El pájaro pintado, el tercer largometraje del director checo Václav Marhoul, es una película que, sospecho, sigue ese rastro de cine bélico sobre niños perdidos en la Segunda Guerra Mundial, como sucede en La infancia de Iván (Tarkovski, 1962) y en la extraordinaria Ven y mira (Klimov, 1985), donde el eje narrativo se sostiene sobre la base de un niño que, a lo largo de su aventura, experimenta el horror de la guerra hasta perder cualquier signo de humanidad. Pero a diferencia de las citadas cintas del subgénero, esta no está a la altura de lo que narra. En la superficie trata de reflejar, con un atmosférico blanco y negro, un estudio sobre la maldad sin fronteras que lacera la inocencia infantil en tiempos de guerra, pero en sus casi tres horas de metraje lo único que consigue es perderse en una rutina insulsa y banal de episodios de sufrimiento, en un horizonte demasiado previsible al que le falta gancho emocional y un buen desarrollo de personajes.
Su trama se sitúa en una zona sin especificar de Europa del Este y describe las peripecias de un niño sin nombre (al parecer llamado Joska) a partir del incendio de la casa en la que vive con la tía anciana a la que ve morir en una mecedora, obligado de inmediato a deambular por aldeas en las que se topa con gente ignorante y muy perversa que le arrebatan lo último que le queda de la niñez.
El viaje del niño judío por el corazón de las tinieblas antisemitas tiene un arranque algo interesante que me llama la atención, principalmente, por la manera en que Marhoul emplea una serie de mecanismos estéticos que funcionan inútilmente para añadirle dimensiones a los problemas intrínsecos del chiquillo, sobre todo por el uso consistente del primer plano, los puntos de iluminación, los silencios, la elipsis simbólica, el encuadre móvil y las panorámicas amplias de paisajes que se ven como si fueran pesadillas dantescas registradas con un atmosférico tratamiento en blanco y negro de Vladimir Smutny.
Pero lentamente atraviesa lugares comunes en los que se ausenta el componente emotivo cuando el niño es testigo en carne propia de la violencia doméstica, los celos, los prejuicios étnicos, el antisemitismo, el sadismo, la violación, las ejecuciones en masa, las relaciones sexuales, la locura, la desesperación, la muerte y la supervivencia de los más fuertes en lugares austeros, de aldeanos que no andan bien de la cabeza por las secuelas de la guerra en la que dejaron su brújula moral. El infante interpretado por Petr Kotlar tiene un registro expresivo poco creíble. Todo luce demasiado acartonado en la acumulación reiterativa de situaciones siniestras que, dicho sea de paso, me mantienen en un estado abúlico en el que no siento nada por lo que veo en pantalla.
Las escenas de explotación al servicio de la gratuidad y de la búsqueda de poesía visual, solo funcionan como una justificación inane para examinar los efectos psicológicos de la guerra sobre un niño, entendido como la maldad humana que no tiene bordes ni nacionalidades y es compartida como recurso de coacción por quienes, de igual forma, son víctimas que abandonan cualquier grado de moralidad por el nivel de brutalidad del conflicto; aunque por momentos da la sensación de que su texto goza de una ecuación maniquea que es algo acomodaticia al higienizar la ya explotada condición de los judíos como víctimas del holocausto. Su refrito de obviedades se queda, propiamente dicho, en lecturas básicas de bachillerato. Lo que me cuenta lo he visto antes con mejores resultados.
Ficha técnica
Título original: The Painted Bird (Nabarvené ptáče)
Año: 2019
Duración: 2 hr. 49 min.
País: República Checa
Director: Václav Marhoul
Guion: Václav Marhoul
Música:
Fotografía: Vladimir Smutny
Reparto: Petr Kotlar, Harvey Keitel, Barry Pepper, Julian Sands, Udo Kier, Stellan Skarsgård, Alexei Kravchenko
Calificación: 5/10