En El ángel de la muerte, la tercera película en solitario del director danés Tobias Lindholm tras Secuestro y Una guerra, se emplea la etiqueta de "basada en hechos reales" para explorar la vida del asesino en serie estadounidense Charlie Cullen, conocido por administrar dosis letales de medicación intravenosa a pacientes en estado crítico a lo largo de 16 años en varios hospitales. Tiene, en mi opinión, un arranque interesante que se sustenta de alguna manera por las actuaciones de Eddie Redmayne y de Jessica Chastain, pero carece de pujanza o de alguna sustancia dramática que evite que se diluya en los caminos más convencionales del thriller policial.
La trama, adaptada del libro de no ficción de Charles Graeber con un guion de Krysty Wilson-Cairns, se sitúa en el año 2003 y narra un fragmento en la existencia de Amy Loughren, una madre soltera que trabaja como enfermera en la unidad de cuidados intensivos de un hospital en Nueva Jersey, donde entre otras cosas sufre de una miocardiopatía que oculta por temor a ser despedida y, además, sostiene un vínculo con Charles Cullen, el nuevo enfermero contratado por la administración que la ayuda a atender a los pacientes en horario nocturno y del que, aparentemente, recibe un atisbo de empatía humana en los momentos difíciles que atraviesa (necesita adquirir un seguro para costear un trasplante de corazón).
La narrativa se emblandece lentamente, supongo, porque sigue la vieja fórmula de los thrillers detectivescos sin ningún de impulso o de golpe de efecto que revele algo que sea impactante, particularmente a partir de las escenas en las que Amy sospecha de la psicopatía de Charlie gracias a las observaciones que ofrecen dos detectives que investigan los patrones de las víctimas fallecidas en los hospitales. El misterio se resuelve en piloto automático, y hay más preguntas que respuestas sobre el tópico de la negligencia médica. En la superficie, todo luce demasiado higienizado cuando el enfermero con la cara angelical ejecuta sus tendencias homicidas con la insulina y la protagonista se olvida de su operación para prestarle una mano a los detectives que solo aparecen en pantalla para cumplir con sus roles estereotipados y resolver el crimen.
A pesar de todo, encuentro solvente la actuación de Redmayne, porque, ante todo, utiliza su amplio registro expresivo para ilustrar con su rostro, la mirada y los gestos el lado perverso de ese enfermero que esconde su conducta criminal detrás de la apariencia bondadosa. La de Chastain la noto un poco tibia como la enfermera agobiada que, literalmente, de la noche a la mañana se convierte en detective. En la puesta en escena, Lindholm consigue encuadrarlos con atmósferas grisáceas y muy oscuras que moderadamente evocan la vena de crueldad en la que la protagonista se ve sumergida en los interiores creíbles del hospital, pero cuyo alcance para dimensionar la intriga muchas veces se ausenta por el ritmo accidentado y la escasa profundidad que hay detrás de los motivos más previsibles de los personajes (se sabe de antemano que el culpable va a ser apresado de forma facilona). Su propuesta me parece una de las regulares del catálogo de Netflix.
Ficha técnica
Título original: The Good Nurse
Año: 2022
Duración: 2 hr 01 min
País: Estados Unidos
Director: Tobias Lindholm
Guion: Krysty Wilson-Cairns
Música: Biosphere
Fotografía: Jody Lee Lipes
Reparto: Jessica Chastain, Eddie Redmayne,
Calificación: 6/10