presente no solo en la cultura visual sino en la literatura por igual: o sea que transcendió su medio, convirtiéndose en un ente público de reconocimiento en todo… hasta en Los Picapiedra (¡buenas noroches!).
Recuerdo haber visto un anuncio de un festival de Alfred Hitchcock en el Cine Colonial. El decía, con su voz nasal, su perfil retratado en silueta sobre un fondo blanco, que la muestra era sobre los instintos más bajos que podríamos imaginar, expuestos con todo el sentido de lo bello que solo el séptimo arte nos podía dar: sexo, pasión, y todas las cosas que componen el bestiario moderno contenidos allí, en aquellas siete u ocho películas de las que no se mostraba ninguna inglesa, que yo recuerde. Hoy me pregunto: ¿Tenía yo alguna oportunidad de no caer ante aquella declaración descriptiva tan encantadora? Lo dudo… fui a ver todas y cada una de las películas de Hitchcock que se dieron en aquel festival. ¡Todas! Y de ahí en adelante, empezó el romance.
El que Hitchcock apareciera en sus campañas publicitarias (de sus películas, de los libros y recopilaciones de cuentos que patrocinó, de la serie de televisión que él no dirigía pero de la que era la figura principal), obedece a varios factores. El más resaltable de estos ese coqueteó con lo que es hoy el mercadeo moderno.
Marketing, en una palabra, que se asemeja demasiado a la creación de contenidos para web, a las entrevistas de RRPP, a las publicaciones de publirreportajes, de hoy en día. Y que lo influenció decisivamente.
Hitchcock no dejó nada a la libertad expresiva de los publicistas y mercadólogos… eso está claro. No se si él tenía el control o la decisión final sobre sus campañas, pero de que le prestó su imagen a series de libros, se notaba que él sabía qué mensaje tenía que transmitir (él financió la campaña de mercadeo y publicidad de Psycho con $1 millón de dólares, se ha reportado).
A nadie le divierte nada más que el asesinato del que vive al lado… lo divierte, y lo inquieta. Hitchcock sabía conocía el morbo de la gente.
“Lo que tenemos entre manos es nada más que el más puro entretenimiento del público”, decía su voz nasal que salía de las bocinas en el lobby de los teatros, conminando a los que salían del cine a mantenerse callados con respecto al final de Psycho.
Anthony Perkins tuvo que jurarle a Hitchcock que no hablaría con la prensa. No existían los contratos de privacidad en estos tiempos. Los ejecutivos de los estudios, los periodistas y el reducido público interesado, no tendrían acceso a la película hasta después que estuviera estrenada. Hitchcock compró los derechos del libro de Robert Bloch y luego se lanzó a adquirir todos los ejemplares del libro que pudiera en todos los Estados Unidos, para que se supiera lo más mínimo sobre la trama. El rodaje, dada la naturaleza de la película, se realizaría en secreto: una película íntima, con locaciones limitadas, se prestaba para esto.
Los circuitos de teatros tuvieron que implementar sistemas totalmente nuevos para vender taquillas. Ambulancias y unidades de policía fueron apostadas en las salidas de los teatros (más tarde, para el estreno de Tiburón y de El Exorcista en nuestro país, a alguien, una mente maestra, colocó ambulancias en la puerta del cine Triple, dándole ese espaldarazo de morbidez a la función, que fue un éxito comercial: si la película puede darte un ataque al corazón entonces es buenísima).
Pero el mercadeo es tanto lo que lo define como esas cosas que no lo definen… es decir, que parecen tener una actualidad pasmosamente parecida a la de hoy, una vigencia brutal, por cuanto es mercadeo que cuenta historias que se asemejan espectacularmente a los sentimientos extremos de nuestros días, que concitan el interés de todos y a la vez el apandillamiento en torno a determinada trinchera, usualmente irreal, detrás de la cual nos hemos de parapetar para apuntar mejor con la salva de nuestra respuesta a una crisis que hemos, como colectividad, creado.
En este sentido, el mercadeo es literatura, por cuanto es sobre las historias que contamos, o el cuento que nos contamos a nosotros mismos. El mercadeo es información, por cuanto es lo que tu sabes y cómo lo usas.
Otra cosa es la que demuestra: que él estaba consciente de aquello que llevaba, y lleva (no ha cambiado tanto) a la gente al cine… cosa que él, Alfred Hitchcock, deseaba. Verán ustedes: él era un hombre del sistema. Para cada película Hitchcock tiene una campaña publicitaria protagonizada por él. Y, desde el punto de vista de la industria del entretenimiento, el uso de Hitchcock (como figura antepuesta a los actores mismos), es digno de cualquier megalómano… la figura del director, que siempre ha sido sumamente ambigua por encima de la del productor (el verdadero dueño de una película), éste siempre ha sido un “hired gun” en los estudios, con el productor por encima de él, pagando los dólares, visualizando proyectos, contratando actores, siendo el enlace con los estudios, contratando músicos, y así.
Es decir, en una cultura que nada tenía que pedirle al sistema especulativo de hacer guiones (el cual sustituyó, efectiva y eventualmente, al impuesto en tinsel town), en el cual un director estaba a lo sumo a la par con el productor de cine, Hitchcock destacó no solo por el tema de sus películas, sino porque nos hacía saber que las películas abordaban esos temas.
El cine de la agresión
Hay tres películas que me vienen a la mente cuando pienso en Hitchcock: Vertigo, Extraños en un tren, y Psycho.
Pero es con Psycho donde Hitchcock se arriesga más.
Las tres películas ocupan un lugar distintivo en su cine.
No forman (eso lo comparten las tres) parte de su filmografía inglesa. Ese es otro HItchcock: no tan técnico, o más bien, pirotécnico.
Hitckcock venía se hacer películas como North By Northwest, Dial M For Murder, de ser nominado a mejor director por Rebecca… y, mejor aún, de dirigir las campañas publicitarias de todas sus películas importantes, de ser la figura protagónica de dichas campañas.
¿Por qué iba a poner en riesgo todo eso?
No hay que exagerar: no era como que Hitch arriesgara algo… es, más bien, ¿por qué iba a lanzarse por el callejón oscuro del bajo presupuesto, con lo cual se acercaba peligrosamente al estilo B del cine, y no hacer una cinta de alto calibre donde no mataran a la protagonista a apenas 20 minutos de empezada la película?
La escena de la ducha en Psycho no deja de ser un logro en términos de producción: 78 fragmentos de película en 45 segundos.
“El quería filmar la escena de la ducha fuera del programa de rodaje. O sea, que él entendía que un asesinato así era suficientemente importante para ser sacado de un entorno dedicado al entretenimiento”, dijo Bret Easton Ellis, escritor de American Psycho. “Había violencia… en el cine. Pero no había nada tan diseñado, tan planificado, tan despiadado como esto”.
Y termina diciendo: “Debieron ver ese baño. Todo el plató estaba inundado de sangre. Era… era… algo demasiado horroroso de describir. Espantoso.”
Hice una película una vez, una película no del todo seria. En cierta forma era una broma pesada. Un chiste. Y me horrorizó encontrar a personas que la habían tomado en serio… una película orientada a conseguir gritos,” dijo Alfred Hitchcock en la Cinta promocional.
Es la prikera expresión del cuerpo femenino siendo asaltado, despiadadamente, por un loco.
Y es que la mujer es totalmente secundaria en el cine de Hollywood de los años 50. Sin embargo, Hitchcock puso a la mujer en el lugar que él quería. La objetivizó. Y luego la destripó… y fue popular por ello…
Todos los domingos Alfred Hitchcock, con sus manerismos truculentos de tío loco pero soportable, presentaba a Norteamérica lo más violento que se podía clocar en prime time. ¡Y se salía con la suya!
El era un hombre consciente de la industria, porque estaba dentro de ella. Pero, en este sentido, como dice un autor experto en su obra Psicosis, era un hombre también que estaba atrapado por su pasado: si había algo que él sabía era que ya no eran los tiempos de Grace Kelly, era un momento tumultuoso para el país que lo había acogido… ahora, en Estados Unidos mataban presidentes, y los negros se encaminaban en el largo camino de las reivindicaciones; el país comenzaba a sumergirse en Vietnam, y ya no eran los tiempos de aquellas “frivolidades en technicolor”, como él dijo una vez, de “North By Northwest”, y de “Topaz”, del “El hombre que sabía demasiado”, de “Dial M for Murder” y “La cortina rasgada”… sin dejar de lado, por supuesto, “Rebecca”.
Ciertamente, Psicosis no era To Catch a Thief, ni Vertigo, ni aquellas aventuras en Vista Vision y Technicolor… de hecho, se parece más, pero a la vez es más intima, más personal, a Anatomy of a Murder… de alguna manera, estar solo en un motel parecía una metáfora poderosa para la obsesión con la intimidad norteamericana. Sola, desnuda, podías ser atacada en la ducha… y, de hecho, la famila Clutter fue aseisnada a semanas de haber comenzado el rodaje… pero esta es una historia que tiene que ver con Truman Capote, igual que Hitchcock, otro enfermo mediático.
Para evitar que la gente se preguntara donde estaba Janet Leigh, quien es asesinada al principio Hitchcock decidió que la gente debía llegar temprano… de ésta forma, podía evitar la entrada de gente al cine, y que se cruzaran los mensajes del final. Hizo un anuncio… y aprovechando su presencia como anfitrión televisivo, la treta dio resultado.
Voyeurismo (al mejor estilo de Tintoretto, Rubens, Rembrandt, y Van Leyden: el cuadro, harto manoseado como leyenda, de Susana y los viejos)…
De The Conversation a Night of The Leaving Dead, los baños no serían los mismos
Dice Susan Sontag en su libro Estilos Radicales (1966), que las películas de Alfred Hitchcock pertenecen a un legado del “cine de la agresión” que es muy particular al séptimo arte.
Puro marketing
Quiero pensar que estudié marketing en principio porque me gustaba mucho el cine. Más tarde, me pasó algo curioso: el marketing perdió su encanto porque siempre me dio la sensación de que parecía más lecciones de sentido común glorificadas que esta nueva ciencia de lo inasible. Luego me di cuenta de que es información. Tenerla, y usarla. Luego me di cuenta de que con aquella pléyade (chiste intencional) de profesores y notables con que contaba la universidad no tardaría mucho en saber que yo sabía más que ellos de lo que estaban hablando, y lo que es más, que probablemente ellos fueran los grandes tontos, los elefantes blancos en el salón, y esto, a su vez, era un hecho dado por sentado.
Las lecciones de mercadeo de Hitchcock son tan inasibles como cualquier clase de principiantes de marketing.
Aquí les van:
1-si confías en el éxito de tu proyecto, fináncialo tu, así te librarás de compromisos que pueden convertirse en onerosos. Un socio será suficiente. Dos socios son una multitud (Hitchcock financió todo el rodaje de su película por $ 1 millón… una suma exorbitante en aquellos tiempos). La película hizo $50 millones (punto de comparación: TItanic costó $200 millones y facturó por sobre $2 billones).
2-rompe reglas, después de todo, para algo están ahí. Hitchcock no tenía el apoyo de los grandes estudios. Todos pasaron ante la oportunidad de distribuir la película. Psycho abrió en solo un puñado de teatros, y Hitchcock sabía que una película tan violenta para aquellos tiempos sería un reto para cualquier departamento comercial: no mostrar la película a la crítica. Los críticos de cine tenían que verla con el resto del público; esto supondría otra experiencia para ellos. Luego, prohibir a las estrellas de la película dar entrevistas.
3-concéntrate en el dinero real: atraer fondos a través de negocios con clientes y empleados. Olvida el tradicional y manoseado acápite presupuestal denominado “regalos”.
4-ocúpate de percibir cuál será la tendencia: Hitchcock sabía que la tendencia indicaba que la violencia en el cine aumentaría, no que declinaría. El resto es historia.
5-micro-maneja. Cada teatro recibió un manual escrito por Hitchcock con instrucciones sobre qué debía hacer para manejar el producto con éxito.
6-no importa cuántos adornos tengas a la mano, el destino de una película lo decide quienes la van a ver. No la crítica. Sino las audiencias. Así que entrégasela. Dedícate a atraer su atención. Después de todo, no hay nada que se parezca a tenerla.
7-pensar creativamente sobre el reto que enfrentamos no es pensar lo malo. Hay que creer en lo que se está haciendo.
8-pedir a la gente que no hablara de Psycho dio resultado: todos hablaban de Psycho.
Pycho es una obra maestra. Pero es también una película que fue increíblemente exitosa, que dejó muchas ganancias, porque fue una obra maestra bien mercadeada. No se equivoquen, que pocas no son las obras maestras, y las no tan buenas también, que languidecieron y luego desaparecieron en los pasillos de un cine o de un festival de cine.